Por Pablo De Santis
Edición aniversario - Especial Jorge Luis Borges
En el cuento de Borges La muerte y la brújula, el plano ocupa un lugar central en la resolución de un enigma. Ocurren tres asesinatos, en tres puntos de la ciudad que forman un triángulo equilátero. Todo parece indicar que es el número tres lo que obsesiona al asesino y que la clave que da sentido a los crímenes toma su inspiración de la cábala. Convencido de que las hipótesis tienen la obligación de ser interesantes, el detective Erik Lönnrot postula que el verdadero corazón de la serie no es el número tres, sino el cuatro, al que corresponde un último punto en el mapa. Ya no se trata de un triángulo, sino de un rombo. Marcados el Norte, el Este y el Oeste, solo queda un punto, el Sur: una quinta de abundantes eucaliptos. En alguna entrevista Borges señaló que la quinta de Triste-le-Roy que aparece en el relato es una transposición del Hotel Las Delicias, de Adrogué, donde pasaba de niño sus veranos. Lönnrot usa una guía Baedeker para recorrer la mente del asesino. Es probable que Borges tuviera en mente la guía Peuser, que cartografiaba Buenos Aires desde el siglo XIX, y que no faltaba en ningún hogar.
Quisiera formular una conjetura: el cuento de Arthur Conan Doyle, El ritual de los Musgrave, sirvió de inspiración a este relato de Borges. Es un caso que pertenece a la juventud de Sherlock Holmes, antes de que trabara amistad con John Watson. Es un cuento complicado para exponerlo con claridad en pocas líneas, pero recordaré apenas un elemento de la historia: un inteligente y codicioso mayordomo comprende que un antiguo texto que ha permanecido por generaciones en la familia para la que trabaja no es sólo una larga alegoría, sino un modo de indicar el camino hacia un tesoro escondido. Descubre que las vagas metáforas del poema ritual son un ejercicio de trigonometría. Como a Lönnrot,una trampa lo espera al final del camino. El detective de Borges y el mayordomo de Conan Doyle son semejantes: se entregan al puro desciframiento, y no prestan atención a su propio lugar en la trama. Creen que están afuera de la historia, que son meros lectores, hasta que el odio los alcanza.
En los dos cuentos, la trama se extiende por el territorio, en busca de un escondite. En un caso, lo que está escondido es el último crimen de una serie; en el otro, la corona de un rey. Una vez más, como en tantos cuentos y poemas, Borges muestra su desconfianza ante el juego intelectual. Doyle nos presenta a dos descifradores: el mayordomo y Sherlock Holmes. Borges concentra estos dos personajes en uno solo, al que corresponde el papel de investigador y de víctima a la vez.
En uno de sus últimos libros, Los conjurados, Borges dedicó un poema a Sherlock Holmes. En una de sus estrofas, dice:
«No tiene relaciones, pero no lo abandona
la relación del otro, que fue su evangelista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive en modo cómodo: en tercera persona».
La palabra «milagros» es, por supuesto, una crítica al carácter poco riguroso de sus soluciones. El poema recorre los elementos que nos son más familiares: la amistad del doctor Watson, el mastín de los Baskerville, «un Londres de gas y de neblina», el departamento de Baker Street 221 B. Pero veamos el final del poema:
«Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna».
La mención al jardín y a la luna parece hablar menos de Sherlock Holmes que de su propio cuento, La muerte y la brújula. Porque es Eric Lönnrot quien encuentra la muerte en un jardín y bajo la luna:
«Un resplandor lo guió a una ventana. La abrió: una luna amarilla y circular definía en el triste jardín dos fuentes cegadas».
Acaso en la escritura de la última estrofa Borges se distrajo de Sherlock Holmes y pensó en Erik Lönnrot, ese fugaz detective tan atento a los signos como ciego a las pasiones.
Ilustra Mirabella Stoor @mirabellastoor
Nació en Buenos Aires en 1963. Escritor, periodista y guionista de historietas. Publicó, entre otras, las novelas La traducción (1998), Filosofía y Letras (1999), El enigma de París (2007, Premio Planeta Casamérica y Premio Academia Argentina de Letras), La hija del criptógrafo (2017) y Hotel Acantilado (2021). Su último libro es Academia Belladona (Planeta). Es autor de más de diez novelas para jóvenes, por las que ganó el premio Konex de Platino y el premio Nacional de Cultura. Miembro de número de la Academia Argentina de Letras.
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