Por Alfredo de Jorge
Edición aniversario - Especial Jorge Luis Borges
En su libro El gen egoísta (1976), el etólogo Richard Dawkins postula que lo que distingue a los humanos del resto de los animales (además de, obviamente, lo biológico) es la cultura. La transmisión cultural –reflexiona– es análoga a la transmisión genética ya que da origen a una forma de selección natural mediante pequeñas variaciones. A la unidad de evolución cultural Dawkins la bautiza «meme»: aquella información que se propaga en el acervo «saltando de un cerebro a otro» mediante un proceso que puede llamarse de imitación (mimético). Como los genes, los memes pueden sufrir modificaciones, pero con la particularidad de que estas no son siempre aleatorias sino, a veces, intencionales, conforme allí interviene la creatividad humana, el humor, la síntesis, la necesidad de comunicar algo a través de signos, imágenes y palabras.
En esta línea, la obra de Jorge Luis Borges es profundamente memética, no solo por el hecho de pertenecer al conjunto de ficciones creadas por la humanidad, sino –y de manera esencial– porque él era plenamente consciente de que tal es el modo en que operan los artefactos de la cultura. No por nada, en el prólogo a la edición de 1954 de Historia universal de la infamia, su primer libro de relatos, define sus propios textos como «el irresponsable juego de un tímido que se distrajo en falsear y tergiversar ajenas historias». Es decir, Borges sabía que su trabajo era, sustancialmente, la reescritura de textos previos, la adulteración, la distorsión, la transformación mediante sutiles modificaciones. Borges es así, a mi entender, el mejor de los autores, el más alto de todos los gigantes. Y lo es probablemente porque comprendió, como nadie, que todos estamos parados sobre los hombros de otros gigantes. Tal es la idea que subyace en su cuento Pierre Menard, autor del Quijote: la escritura (o, mejor y más importante: la lectura) consiste en desentrañar una especie de palimpsesto –aquellos manuscritos medievales que se reutilizaban dejando traslucir los rastros de escrituras previas– en una operación prácticamente infinita de busca de nuevos sentidos. Todo texto está escrito sobre otro texto precursor; todo meme es la réplica, fiel o infiel, de un meme anterior.
De modo que una página de memes dedicada a la obra de Borges no es sino otra manifestación de esta retroalimentación que caracteriza a la cultura, una nueva capa en la exhumación de Troya, donde se combinan dos de mis pasiones mayores: la literatura y el humor. El humor es el mecanismo predilecto con el que lidio –inconscientemente o no– con el mundo que me rodea, y uno de los pilares a través de los cuales construí mi vínculo con el universo borgeano. Pero, más allá de lo lúdico, intento que mis memes tengan, cuando es posible, una función estética y pedagógica, que inviten a la reflexión y a la (re)lectura de Borges. Si bien soy consciente de que el meme suele estar atado al trending topic, a lo viral y a lo arbitrario del algoritmo, y por lo tanto hay algo esencialmente efímero en su naturaleza, sé también que un buen meme puede llegar a trascender su frágil condición fugaz, encontrar lo eterno en el instante y convertirse en un clásico. ¿Y qué es un clásico? Ya lo definió Borges: aquello que «es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones y perversiones».
Nació en Buenos Aires en 1983. Es profesor y licenciado en Letras egresado de la Universidad Católica Argentina. Ha trabajado como corrector para editoriales y medios gráficos, y desde hace diez años se desempeña como docente de Literatura y Prácticas del lenguaje en el nivel Secundario. Nos cuenta que sus us artistas predilectos son Carlos ‘Indio’ Solari, sobre cuya obra poética realizó su tesis de licenciatura (y está escribiendo un libro) y Jorge Luis Borges, autor de una obra con la que mantiene un diálogo constante –humorístico, estético, pedagógico– a través de su página de Instagram @memesborgeanos.
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