Por Gisela Paggi

Cuando uno lee a Colette parece descubrir que fue una mujer con un conocimiento que iba más allá de lo estrictamente mundano. Un aura de esoterismo, de sobrenaturalidad o de saber ancestral parece haberla envuelto porque sus obras se nos descubren pero no siempre del todo como si se dejara siempre algo para sí, manteniendo el misterio, como si aún no fuéramos lo suficientemente evolucionados como para captar la totalidad de su mensaje. Su ojo le permitía capturar la totalidad del universo que rodea la simple cotidianeidad de los hombres y las mujeres, como si del lado oculto de la luna se tratara, y en los minúsculos y simples detalles de la vida se hallaba la materia prima con la que hizo su literatura.
Sidonie-Gabriell Colette fue una mujer de vanguardia cuya vida nos parece irreal o imposible. La red compleja de momentos que conformaron su biografía está marcada por la superación, el empoderamiento y la lucha por la libertad en todos sus más variados aspectos. En su juventud ofició como escritora fantasma de su propio marido. Sufrió abusos y maltratos. Pero cansada de la tutela de ese hombre, se libró y salió a construir su propia historia. Fue bailarina de cabaret, vivió años de profunda liberación sexual (no sin generar numerosos escándalos), se comprometió a vindicar los derechos de la mujer y comenzó a despegar su carrera como escritora que la llevó a recibir la Legión de Honor otorgada por el Estado francés, a su muerte, en 1954. Con ello se convirtió en la única mujer escritora en recibirlo. ¿Pero qué es lo que atrapa en la escritura de Colette? Yo considero que es su capacidad de congregar los aspectos psicológicos y emocionales de sus personajes, que hace que se nos vuelvan fácilmente reconocibles y asimilables.
La gata, parece descender de las más antiguas mitologías donde el gato como tótem sagrado, como esfinge y ser endiosado, protagoniza con frivolidad e imperio una historia de pasiones, celos y traiciones donde una joven pareja se transforma en un extraño triángulo amoroso cuando la presencia sacrosanta de la gata pone en jaque la idealización y el romanticismo de su incipiente matrimonio. En esta nouvelle, Colette bien supo conjugar el misticismo, la sensualidad y la fantasía encarnada en Saha, la mascota del protagonista, que viene a defender su trono ante la llegada de la mujer que debería ocupar su lugar. En un duelo imposible, gata y mujer se enfrentarán por el amor de un hombre que parece ya haber elegido.
Esa gata es el instrumento que nos permite dilucidar la capacidad de Colette para construir esas mentalidades complejas, laberínticas, expresivas. Camille representa todos los aspectos que la autora consideraba como esencialmente feministas para la época: era fresca, espontánea, desprejuiciada y cosmopolita. Alain le esquiva a la demostración de los afectos, es inmaduro y parece vivir en una constante nostalgia en relación a su infancia y adolescencia. Contra ello viene a rebelarse Camille. Contra esa gata donde su marido parece bajar la guardia y ser más humano y condescendiente. Entre ellos se establece un vínculo sensual y misterioso (que en nada se asemeja a la zoofilia, porque en realidad es un vínculo mucho más sutil e inaudito) donde no hay espacio para que Camille se apareje.
En un ambiente que, por momentos, parece recreado bajo la luz de un impresionismo y, que nos imaginaríamos, bien podría representarse con una escena soleada y estival de Manet, Colette construye una novela plagada de destellos perspicaces, agudos, como su vida misma. Ha sido una mujer versátil que ofició como artista de revistas, guionista, periodista. Dedicó gran parte de su carrera al mundo del teatro que la fascinó por la posibilidad de poner en práctica su propia personalidad multifacética. También fue una ávida lectora y dejó una nutrida correspondencia de la que se destaca la que mantuvo con Marcel Proust. En ella se configuran varias aristas que la transformaron una mujer admirable por su valentía y su genio. En la galería de fotos que dejó por su paso en este mundo, puede verse el rostro de una mujer que nunca perdió la ilusión de jugar.
«Respiraba sobre su cuerpo el perfume único de la soledad,
el áspero aroma felino de la hierbas y el boj en flor.»

Novela breve de la famosa y multifacética autora francesa Sidonie-Gabrielle Colette. Publicada en 1933 por el prestigioso editor parisino Bernard Grasset.
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