Entrevistamos a la joven escritora cubana que sorprende al mundo editorial y a los lectores con una potente novela que reflexiona sobre la familia, la libertad y los vínculos tiránicos.
En el cúmulo de libros y autores nuevos que se editan año tras año, a veces el lector tiende a perderse o a sentir que se encuentra en un bucle donde los temas y tonos se repiten. No es el caso de Elaine Vilar Madruga.
Surgida como una bocanada de aire fresco, de esos necesarios para renovar la literatura, Elaine presenta al mundo una nueva novela. La tiranía de las moscas, que hoy sorprende a críticos y lectores, es el producto de la original propuesta de la editorial sevillana Barrett. La casa editorial le propone a un autor de renombre que sea editor de un libro. En el caso de esta novela, contó con el cuidado y, en cierto sentido, madrinazgo de Cristina Morales, Premio Herralde de Novela 2019.
ULRICA: En Argentina estamos conociendo tu novela La tiranía de las moscas. Para los que aún no te conocen ¿Quién es Elaine Vilar Madruga? ¿Cómo te definirías?
ELAINE VILAR MADRUGA: Soy un producto del año 1989,made in Cuba. Soy de esa sangre mestiza latinoamericana, de esa sangre mestiza caribeña en la cual los ancestros olvidados aparecen de repente en una rayita del genoma. Ese genoma es el que luego transformo en creación. Soy distópica o utópica según el día, y todavía no he terminado de definirme. Creo con fidelidad que la literatura es un viaje por la anatomía de nuestras vivencias y recuerdos como especie, como habitantes de un país o una realidad, como familia, como individuos. La literatura es un tatuaje de vida que los escritores vamos dejando en las páginas de nuestros libros, con la esperanza de que alguien más interprete la señal y se la tatúe en su memoria. Soy joven y creo en la libertad como el único camino. Mi literatura es, de alguna manera, ese grito o ese susurro de la libertad.
U: Creemos que tu novela se inscribe muy bien en la tradición sumamente mágica de la literatura latinoamericana. Podemos hallar en ella voces de autores del realismo mágico y del real maravilloso. ¿Es así? ¿Hay una raíz tradicional? ¿O te gusta pensarla como algo independiente a ello?
EVM: Hay una raíz, que es tradicional y experimental a la misma vez. Cuando escribo, la verdad es que nunca me pongo a pensar en los escritores que me anteceden ni en los libros que ya se han escrito. Me concentro en mi acto de creación y en ese libro que estoy pariendo. Ese acto de parir me define. Vivo para la historia que escribo como si nada más se hubiera escrito antes en el mundo, como si fuera la primera mujer que en una caverna dibujó un animal maravilloso o como si fuera la última mujer que va a abrir la boca para cantar sus verdades. Escribo y entretanto pienso en lo único que tiene este libro, esta historia, este personaje que estoy diseñando y luego es que me doy cuenta de que ese libro, esa historia, ese personaje podría enlazarse fácilmente con una manera particular de contar o incluso insertarse dentro de un movimiento, un género, una estética. El resto del tiempo, mientras la creación transcurre, me río un poco de todo: de la realidad, de la irrealidad, de nuestros delirios colectivos, de nuestros vacíos individuales, de las grandes verdades y las grandes mentiras que contamos a través de la literatura. La risa es lo que salva a la literatura del aburrimiento.
U: También, al leer La tiranía de las moscas, no pudimos evitar pensar en la tradición de la novela del dictador. Sin embargo, tu novela, va aún más allá. Explora formas tiránicas más mundanas, familiares. En cierta forma, renueva el género. En ese personaje del padre/dictador, ¿cuánto de su construcción responde al resultado de un contexto político tiránico y cuánto al machismo tan arraigado en América Latina?
EVM: Responde a todo eso que mencionas: la novela se coció en ese caldito triste que son las tiranías, lo heteropatriarcal, la limitación de las libertades individuales y colectivas, y se le aliñó un poco con la historia cercana de nuestro continente. El tirano no es solo quien lleva las riendas de un fragmento de la Historia, sino también ese tirano doméstico que nos dice cómo sentarnos a la mesa, qué cubiertos usar, qué color de pelo nos queda mejor, con quién debemos acostarnos y con quién no, a qué edad se debe follar por primera vez, de qué largo se usa la saya y hasta dónde va el escote, por solo poner algunos ejemplos. Un tirano puede ser el padre de un país o de una casa, así de simple. Yo quería mirar esas dos caras, esos dos ángulos de la misma realidad, y reírme un poco de «lo terrible» de esa realidad, sin olvidar que, detrás de la risa, se oculta la mueca de la memoria.
U: Algo que, en nuestro punto de vista, suma muchísimo a la historia, es que esté narrada desde la mirada de tres niños, que son los que tensionan la trama. ¿Qué es lo que buscabas al narrar la historia desde este ángulo?
