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Un hombre solo y vinculado con el todo

Por Gisela Paggi




En su cuaderno de notas a las Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenaranotó una frase de Gustave Flaubert: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre». Y agrega a continuación su palabra: «Gran parte de mi vida transcurriría en el intento de definir, después de retratar, a este hombre solo y al mismo tiempo vinculado con el todo». El hombre fue Adriano, emperador romano entre 117 y 138 d.C. y la novela un éxito desde su primera aparición por entregas en la revista francesa La table ronde en 1951. Pero, ¿qué fue lo que convirtió esta novela en un éxito? Probablemente sea la elección de un narrador hacia el final de su vida que, si bien en este caso se trata de la cabeza de un imperio, podría ser el final de la vida de cualquier hombre sobre la tierra porque, llegado el momento, cualquiera podría sentirse desnudo frente al terror más profundo que puede despertarnos el desconocimiento y la nada misma. Y en esa evaluación que Adriano hace de su pasado cuando su futuro se va quedando ya sin soga, es donde brota una síntesis absoluta del pensamiento del hombre antiguo que la autora belga ha sabido captar para moldear a su Adriano.

Estructurada como una extensa epístola dirigida a su sucesor, Marco Aurelio, pero dividida en capítulos, Memorias de Adriano es la vida y la muerte de este hombre pero, también, su visión del mundo. Y en los largos años en que Marguerite Yourcenar pasó dándole forma a este libro y conviviendo con su personaje, ha logrado aprender de él, entenderlo como un hombre con aciertos y desaciertos, pero un hombre al fin. Es el producto de un trabajo de muchos años y esa totalidad abarcadora del personaje en la vida de la autora es lo que lo convierte en un arquetipo universal. Adriano es Adriano pero huye del contexto histórico que lo representa. Es un Adriano a imagen y semejanza de su creadora, que le dio una voz peculiar, para retratar, a su vez, al mundo del siglo XX, desgastado y herido.

En 1924, Yourcenar visita Villa Adriana, conocida por conservar mucho de la arqueología romana, y allí se despierta en ella el deseo de escribir sobre Adriano.

Comienza a escribirla pero fue un fracaso de su juventud, según lo entendió más tarde. En 1934 retoma la escritura, pero también la abandona. De ese génesis textual subsiste una frase: «Empiezo a percibir el perfil de mi muerte». En 1937, lee algunos fragmentos en la Universidad de Yale. Y vuelve a abandonar su escritura hasta 1948. Vuelve a él en algunas ocasiones pero siempre con vergüenza por haber emprendido semejante empresa. Tres años después hace su primera aparición.

Estas vicisitudes en su escritura nos habla también del devenir histórico en el que fue concebido. El mundo de 1924 no era como el de 1948 y, es probable, Adriano podía hablar mucho más claro en el mundo de la segunda posguerra: «Si ese hombre no hubiera mantenido la paz del mundo y no hubiera renovado la economía del imperio, sus alegrías y desdichas me interesarían menos».El libro es en sí verborrágico. Un extenso devenir de ideas sobre la vida en todas sus facetas y aquí es donde brilla Yourcenar: la maestría narrativa con la que fue concebida esta obra probablemente sea el segundo secreto de su éxito. Editada por años y traducida al español por Julio Cortázar, Memorias de Adriano se constituye hoy como una de las más grandes obras del siglo XX porque, a lo largo de todos los años que le dedicó (comenzó a escribirla con 20 años), Marguerite Yourcenar buscó alcanzar la cumbre de su creación literaria. En una carta a Joseph Breitbach escribe: «De todas mis obras, no hay ninguna otra en la que haya puesto, en cierto sentido, tanto de mí misma, tanto trabajo, tanto afán de absoluta sinceridad; ninguna otra tampoco en donde yo me haya más deliberadamente eclipsado ante un tema que me excedía». Y que sea este libro el fruto de sus memorias y no un diario también nos dice mucho. Yourcenar no quería para Adriano una construcción sopesada por el transcurso de los años ni endulzada por la ingenuidad de la juventud, sino la verdad antepuesta ante lo irremediable de la mortalidad. Por eso, Memorias de Adriano es un desfile de sentencias filosóficas que bien retratan la vida de un hombre de pensamiento estoico y epicúreo.



 


Novela publicada en francés en París, por la casa editorial Plon, en 1951. En 1955 Sudamericana, de Buenos Aires, publica la primera edición en español, traducida por Julio Cortázar.


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