Eugenia Ladra
- Ulrica Revista
- 11 jul
- 2 Min. de lectura
Reseñas - Edición N45

Empezar una reseña sobre un libro ambientado en una pequeña comunidad nos hace pensar en un lugar común: pueblo chico, infierno grande. Pero no necesariamente un pueblo tiene que ser el Infierno. Ni tampoco el Paraíso.
Las comunidades humanas, dónde sea y cómo sean, encierran dinámicas muy propias aunque solo se diferencien sutilmente de otras. Paso Chico, el pueblo inventado por la pluma de Eugenia Ladra, es una aldea de pescadores en algún lugar del Uruguay. Allí las calles son pobres, los perros son flacos y andan en manadas y las casas son bajas.
Hay algo de esa esencia latinoamericana de los pueblos chicos, eso que a los que los habitan les hace vivir entre la realidad del abandono, insectos, la esperanza en un milagro que los salve y ciertas cuestiones casi inexplicables. Porque la magia, aunque pobre y de circo de cuarta, es parte de la realidad cotidiana. Siempre hay una superstición y una imagen de la Virgen María dando vueltas.
Carnada, publicada por la editorial uruguaya Criatura Editora, es la primera novela de la autora. En ella Ladra construye una historia principal, la de Marga y Recio, como si se tratara de un tapiz en movimiento. La historia principal, la novela, está poblada de cuentos e historias que nos revelan esos otros espacios que habitan los protagonistas y que comparten con los demás personajes que viven en el pueblo.

Algo de ese espíritu de novela construida con cuentos, estuvo presente al inicio de la escritura de Carnada. Eugenia Ladra nos cuenta que fue un proceso de escritura largo, unos tres años, en el que hubo mucho de intuición y reescritura, y que enfrentó ciertos temores. «Al comienzo de la escritura, la palabra novela me asustaba terriblemente, así que hablaba de cuento. Escribí unas cuarenta páginas desde la primera persona de Marga, pero las descarté para lanzarme a escribir con el narrador que finalmente cuenta la historia. Ese fue un punto de inflexión porque sentí, de verdad y por primera vez, que esa era la voz de una novela. Me llené de un impulso que entonces no entendí –pero que aproveché–, y que hoy pienso que fue el brillo que aparece cuando se encuentra algo que no sabía que estaba buscando».
No podemos dejar de lado un elemento muy visual de esta novela, que da una vitalidad particular a los personajes y al pueblo, cuyo influjo late, vivo, en cada página. «Mientras trabajaba en Carnada imaginaba una especie de obra de teatro o una suerte de pueblo escenográfico, como el Dogville de Lars von Trier. La contención de esas imágenes me daban cierta comodidad en la escritura: al manejar pocos elementos, conocía a fondo mi material de escritura».
En un pueblo chico, donde todos se conocen y todos, de alguna forma, comparten la esperanza y la desgracia, siempre hay una atmósfera opresiva y agobiante. «En ese lugar compacto que es Paso Chico, con elementos y relaciones también compactas, los vínculos se me aparecían más claros. Y también la violencia. Y en el período de escritura necesitaba esta claridad, porque Carnada es una novela donde interesa mostrar y no tanto decir».
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