Por Gisela Paggi
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En el pueblo donde se crió el poeta, la familia de Federico GarcÃa Lorca compartÃa un pozo de agua con otra de las familias más pudientes de Asquerosa (hoy Valderrubio) en Granada. Allà se paraba, aparentemente distraÃdo, para escuchar las conversaciones en esa casa donde, se sabÃa a viva voz en todo el pueblo, una tiránica madre gobernaba sobre sus hijas solteras con una celosa rigurosidad. A menudo, él comentaba que recordaba ver pasar a esas jóvenes como sombras. El peso de los mandatos sociales a los que eran sometidas las mujeres en esos años, en esos lugares casi recónditos de España, se notaba sobre sus hombros. Federico no pudo más que querer contar su historia.
Haber escrito La casa de Bernarda Alba le costó caro a GarcÃa Lorca. Llevaba tiempo pensando en la idea de dar vida a una obra enteramente realista, sin los atisbos poéticos de las anteriores. Y para eso creyó fascinante relatar la vida peculiar que llevaban en esa casa vecina a la suya. Dentro de esas paredes, un grupo de hermanas vivÃa bajo la celosa tiranÃa de su madre, Frasquita Alba, quien inspirara el personaje de Bernarda. Escribió esa obra durante muchos meses. Vociferaba, alegre, que era realismo puro. Para cuando se supo que habÃa escrito una obra basada en la familia Alba, el odio de ellos se acrecentó hacia el poeta del que ya los dividÃa los rumores de su homosexualidad. Tanto asà que fueron quienes alentaron su asesinato por aquellos dÃas de agosto de 1936 cuando fue fusilado, a las puertas de la Guerra Civil Española.
SabÃa que montar una obra Ãntegramente formada por mujeres serÃa un desafÃo. Él pretendÃa replicar el impacto que medio siglo antes habÃa logrado Ibsen con Casa de muñecas. SabÃa que habitaba en las mujeres un vigor pasional y emocional que procuró explotar. Y en La casa de Bernarda Alba, esas mujeres como sombras que él observaba adquieren una vida, aunque cercana a la muerte, que pone en boca de todos la malograda existencia de muchas mujeres en la ruralidad española. Sometidas a una madre tiránica y puritana, sus cinco hijas, dos criadas y hasta su propia madre, se ven prisioneras de un luto riguroso de 8 años por la muerte del hombre de la casa. A pesar de la femineidad de la obra, un espectro masculino ejerce un poder hermético y brutal. El protagonista es el silencio más que la palabra (cosa por demás de significativa si hablamos de teatro), y la poesÃa surge de las entrañas por más empeño que haya puesto GarcÃa Lorca en que asà no fuera. Y es que en su mente y su corazón, las artes confluÃan en un vals constante. Pensaba su escritura como si fuera un dibujo y sus dibujos como si fueran
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canciones y su teatro jamás soltó la poesÃa porque ya él mismo decÃa que <<el teatro es la poesÃa que se levanta del libro y se hace humana. Y, al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesÃa y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida y al dÃa con una fuerza tal, que muestren sus traiciones, que se precien sus olores y que salga a los labios toda la valentÃa de sus palabras llenas de amor o de ascos>>.
Y cada una de esas mujeres carga con un sino trágico tan propiamente lorquiano que no podemos más que observar la madurez de su escritura y la cumbre que habÃa alcanzado en esos meses anteriores a su tan injusta muerte, cuando escribió La casa de Bernarda Alba. La primera palabra que sale de la boca de Bernarda es <<Silencio>> y <<Silencio>> es la última palabra que da fin a la obra. Y todo simbolismo se vuelve mito porque ese es Federico GarcÃa Lorca. Un hombre que trascendió su tiempo, mitificó su obra, alcanzó la fama y el reconocimiento del mundo y, finalmente, enfrentó su destino sin miedo aparente, volviendo a la casa de su familia donde, sabÃa, lo esperarÃa la muerte. Quiso dejar su huella en un teatro que hablara de los conflictos sociales y sexuales de su época. Quizás ello haya acelerado su asesinato. Como fuere, sabremos siempre que en la variedad de toda su obra habitará con la fuerza de un fuego perenne que no pudo menos que iluminar las letras de toda la humanidad.
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Escrita en 1936, no pudo darse a conocer en España debido a la censura. El estreno mundial fue en el Teatro Avenida de la Ciudad de Buenos Aires (Argentina), el 8 de marzo de 1945. Ese mismo año la publicó la editorial Losada de Argentina. Recién en 1950 pudo estrenarse en el paÃs natal del autor, cuya vida habÃa sido injustamente extinguida catorce años antes.
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