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Poeta en paracaídas

Por Gisela Paggi


Hace poco más de 100 años terminaba la Primera Guerra Mundial y en ese paisaje devastado y doloroso se alzaron las voces de hombres y mujeres que entendieron que era necesario rebelarse contra todo sistema establecido y contra las formas antiguas y tradicionales de un mundo fracasado. Esta renovación llevó el nombre, belicista por otro lado, de avante-garde. Y el mundo conoció, así, a las vanguardias artísticas que rompieron moldes, que experimentaron con las expresiones y buscaron la libertad absoluta del pensamiento.

Las vanguardias son un conjunto variopinto de movimientos que transformaron todas las ramas del arte. En este crisol heteróclito, que se expandió como pólvora por Europa y América, encontramos el Creacionismo de Vicente Huidobro y su viaje en paracaídas.

Altazor o el viaje en paracaídas es una de las obras más representativas de las vanguardias latinoamericanas que habían encontrado en el Modernismo, con sus formas clasicistas, su lenguaje refinado y su pretencioso cosmopolitismo, su enemigo declarado. Porque las vanguardias, atentas al ascenso raudo del Capitalismo, se adosaron a la lucha de las nuevas ideologías de las clases trabajadoras. Pero volvamos a la literatura. «Altazor» presupone una fiesta lingüística.

Huidobro, en su manifiesto de 1914, Non serviam, establecía que el poeta ya no sería esclavo de la naturaleza, del mundo conocido como tal: «No era un grito caprichoso, no era un acto de rebeldía superficial. Era el resultado de toda una evolución, la suma de múltiples experiencias». Ya no era tiempo de recreaciones, de imitaciones. Era tiempo de creación. El lenguaje poético debía adquirir un estatus performativo: decir pero, sobre todo, hacer.

La palabra era la herramienta con la que se destruiría la realidad conocida. Apartada para siempre de la mímesis realista, Altazor es una realidad en sí, pero creada desde cero a partir de los cimientos del mundo antiguo. La metáfora, incluso, ya deja de ser un vehículo porque, ante la ausencia de lo literal (lo real tal como se lo conoce), no queda nada a qué referenciar. En Altazor la metáfora es denotativa.

El extenso poema consta de un prefacio y de siete cantos. El trabajo del creador fue constante a lo largo de varios años por lo tanto puede hallarse cierta diferenciación en relación a otros ismos que proponían la inmediatez y lo espontáneo. Huidobro planificó un texto con dedicación y trabajo. Quizás porque presuponía que esa era una característica primordial del creador: la responsabilidad por la perfección del mundo creado. Altazor es el poeta o, mejor aún, el sujeto lírico, que se autorreferencia en tercera persona. Es un ave que, careciendo de alas, cuenta con un paracaídas. Azor es un ave rapaz diurna. Su elección puede fundamentarse en la luz que se relaciona con la vida o el paso a una nueva a diferencia de la noche que presupone la muerte.


Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad? /¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa /Con la espada en la mano? /¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios? / ¿Por qué un día de repente sentiste el temor de ser? / Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir / ¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor? / Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor / Estás perdido Altazor / Solo en el medio del universo / Solo como una nota que florece en las alturas del vacío / No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza / ¿En dónde estás Altazor?


El poema en su totalidad es una caída constante y, por eso, el viaje en paracaídas de la voz que sobrevive a la destrucción total del mundo. Asiste a un génesis, a un nuevo poblamiento y desde la altura de esa caída, somos testigos del renacimiento.


Soy yo Altazor el doble de mí mismo / El que se mira obrar y se ríe del otro frente a frente / El que cayó de las alturas de su estrella / Y viajó veinticinco años / Colgado al paracaídas de sus propios prejuicios


Todo en el texto está representado por una dualidad que suele provocar contradicciones. La caída, en sí, también puede ser leída como un ascenso. El trabajo de introspección de la voz poética es la norma. El poeta es la semilla de la que nacerá la nueva realidad. Por lo tanto, toda su humanidad debe ser revelada. A lo largo del poema transitamos por diferentes pasajes que van de lo nihilista y existencial a lo amoroso y lo místico. Cargado de simbolismos que podrían tenernos aquí entretenidos durante largo rato, «Altazor» se carga de imágenes que parecen representar toda la existencia. La salvación, que la voz no logra encontrar en el amor, solo puede hallarse en un lugar: la poesía. Y en la caída total encontramos que la poesía debe ser una destrucción absoluta. De nada serviría la creación de un nuevo mundo si la palabra aún está atada a los escombros de lo derruido. Ahí nace un nuevo código y lo lírico resurge como un fénix modificado para siempre. Es el nuevo mundo al que asistimos. El que soñaron las vanguardias. Es la poesía en su estado más puro y reducido a lo más elemental y necesario.


Al aia aia

ia ia ia aia ui

Tralalí

Lali lalá

Aruaru

urulario.


 

Poema vanguardista del autor chileno que se publicó por primera vez en Madrid, editado por la Compañía Ibero Americana de Publicaciones S.A., en 1931.

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