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La tristeza rumiante de Galicia

Por Gisela Paggi




Quienes escribieron sobre Rosalía de Castro hablan sobre su maestría lírica, sobre la revaloración que le dio a la lengua gallega y sobre lo pionero de su pensamiento feminista en la España del Siglo XIX. Pero también hablan sobre cierto halo de tristeza que ensombrecía siempre el semblante de la escritora. En sus poesías se cuela una melancolía que va aparejada con una sensibilidad muy propia y que se convertiría en su firma. Será por los misterios que rodearon su vida desde su nacimiento, por un destino no demasiado feliz y por la siempre creciente preocupación que le despertaba la desestimación que se cernía sobre su tierra: Galicia.

En los registros de su nacimiento en 1837, María Rosalía Rita de Castro figura como hija de padres desconocidos. La razón fue que su madre era María Teresa de la Cruz Castro y Abadía, una hidalga venida a menos y José Martínez Viojo, un sacerdote. De ella se hizo cargo su madrina, quien fuera una fiel sirvienta de su madre y, por eso, se salvó de entrar en un orfanato. A los ocho años, pasa a custodia de una tía materna. Allí, en Castro de Ortoño, Galicia, los rumores sobre su origen se propagan, pero es allí también donde comienza a comprender la realidad del pueblo gallego, tema que inundará su posterior poesía y la convertirá en la referente indiscutida de las letras gallegas del siglo XIX.

La vida de Rosalía de Castro fue forjada al fuego de la tragedia. La verdad sobre su origen le fue revelado por su madre varios años después. Se casó y amó a Manuel Murguía, quien la incentivó a escribir y propició la publicación de varias de sus obras. Tuvo seis hijos. El primero, siendo muy pequeño, murió en una caída. Su segunda hija nació muerta. De cada uno de estos hechos se desprende un poemario. Pero fue con el poemario Cantares gallegos con el que rescató a la lengua gallega, menospreciada culturalmente y relacionada a menudo con el retraso social y la ignorancia de las clases más bajas; y con el que posicionó a su tierra como un nuevo foco cultural.

Cantares gallegos está marcadamente influenciado por la cultura popular de la que Rosalía de Castro se alimentó durante su infancia cuando los días transcurrieron lentos hasta que los rumores de su origen se fueron disipando. En la melancólica y rutinaria tarea de los campesinos, Rosalía halló una hermana para su propia melancolía. El pueblo reprimido era una perfecta analogía para sus sentimientos de excluida social. En esas mujeres laboriosas de su tierra encuentra un objeto de admiración y orgullo. Rosalía era la voz de una patria olvidada y se propone dignificar ese rincón de España tan desairado. No es un libro donde la voz lírica de la autora presenta sus intimidades más profundas. No. Es una obra donde, la mayor parte del tiempo, le da su voz a una joven que es otra y no ella misma. Es un libro que se abre, que exterioriza, que muestra al mundo una pequeña porción de tierra donde el paisaje inunda la visión, abarca todos los aspectos. En el prólogo de este libro y que ella misma escribiera, explica por qué reivindicar su tierra desde el orgullo que le da su paisaje y su folklore: «Canciones, lágrimas, quejas, suspiros, tardes, romerías, paisajes, prados, pinares, soledades, orillas, costumbres, todo eso, en fin, que por su forma y color se dice que se canta, todo lo que resonaba, una voz, un rugido por leve que sea, siempre y cuando me conmueva...».

Rosalía siempre escribió los prólogos de sus obras. En ellos pareciera explicar sus motivaciones, invitar al lector a animarse a una zambullida, dar razones de esa parte más íntima que forma parte del autor y que es el móvil que lo invita a sentarse a escribir sobre un tema cualquiera. Y Cantares gallegos es una génesis de la cual nacerá una pluralidad de voces de mujeres encarnadas en su tierra. Como semillas dulcemente sembradas, cada una de ellas surgirá y cantará las formas más bellas y plurales que tiene la vida en su ciclo tan circular y, circular, es este libro que pareciera querer imitar ese ciclo vital de generaciones de mujeres que se suceden interminablemente. Has de cantar es su primer poema y es una invitación. Un llamado a las armas al pueblo gallego. Los sentimientos patrióticos de su tierra tendrán su manifiesto en la una voz femenina.

En Follas Novas, poemario de 1880, marcadamente feminista y en el que se observa un enorme compromiso social, ella continúa con el tema gallego pero ya dándose lugar a una transición hacia lo más intimista y profundo. En el prólogo de esta obra, Rosalía de Castro escribirá: «Lo que siempre me conmovió fue las innumerables cuitas de nuestras mujeres, amorosas criaturas con propios y extraños, llenas de sentimiento, tan esforzadas de cuerpo como blandas de corazón y también tan desdichadas que se dijeran nacidas sólo para soportar cuantas fatigas puedan afligir a la parte más débil y sencilla de la humanidad».

Sin dudas, Rosalía de Castro vio su vida siempre desde detrás de un velo de saudade. La melancolía de las mujeres de su patria ha sido su propia melancolía y ha sido una voz que reivindicara a Galicia como una tierra de rico folklor, de mujeres apasionadas que, incansablemente trabajaran de sol a sol, siempre ensombrecidas por la tragedia pero fuertes como un roble. Quizás haya habido algo de añoranza en Rosalía de Castro ante la fuerza de estas mujeres. Una admiración latente y bondadosa. Rosalía murió 1885 por un cáncer de útero pero, lo cierto, es que pareciera haber vivido en un constante estado de enfermedad. En su lecho de muerte le pidió a su hija que abriera la ventana porque quería ver el mar. Fue un poeta contemporáneo a ella, Manuel Curros Enríquez, quien dijera: «Rosalía es Galicia que pasa rumiando su tristeza de siglos».



 

Presa de una melancolía enfermante y arrastrada por una larga seguidilla de tragedias personales, se valió de su tristeza para encontrar una analogía en la de su pueblo. Con esta obra (1863, impresa en Vigo por Juan Compañel), posiciona al gallego como una lengua culta y apta para la lírica luego de siglos de desidia y menosprecio.

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