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Tres vidas

  • Foto del escritor: Ulrica Revista
    Ulrica Revista
  • 11 jul
  • 3 Min. de lectura

Clásico - Edición N45

Por Maximiliano del Cerro


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Con Tres vidas (1909) de Gertude Stein, la editorial Palmeras salvajes nos trae un libro con traducción nacional de una escritora que tiene un reconocimiento general, pero que suele ser marginada bajo el rótulo de «precursora» o como mecenas de la llamada «generación perdida».

Las tres vidas que se narran en esta novela son las de tres criadas y su periplo por distintas casas-patronas. Tres mujeres trabajadoras cuyos relatos tienen algo de historia ejemplar, de vidas que oscilan entre la singularidad y cierto estereotipo: Anna (inmigrante alemana), Melancta (nos trae el mundo «negro») y Lena (también inmigrante alemana, pero perteneciente al campesinado) que viven en la ficcional ciudad de Bridgepoint. Stein toma un personaje tipo del realismo-naturalismo, recomienza un juego ya iniciado por Flaubert en Tres cuentos con un «Corazón sencillo»; juega con ironía con sus figuraciones, las torsiona, pero al final pareciera que este estereotipo paródico triunfa: las penurias, la enfermedad y la muerte recaen sobre estos personajes. Lo ejemplar de cada historia se construye ya desde la presentación inicial de los personajes que son caracterizados con algo cercano al epíteto clásico: se sustantiviza una subjetividad que pareciera inmodificable, que el relato refuerza a través de la repetición y que concluye con la constatación implacable de ese destino. Así Anna es y será «la buena», la de una «vida ardua y agitada»; Lena es y será «amable, dulce», de «vida pacífica» y Melancta, tal vez, sea por su búsqueda constante de «experiencias excitantes» la más difícil de sustantivar por fuera de ese camino.

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El juego de Stein está en el proceso: la experimentación con rasgos cubistas con el lenguaje. Los lectores no encontrarán un relato realista de esta vidas, aunque cada una de estas arrastren conflictos sociales y culturales aún vigentes, sino con una escritura experimental, que nos obliga a replegarnos sobre el lenguaje mismo y que también trabaja con un ritmo pulsional. Hay un juego con las velocidades construido entre otras cosas por la alternancia entre la narración externa de los hechos, los diálogos, los monólogos interiores obsesivos y los monodiálogos; por la reiteraciones que trazan una espiral que puede llegar a ser asfixiante en el segundo relato, que vuelven a repetir sintagmas, fragmentos, reescribirlos y de esta manera insisten; donde el narrador adelanta lo que inmediatamente será expresado en un dialogo en estilo directo o su voz se superpone por momentos a la visión de los personajes y es difícil de distinguir a quién pertenece. También hay una lógica del funcionamiento social que se reitera: en cada relato, las relaciones de poder atravesadas por la clase social y por el género, son hasta cierto punto móviles, son el ejercicio de una fuerza que se tiene y se pierde constantemente: de una atracción y de un rechazo que invierten los roles iniciales (amistad, amor- odio o indiferencia, dominio y sumisión). Sin embargo, «lo nuevo» que ingresa a partir de la forma, también arrastra otras osadías: la crítica a la carga de moral que pesa y tienen interiorizadas las mujeres, a la institución matrimonial, las promesas de ascenso social y las transgresiones, por ejemplo, en relación a la sexualidad con el amor lésbico.

En Tres vidas, Gertrude Stein comienza a experimentar con el lenguaje, con la narración y la poesía, pero sin llegar al extremo como lo hará luego. En cada vida que se asemejan, pero también vibran con un tono e intensidad diferentes, se presentan algunos núcleos singulares. La historia de Anna pareciera más centrada en la moral, en el trabajo y en su amor hacia la viuda Lehntman, la de Melancta en la búsqueda de conocimiento relacionado con su sexualidad y la posibilidad de un matrimonio «legal» y, por último, Lenna introduce además de estos aspectos y la maternidad, un conflicto recurrente en la literatura norteamericana: la relación entre norteamericanos y europeos, entre los inmigrantes afincados en la ciudad y sus familiares campesinos al otro lado del atlántico.


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