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Más allá del amor

Por Gisela Paggi



Horacio Oliveira recorre París en busca de La Maga. En cada uno de los lugares recorridos se encuentra con su sombra y las descripciones detalladas le permiten al lector sumergirse en la ciudad, aunque nunca haya pisado sus calles. Es un rasgo sobresaliente en la escritura de Julio Cortázar el permitir recrear espacios mentales que nos ubican a la par de los personajes. Por eso, en Rayuela, cuando Oliveira se impregna en la Rue de Seine, el Quai de Conti, o frente al Pont des Arts, uno como lector emprende junto a él ese último viaje, antes de que retome el camino de regreso a Buenos Aires. En este sentido, Oliveira se nos presenta como aquel flâneur que Charles Baudelaire teorizó para que representara toda la reconfiguración arquitectónica del París del siglo XIX.

Estas descripciones de la ciudad francesa imprimen de realismo una historia que se nos configura como modelo de una época marcada por los cambios en el pensamiento de la sociedad occidental, que irá vaticinando las profundas convulsiones que se vivirán en la década del sesenta con la revolución cubana, el surgimiento del movimiento hippie, el Mayo Francés y la Primavera de Praga.

Cortázar publicó Rayuela en 1963, pero en ella ya se ven conflictuarse todas las inquietudes de los jóvenes que comenzaban a construir una especie de contracultura. Contracultura que quedará definitivamente establecida, quizás superada, cuando publique El Libro de Manuel en 1973 y en la que también recogerá el nuevo pensamiento imperante en la juventud de la época.

Muchos de estos conceptos se ven determinados en la relación que se establece entre Oliveira y La Maga. La relación entre ambos personajes es una relación de reencuentros y desencuentros. Una especie de amor-imán en la que entran en juego la atracción y el rechazo continuamente. Aunque también un amor-fénix que muere y renace de entre sus cenizas. Para La Maga, ese amor tiene una función vitalizadora, sin él caería en un pozo de desolación y apagamiento, al cual finalmente cae con la muerte de su hijo Rocamadour. Horacio descubrirá la importancia de ese mismo amor mucho más tarde, luego de que la desaparición de la amada se haya vuelto insuperable y comience a verla en Talita. Justamente, la transposición de los sentimientos hacia otros personajes como este o Pola sólo confirman el peso significativo que posee La Maga en la vida de Oliveira.

Saúl Yurkievich habla de la necesidad de pensar este amor en términos rituales, más si tenemos en cuenta que Cortázar, en un principio, pensaba llamar Mándala a su obra. Al optar por el título Rayuela, le quitó a la obra ese tono sacralizado para dotarla de una función más bien lúdica, aunque la ritualización permanezca presente en las interrelaciones entre los integrantes del Club de la Serpiente, con su música y fetiches. La rayuela representa más bien ese espacio parisino, en el que la ciudad adquiere una imagen de laberinto que alberga todas las posibilidades intelectuales de esos personajes en constante búsqueda y observación.

Pero si pensamos en que el juego de la rayuela consiste en un ir de la tierra al cielo, también podríamos aventurarnos a especular con la posibilidad de que Cortázar haya buscado simbolizar ese estado de casi perfección en la que se encuentra Oliveira en París, arrojando la piedra para alcanzar el cielo.

Horacio Oliveira es un viajero dividido entre dos mundos (la tierra y el cielo, París y Buenos Aires). En este sentido, Nieves Soriano Nieto compara al personaje con Odiseo, estableciendo como diferencia casi exclusiva que uno es un héroe y el otro un antihéroe: «Horacio Oliveira, contrariamente a Ulises, no resulta ser un héroe. Viajeros ambos, sólo que este último, instaurado en una época histórica muy posterior a la de Ulises, no logra salvar a su pueblo en sus partidas y regresos, porque ya no existe el horizonte de salvación por parte de un sujeto, porque ese hombre ético quedó descartado en un lugar y un tiempo como el que le tocó vivir a Julio Cortázar: la Argentina paternalista de Perón.(…) Horacio no llega a ser Ulises, nunca fue héroe, nunca encontró el camino, ciertamente, a su regreso, dijo el narrador de él: En París todo le era Buenos Aires y viceversa; en lo más ahincado del amor padecía y acataba la pérdida y el olvido».

Todo Rayuela es, en definitiva, un juego y Cortázar nos propone ser protagonistas de ese juego. Es una rayuela si pensamos en ese deseo de despegar del suelo, pero también es laberinto en sus formas, es ajedrez en sus interrelaciones. Es azar en el no saber qué depara la lectura, en ese juego con la estructura, en ese ir y venir de capítulos, en la intertextualidad de sus formas.


 


Novela escrita en París y publicada por primera vez el 18 de febrero de 1963 por la editorial Sudamericana de Buenos Aires. La icónica ilustración fue realizada por el artista plástico Julio Silva, siguiendo ideas para el diseño que el propio autor había hecho a su editor Francisco "Paco" Porrúa.

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