Por José Salem
Nuestro invitado especial de septiembre y su recomendación.
Sobria. Adjetivo que define la nueva novela de Delphine de Vigan; con lo difícil que resulta encontrar la sobriedad en los ocasos, cuando las palabras escasean, cuando se esconden y las ideas se quedan mudas.
Michka transita una vejez en total autonomía, una vejez digna, hasta que la afasia empieza a ganar terreno. Pese al amor y al cuidado que le profesan Marie—una suerte de hija adoptiva—y Jérôme—logopeda que la trata para que el proceso de afasia se ralentice—, su deterioro progresivo la obliga a resguardarse en un geriátrico. Es que ella va perdiendo las palabras: las piensa, no las encuentra; las pronuncia, por aproximación; las busca, le son esquivas. Y Michka se da cuenta, pero no se amedrenta, casi no se entristece ni angustia; sabe que, aún, le queda algo muy importante por hacer: tiene una cuenta pendiente que pretende saldar. Va perdiendo las palabras, no las ideas; confunde un término con otro, una expresión con otra que suena similar, aunque no confunde ni olvida los secretos del alma; revive escenas de su niñez, no ha perdido la capacidad de recordar y de jugar.
Michka ha llevado una vida intensa como reportera fotográfica, correctora en un diario y lectora, y antes de la despedida que, sabe, se aproxima, quiere saldar su cuenta. Ya había hecho varios intentos pero, con la poca información que tenía, fueron intentos infructuosos. Es consciente de su deterioro y de que el ineluctable paso del tiempo juega en contra de la posibilidad concreta de pagar su deuda, una deuda de gratitud.
¿Qué más valioso para ella? ¿Qué más importante que agradecer, mientras quede tiempo, a quienes la cobijaron y arroparon, la alimentaron y educaron, se hicieron cargo de su vida? La necesidad de expresar gratitud de Michka se ve espejada en idénticas necesidades de Marie y de Jérôme, las voces narrativas que se van entrelazando en torno a ella. Un triángulo de amor sutil y noble se esboza, se muestra, se afianza con el correr de las páginas, un amor inevitable que se derrama con naturalidad.
La sobriedad con la que la autora trata la vejez, el deterioro y la memoria transforma en bálsamo una historia que, a priori, debería ser dolorosa, triste. Esta novela es una oda a las relaciones humanas, al amor desinteresado, a la gratitud tan necesaria en el mundo de hoy.
«Se llama Michka. Es una anciana con apariencia de niña. O una niña envejecida por descuido, víctima de un encantamiento. Se aferra a los brazos del sillón con sus dedos largos y huesudos, como si tuviera miedo de caerse», dice la autora; y así, como se aferra a los brazos del sillón, así se aferra a la vida, al menos, hasta que pueda saldar su deuda: agradecer al matrimonio que, cuando niña, la salvó de las garras del nazismo. Pero, para eso, primero debe encontrarlo.
Un relato a dos voces—las de Marie y Jérôme—que nos sumerge en la vida de Michka. Las voces se tejen, se entrecruzan; los caminos de los tres, sus sueños y sus gratitudes, también. Novela sin estridencias, de una belleza simple, el estado en el que más brilla la belleza porque no hay otras luces que la encandilen. De Vigan nos cuenta el dolor del desgaste humano, el de la vejez, como quien cuenta el amor, como quien acaricia. Y los lectores no podemos más que agradecer el regalo que nos hace: transformar el dolor en gratitud—la que sienten Michka, Marie y Jérôme—, la gratitud que nos ofrenda como un soplo de aire fresco.
(París - Francia). Nació en Buenos Aires y vive en la capital francesa desde 2008. Es abogado y escritor. Estudió historia del arte en la Fundación del Museo Nacional de Bellas Artes, y lengua y civilización francesa en la Sorbona. Escribe narrativa y poesía en español y en francés. Autor del libro de relatos Donde la vida nos lleva (Paradiso, 2021).
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