EVM: Los ojos de los niños siempre cuestionan la realidad y buscan transformarla. Pero transformarla según lo que ellos entienden ha de ser, no a nuestra imagen y semejanza, no de la manera adultocéntrica. Los niños siempre buscan la manera de accionar la válvula de escape de una familia. Los niños son muchas veces la caldera que hace que una familia explote por los aires. Los niños son criaturas terribles y solo hay que poner sus hilos en la acción de una historia para que esta historia se transforme en un acto delirante. Supe desde el inicio que La tiranía de las moscas estaría narrada desde los puntos de vista de Caleb, Calia y Casandra, desde su irreverencia, desde su odio o indiferencia hacia la estructura «sacrosanta» y «todopoderosa» de la familia latinoamericana (una estructura que es tan política como la propia política, o más aun). Al final, guardaba también la esperanza de que los lectores, cuando tuvieran el libro entre sus manos, se sumergieran en la historia con ojos de niño que, creo yo, es la única manera realmente maravillosa de leer. Ojos nuevos para mirar al mundo y renovada capacidad para el asombro. Eso quería, que los lectores dejaran por un momento de vivir en el mundo adultocéntrico, en esta realidad que nos ha enfermado crónicamente, y que transitaran a ese otro espacio donde las moscas pueden ser los testigos de la explosión de un universo.
U: El tema de la maternidad es un eje central en la historia. En cierta forma, hay una especie de tiranía también en esa madre que odia a sus hijos. Un tema muy disruptivo dentro de la literatura latinoamericana. ¿Te gusta la idea de que tu novela ayude a pensar en otras formas de maternidad? ¿Desprenderla de cierta aura mítica?
EVM: La maternidad es otro concepto que hemos convertido en santo grial, en asunto intocable e impoluto y, en el proceso, el concepto maternidad se ha convertido en un lugar común literario donde todo es felicidad, belleza, encuentro, liberación. No se ha hablado de la maternidad como campo de batalla, ni de sus cicatrices, ni de la imperfección que tiene el acto de maternar. Se ha escondido el polvo del campo de batalla debajo del mantelito blanco de la abuela para que las visitas no se alarmen ante el churre. Bueno, eso no hace que el polvo y el churre desaparezcan, simplemente están silenciados y amordazados. En el mundo no hay cosa más peligrosa y terrible que lo que es silenciado. La mordaza nos corroe, nos pudre, nos hace cáscaras. Por eso, cuando empecé a escribir La tiranía de las moscas, supe que el tema maternidad iba a estar allí, presente, que iba a levantar el mantel blanco de la abuela para que las visitas finalmente supieran qué estaba escondido allá abajo, porque el mantel blanco de la abuela no es ni tan blanco ni tan mantel.
U: Pensando en el panorama de la literatura cubana actual, ¿qué desafíos encontrás a la hora de escribir y publicar?
EVM: El desafío siempre es ser yo misma. Uno viene a testificar en la literatura. Y luego a convertir ese testimonio en tejido de fabulación. Hace unos meses te hubiera respondido que mi nacionalidad es sin dudas una condicionante: una vive en una isla «especial», sitiada por el mar y por la Historia, una vive en un espacio que es casi mítico para muchos, envuelta en una ola de cambios que te tira contra el arrecife de la vida como si la vida estuviera empeñada en poner a prueba tu capacidad de supervivencia. Ahora ya, de verdad, no me preocupa nada de eso. Una sigue dándose golpes contra el arrecife de la vida mientras los cambios van y vienen, y el hecho de ser varias veces golpeada contra la misma piedra te va transformando, te moldea, te convierte en una creadora lista para salir a morder el arrecife y a la vida misma si hace falta. En el proceso también mis historias —las que contaré de ahora en adelante— nacerán moldeadas a imagen y semejanza de mi deseo de ser testigo y de dar voz al presente.
U: ¿Cómo fue la experiencia de trabajo propuesta por editorial Barrett?
EVM: Con todo el equipo de Barrett y con Cristina Morales, la editora de La tiranía de las moscas, el proceso de trabajo fue realmente hermoso y muy empático. No existieron condicionantes. Solo me pidieron que escribiera. Y yo ya venía con esta historia por dentro, a punto de cuajar, así que fue la oportunidad perfecta. Hemos trabajado juntos con las mejores vibras del mundo. Todos sabemos que nuestro objetivo es que estas moscas vuelen tan lejos como sea posible y ofrecemos nuestro máximo esfuerzo para que suceda. Luego, también quisiera hablarte de los lectores, de los libreros, de los periodistas, de todos aquellos que han escrito una recomendación o una reseña sobre la novela en redes sociales o en medios especializados. Ellos son quienes han marcado la diferencia y también forman parte de esta familia zumbante que se ha nucleado alrededor de la novela, primero en España, ahora en Argentina y dentro de poco sucederá igual en Italia. El viaje de Casandra, Caleb, Calia y sus mosquitas ha sido y es maravilloso gracias a que ha estado acompañado por las manos de tantos lectores.
U: Una pregunta que siempre le hacemos a nuestros autores entrevistados. ¿Qué está leyendo Elaine Vilar Madruga en este momento?
EVM: Soy una lectora inquieta y ecléctica, así que siempre tengo más de dos libros en las manos. Ahora mismo me acompaña Anne Carson y su libro de poesía La belleza de marido, acabo de terminar Las malas, de Camila Sosa Villada y Los muchachos de zinc, de Svetlana Alexiévich, y tengo varios pendientes de Margaret Atwood. Me gusta contemplar el reflejo de historias fabulosas y saber que, a pesar de lo gris que muchas veces luce el mundo, hay colores detrás de lo que apenas alcanzo a vislumbrar. Esos colores me guían.
Podés seguirla en @elainevilarmadruga
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