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Ariana Harwicz, sin miedo a ser feroz

Actualizado: 23 jul 2020

Entrevistamos a la renombrada escritora argentina radicada en Francia, autora de cuatro novelas impresionantes: Matate, amor (2012); La débil mental (2014); Precoz (2015) y Degenerado (2019), con la que fue finalista del Premio Herralde de Novela. Con una prosa feroz, en ellas busca tocar temas radicales que van más allá de los límites de la moral. En charla con Ulrica, nos habla de sus personajes y de la importancia del lenguaje y el discurso en toda manifestación artística.



¿De dónde nacen las historias que narra Ariana Harwicz? Porque son historias que escapan de lo conocido o, por lo menos, rompen moldes en la narrativa argentina.


No tengo idea de donde salen las historias que escribo porque tampoco las llamaría “historias”. No identifico mis libros, mis novelas, mis nouvelles (porque son novelas muy breves) con la palabra “historia” o “relato”. Si bien sería mentiroso decir que no hay un relato o un arco narrativo o un devenir de los personajes. No son novelas abstractas o vanguardistas al punto de pulverizar una historia. Hay historias. Pero nunca nombraría yo historia a lo que escribo. No nacen así, no mueren así. Yo lo llamaría escritura. Lo identifico más con la música, como una composición musical para piano o con un cuadro. Y nunca nos preguntaríamos ante una composición musical o un cuadro qué historias cuentan, aunque siempre haya una incluso en el cuadro más abstracto. Hablaría más bien de un lenguaje.


Las protagonistas mujeres que vimos en tus obras son rebeldes y traspasan tabúes, causan incluso incomodidad por momentos en el lector, ¿es algo hecho adrede o simplemente son historias que querés contar más allá de lo que provoquen en el lector?


No hay nada planificado en mi escritura. No me imagino, incluso, diciendo <<este personaje va a querer romperlo todo, transgredir todas las leyes sociales, culturales, políticas, de la maternidad, conyugales o romper con moldes>>. Esas son todas categorías que van por añadidura en la lectura. Todas esas etiquetas o modos de pensar un libro (si termina siendo feminista para algunos, vanguardistas o rupturistas para otros) todos son modos de pensar la narrativa que no tienen nada que ver con el momento de la composición. Componer un libro, o cualquier otro arte, tiene que ver con una zona de misterio, de exploración, de reinvención de la lengua y de la moral que no tinen que ver con esas categorías. Hay sí una inspiración en aquello que va en contra de la sociedad, en contra de la ley o de la moral establecida. Pero no existe planificación. Los personajes ya nacen así.





De tus novelas admiramos profundamente esa verborragia de los protagonistas y esos fluir de la conciencia que vuelve tan intimista la relación entre el lector y los protagonistas, ¿hay un proceso creativo especial para ese tipo de narrativa?


Es una pregunta muy interesante. Sí son todas novelas verborrágicas, dialógicas o de solipsismo. Hay alguien hablándose así mismo eternamente, como en un monólogo. Y siempre el “logo”. Siempre el verbo, la lengua, el discurso. En “Matate, amor”, “La débil mental” y “Precoz”, están presentes esos personajes femeninos en primera persona que arrasan y arrastran con todo, consigo mismas, con los demás personajes, con sus psiques y con el lenguaje. En el caso de “Degenerado”, mi última novela, es un hombre. Pero frente así mismo, en un juicio. Y no hay nada más teatral, circense y retórico que un acto montando para que un hombre se exprese como un juicio. Vi muchos juicios a pedófilos, asesinos, violadores, torturadores. Desde los procesos de Nüremberg hasta los de la Junta Militar en Argentina. Casos de todo el mundo. Todas las monstruosidades puestas en un juicio. En todas mis novelas hay una puesta en escena de la lengua. Y sí, eso establece una relación particular con el lector y esa voz aunque ya no sabría decir de qué tipo.


En el caso concreto de tu útlima novela, ¿qué fue lo que más te costó a la hora de construir la voz del Degenerado?


Lo que más me costó, en primer lugar, fue el cambio de voz. Pasar de personajes femeninos a uno masculino. Si bien todos mis personajes son mezclas, travestis, híbridos. Son performance de género porque nadie está definido. Son construcciones. La mujer es hombre, el hombre es mujer. Son como burlas a los géneros. Por eso no tienen nombre propio. La madre, el padre, la amante, el suegro, el hijo, todos están signados por ese personaje que le adjudica la sociedad. Así que ese salto fue lo primero que más me costó, más allá de que es un hombre que también es una mujer. Quería que tuviera algo de la sensibilidad, de la violencia, del deseo de un hombre. Y yo nunca había construido una voz así, porque no soy un hombre, por más que trate de serlo para escribir y de negar mi identidad e ir contra mí misma para hacerlo. Porque tengo que ponerme en la cabeza de un violador, de un pedófilo, de alguien que no siente nada por su hijo, de alguien que quiere matar. También fue muy difícil la argumentación, la retórica con la cual decir por qué es legítimo desear a un niño. Eso me resultó muy repulsivo, de las cosas más repulsivas que existen. Pero yo tenía que permitírmelo pensar. Porque para eso está el arte.


¿Qué esperás seguir contando en tu literatura o qué temáticas especiales querrías tocar?


Supongo que una y otra vez seguir trabajando radicalmente que yo pueda ser capaz. Y siempre

reinventando algo. Se trata de ese camino para mí. De radicalidad. Como alguien que se vuelve fanático o se pasa a las armas, a la clandestinidad. Supongo que para mí el arte tiene que ver con una puesta de radicalidad, sin importar en qué orden pero que cada obra intente empujar un poco más el límite de la forma, de la moral. Que intente reinventar algo como aquella fórmula de Rimbaud: <<hay que reinventar el amor>>. Escribir es un acto de violencia y busco ejercer esa violencia cada vez más.


¿Hacia dónde creés que evolucionará la narrativa argentina en esta especie de nuevo boom que estamos viviendo, principalmente en manos de autoras mujeres?


No hay que dar por sentado que va a evolucionar porque el arte y la literatura, de países particulares y de épocas particulares, a veces evolucionan, otras se estancan o involucionan. Los tiempos en el arte son cíclicos. Por momentos se vuelve al barroco, al neobarroco, al costumbrismo, al hiperrealismo, al romanticismo, al clasicismo o a la vanguardia. No hay evolución fija. Todo siempre se pone en duda y aquello que parecería que había alcanzado una conclusión, de pronto se dilapida para volver a otras formas. No sé hacia dónde se encaminará la narrativa argentina porque depende mucho del contexto político, además. Hoy se le da especial importancia al feminismo y se visibiliza a las mujeres, pero luego no sé sabe qué sucederá porque la historia es muy sínica y hay que ver qué sucederá con esto. La evolución tendrá que ver también con la política cultural, con la política de mercado. Ojalá que siga expandiéndose, que sigan apareciendo nuevas escrituras, nuevas voces, sobre todo singulares como las de ahora.





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