A modo de editorial
Edición N42 - 43
En un diálogo epistolar entre los escritores argentinos Soledad Urquía y Sebastián Martínez Daniell (reproducido en Una intimidad discreta – Godot, 2024), reflexionan sobre el silencio. En una de las cartas citan al filósofo francés Gilles Deleuze: «La dificultad hoy en día no estriba en expresar libremente nuestra opinión, sino en generar espacios de soledad y silencio en los que encontremos algo para decir».
El silencio, como espacio de reflexión e intimidad, ha perdido su lugar en la sociedad de masas. Hay temor a no llenar las horas con actividades instagrameables. Existe una especie de pánico a quedarse callado y no emitir un juicio rápido sobre el tema trending topic. Pero, ¿qué opinión constructiva puede sumar nuestra voz sin el debido silencio reflexivo?
Hoy la censura pareciera no buscar que una voz desaparezca, sino que consistiría en sobrepasarla con gritos y ruido. Que sea ruido en el ruido. Se busca deslegitimar al otro buscando que contra él se dirijan los insultos, los agravios. Aunque sea a través de bots en redes sociales. Pensemos en las recientes polémicas entre gobiernos y escritores, que son un reflejo de lo que son los debates públicos de cualquier índole. Voces y ruido. Expresiones mentirosas, mensajes vacíos y lugares comunes.
Si todos hablamos al mismo tiempo, no nos escuchamos. Y si no nos escuchamos, pasan de largo las mentiras y los discursos vacíos. Y corremos el riesgo, incluso, de defender nuestras posturas con la mera repetición de frases hechas y sobre las que no nos detenemos, en silencio, a reflexionar sobre ellas.
En una de las cartas de los escritores que mencionamos al principio recuerdan una máxima de Ludwig van Beethoven: «Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo». En el ruido todo es lo mismo.
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