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El libro de la almohada

  • Foto del escritor: Ulrica Revista
    Ulrica Revista
  • 27 abr
  • 3 Min. de lectura

Clásico - Edición N44

Por Gisela Paggi



En la soledad de una habitación una mujer escribe porque encuentra, en ese silencio, la calma ante el bullicio del mundo.

¿Qué escribe? En principio, todo lo que una mujer puede escribir en un diario íntimo: vivencias y sentimientos privados. Pero va mutando y termina por encontrar, en esa escritura personal, un público lector (no sabemos quiénes son) pero, es ahí, donde su observación se agudiza y termina por crear la radiografía perfecta de la sociedad de su tiempo.

No se sabe demasiado sobre la vida de Sei Shônagon, ni siquiera su nombre real, pero ese pseudónimo está ligado a uno de los más grandes clásicos de la literatura japonesa: El libro de la almohada (Makura no Shôshi) escrito durante el período Heian (794-1185).

Este fue un período en el cual la vida cortesana floreció y, a su par, florecieron las artes japonesas, propiamente dichas, luego de largos años de influencia china. Y Sei Shônagon es hija de este tiempo. Fue una gran aficionada a los relatos populares de carácter romántico que eran muy consumidos en su época y que terminaron por influenciar en un tipo de escritura femenina que se popularizó rápidamente.

Era común que las cortesanas se dedicaran a escribir diarios personales pero Sei Shônagon fue más allá y terminó por convertirse en una aguda observadora de la vida de la corte muy sagaz y sensible e, incluso, por momentos, cínica e irónica.

Por eso, este libro, está lejos de ser un mero diario íntimo (Nikki). Hay pasajes que rayan el ensayo por lo cual se coloca a su autora como precursora del género zuihitsu. Toca temas y formatos variados. Observa la sociedad pero también la naturaleza. Enumera aquellas cosas que la divierten y otras que la entristecen. Esa enumeración es universal y caótica, y justamente eso atrajo la atención de Jorge Luis Borges, que tradujo una selección junto a María Kodama. La autora japonesa deja registro de los chismes. Agudiza sobre la psicología de la gente que la rodea. Plasma los gustos refinados de su clase. Juzga a los hombres y opina sin reprimendas sobre sus acciones lo cual nos da la pauta de la libertad con la que se manejaba en la corte.

Lo que se sabe (o se deduce sobre ella) es viene de familia de poetas: fue hija de Kiyohara Motosuke y bisnieta de Kiyohara Fukayabu; que Sei Shônagon no fue su nombre sino su apodo; que estuvo al servicio de la emperatriz Teishi hasta que esta murió dando a luz; que rivalizó con otra escritora renombrada y autora de otro gran clásico de la literatura japonesa, el Romance de Genji, de Murasaki Shikibu, que pertenecía a la corte de otra emperatriz y que, probablemente haya terminado sus días como monja budista en la pobreza más absoluta.

De su obra no se conserva el original pero se sabe que fue escrito en hiragana, un sistema de escritura japonés silábico muy característico de la escritura femenina (los hombres continuaban escribiendo en chino, la lengua oficial). Esta lengua vernácula terminó por darle lugar a una escritura autobiográfica y personal, como lo es El libro de la almohada. Durante los siglos que siguieron a su escritura, fue modificado por los copistas sustancialmente y hasta el siglo XVII no existieron versiones de imprenta. Y recién en el siglo XX aparece la primera traducción completa al inglés, y en nuestra lengua es la argentina Amalia Sato la que realiza la primera traducción íntegra al español para Adriana Hidalgo editora en 2001 y que hoy se reedita.

Lo que sí podemos ver a través de la lectura de este libro, que ha sorteado las vicisitudes del tiempo, es que Sei Shônagon fue una mujer inteligente y sagaz que no sintió temor en demostrar la superioridad intelectual que tiene por sobre los demás. Pero más allá de estas observaciones sobre la sociedad cortesana que conoció de primera mano, hay una mujer con una profundísima sensibilidad ante el mundo. Octavio Paz se deslumbró con la prosa transparente y el deslumbrante lenguaje poético y afirmó sentir que descubría un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo que era, a la vez, remoto y cercano, «como encerrado en una esfera de cristal». Es justamente la belleza de su escritura lírica lo que hace de este libro una experiencia estética más allá de histórica o sociológica. Uno puede perderse fácilmente en la minuciosa observación de la metamorfosis de la naturaleza ante la sucesión de las estaciones o en la descripción dolorosa de un perro maltratado.

El libro de la almohada puede sorprendernos por la perspicacia de su autora, por lo mucho que puede decirnos sobre su tiempo pero, sobre todo, por ser una obra multifacética y enérgica que no ha perdido vigencia luego de mil años.



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