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Luis Mey, cada día escribe mejor

Con ocasión de la publicación de Cada día canta mejor (Factotum ediciones), conversamos con el prolífico escritor y librero argentino. Gardel, zombies y mucha literatura en una charla imperdible.



Curioso escritor es Luy Mey (1979). Es altísimo. Tiene algo de gigante bonachón. No duda en darte un abrazo sincero y rápidamente te arrastra en una charla. Se ríe, hace chistes, se burla de sí mismo y de su figura de escritor.

Luis Mey es librero también, y eso se nota. Cuando recomienda un libro no te quedan muchas opciones. Ahí es serio sin caer en solemnidades ni pedanterías. Y aunque en la ficción (¿solo un producto de su imaginación?) presenta algunas de las torturas de la profesión (Diario de un librero, 2015), es evidente que no la desdeña. Visitar la librería Suerte Maldita, en Palermo (Buenos Aires), es evidencia de ello.


ULRICA: La primera pregunta es casi obligada: ¿Por qué elegiste a Gardel como centro de tu novela?

LUIS MEY: En términos más bien técnicos, la elección de Gardel es un truco: funciona para que, como dijo Barthes, la adyacencia sea más poderosa: lo que está al costado, entonces (el mundo semi lumpen de los escritores), es lo más importante. Si Gardel es acaso un poco protagonista es porque somos un país de creencias, de alta fe, y nuestros héroes no son humanos, son dioses, y algunos hasta fueron maravillosos, no así otros. Pero Gardel es uno. Trae, incluso en cuestiones terroríficas, cierta alegría. Y creo que tenía que sentarme a escribir sobre la alegría en el pantano. Como dijo Tennesse Williams o algún otro: cuando estás con la mierda al cuello, lo único que queda es cantar.


U: Este libro viene a reclamar un lugar en el género de terror. Es nuestra novela de zombies. Pero el sentido del humor que atraviesa la historia descontractura el género. ¿Qué buscabas dando este tono a la trama?

LM: Un escritor escribe porque en el fondo quiere matar algo, y lo primero que quiere matar es al padre, y una vez que escribe y canaliza, la funcionalidad en matar al padre se encuentra, desde ese momento, en lugares simbólicos (antes no: antes queremos, literalmente, matar al padre), y qué más simbólica muerte del padre que el género, que atenta contra las historias. ¿Por qué? Porque a la literatura hay que faltarle el respeto; ver la regla, la norma, aprender, usarla para encajar y romperla para avanzar. El humor, de todos modos, tiene un costado cínico fabuloso, y una de sus razones está en lo que llamo el sujeto ambiente: basta con cambiar el contexto para que las palabras del humor exploten en tragedia. Por lo tanto el humor es una cosa muy rara, quizás el infierno bajo el infierno.


U: Es interesante la forma en que presentás al Luis Mey narrador de la historia. Por momentos lo hacés de forma descarnada y grotesca. ¿Cómo convive el amor propio (todos lo tenemos) con esta forma de presentar al personaje?

LM: Todos tenemos amor propio, muchas veces hipotecado durante un rato. En mi caso, en construcción, y con el cartel ya oxidado, pero vigente. Es raro, el alter ego de Luis Mey llegó para pedirme lo mismo: el personaje dentro del personaje, una primerísima primera persona que pide, desde ya, en algún momento, publicar algo con mi nombre real, que no es Mey: o sí, es real porque es el apellido de mi madre, pero es un personaje más dentro de los personajes que andan por las páginas.


U: Tenés una forma muy particular de narrar. Una estética muy propia y que se distingue de otros narradores contemporáneos. ¿Cúal fue el proceso de construcción de esa «voz»?

LM :La voz siempre estuvo, aunque no en las páginas. Todavía me sorprendo del día en que me dije «por qué carajo no usás tu voz, la voz que se forjó con las voces de los que escuchás, de los que leés?» Yo tenía una voz, claro, pero creía que el mundo no la iba a aceptar. En suma, un autor es solamente aquel al que le importa un pito lo que el mundo opine de su voz. Voy con eso a mano. Llevó tiempo, porque mientras se arma esa voz (antes de llegar a la página, en la construcción vital, quiero decir) lo que se tiene que ir forjando es un carácter muy particular para poder abrirle paso a la voz. ¿Si la literatura paga mal o mata de hambre? Igual escribo, y eso forma el carácter para escribir con la voz de uno. ¿Si mandaste a cincuenta concursos y en ninguno te dijeron ni mu? Igual escribo y eso forma el carácter para pulir, siempre un poco más, la voz. Es difícil, sin forjar un carácter fuerte, lograr escuchar el pedido de la voz por pasarse a la página.


U: Se nota algo lúdico en tus libros. Es imposible no pensar «cómo se divierte este tipo cuando escribe». ¿Cómo lograr eso tanto en el proceso como en el producto?

LM: Es que el aburrimiento mató más gente que las guerras. Hay algo así como una casa para los textos que no aburren. El cinismo, la ironía, la derrota, la torpeza, las deformidades, la belleza contra paradigmática, las equivocaciones imposibles, las pérdidas, todos elementos para que algo pueda causar gracia. Y en esta novela, la muerte, los cementerios, los zombis del subte, los zombis de las artes. Me divierto con todo ello porque es todo (todo, lo esto y lo aquello) una broma extraña. ¡Los celos! Todo, con un poco de cintura, es un chiste. Lo dice el proverbio: los dientes caen porque son rígidos; la lengua resiste porque es flexible.


U: Federico Jeanmaire dice que tus novelas «le parecen profundamente políticas». Pero, aclara, que en el buen sentido de la palabra. ¿Opinás así?

LM: Sí, son políticas en el sentido de que intento que el ambiente (el Leviatán) construya las despiadadas calles sin salida, nos haga marionetas de una época, de una circunstancia, los muñequitos con los que se divierte. Aunque los muñequitos no la pasen para nada bien. Si le habré arrancado las piernas a mis muñecos: así procedí, muchos años después, con la vida de mis personajes. Y así proceden los sistemas con nosotros. Intenté, en la medida de lo posible, desde Los abandonados jugar con un tipo que no ve futuro y en el día a día va contra ciertas formas y hace lo que se le canta, pero cada vez que quiere ingresar en algo sistémico, el sistema mismo le pone un precio alto (en el caso de estos personajes, la merca). En las garras, los ruidos en el plano de la familia (la normalidad de la violencia, por ejemplo, que también llueve del Estado y las empresas). Así con todas. Las pienso desde la estafa primaria de todo sistema.


U: Y para terminar, nuestra pregunta de rigor: ¿Qué libros tiene Luis Mey en su mesa de luz?

LM: Hoy mi mesa de luz tiene un libro de ajedrez. La mesa de trabajo tiene La sed, de Marina Yuszczuk, publicado por Blatt y Ríos.

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