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Borges lector de Chesterton

Por Juan Francisco Baroffio




No se puede ser escritor sin ser lector. Esto se repite como una especie de mantra o de estandarte de batalla. No todos parecen creer que la segunda sea condición necesaria para lograr la primera. Pero sí, parece ser ineludible. En la misma línea podríamos afirmar que para ser un gran escritor se necesita ser un gran lector. Jorge Luis Borges sigue siendo hoy el paradigma del gran lector.

Es imposible imaginarlo sin un libro. Una de las más famosas frases del dixit borgesiano es, sin dudas, aquella en la que dice estar más orgullo de las páginas que leyó que de las que escribió. Y de un modo u otro, su literatura es libresca. Nunca faltan las referencias (explícitas o veladas) a libros y autores. Incluso a obras y escritores totalmente ficticios. Palabras como homenaje, reescritura, préstamo, plagio, intertextualidad se usan para caracterizar más de uno de sus textos.

La obra borgesiana es como un laberinto. Pero no uno pensado para perder al lector. Es uno para jugar a perderse con la seguridad de que Borges nos ha dejado pistas y referencias que, como el hilo de Ariadna, nos van a conducir por las bifurcaciones que querramos explorar. Las múltiples interpretaciones y lecturas que pueden hacerse están pensadas para que cada lector haga propio el texto. Leer a Borges es un juego en el que todos ganan y no hay perdedores.


Un punto en la Biblioteca de Babel

Dentro de la infinita biblioteca universal Borges escogió, con los gustos y subjetividades propias de cualquier lector, una serie de obras y autores que marcaron su vida. El londinense Gilberth Keith Chesterton (1874 – 1936) es uno de esos predilectos. Descubierto por el joven Georgie (tal vez en la biblioteca de lengua inglesa de su padre o en sus tiempos de adolescente en Ginebra), nunca dejó de leerlo: «Siempre he sido un gran lector de cuentos. Stevenson, Kipling, Conrad, Poe, Chesterton, los cuentos de las Mil y Una Noches en la versión de Lane y ciertos relatos de Hawthorne forman parte de mis lecturas habituales desde que tengo memoria» (Autobiographical notes, 1970). De esos a los que nombra, nos vamos a ocupar del rubicundo Chesterton.

En toda su obra, Borges lo menciona en 120 de sus textos (siendo uno de los 10 más mencionados). Los principales son los ensayos Los laberintos policiales y Chesterton (Sur N10, julio 1935), Modos de G. K. Chesterton (Sur N22, julio de 1936 – en ocasión del fallecimiento del escritor), Nota sobre Chesterton (luego reescrito como Sobre Chesterton y publicado en Otras Inquisiciones - 1952),De las alegorías a las novelas (Otras Inquisiciones). A esta lista hay que sumar la conferencia El cuento policial (recogida en Borges oral, 1979) y la selección de los textos El triunfo de la tribu (traducido por su madre Leonor Acevedo y publicado en la edición especial de Sur dedicada a las letras inglesas – 1947) y Cómo descubrí al superhombre (que integra la antología Cuentos breves y extraordinarios, compilación realizada con Adolfo Bioy Casares – 1953). Obviamente se ocupa de él en la Introducción a la literatura inglesa que escribió con María Esther Vázquez (1965).

Borges también tradujo el poema Lepanto (en 1938) y los cuentos El honor de Israel Gow (1943) y Los tres jinetes del Apocalipsis (1985). Este último considerado por el argentino como uno de los mejores cuentos del inglés.

Reseñó tres libros póstumos de Chesterton apenas vieron la luz en inglés: The Paradoxes of Mr. Pond (El Hogar, 14 de mayo de 1937), Autobiography (El Hogar, 1° de octubre de 1937) y The End of the Armistice (Sur N70, julio 1940). La lista se acrecienta con dos antologías de cuentos de GK: El ojo de Apolo (para la colección Biblioteca de Babel, 1985) y La cruz azul y otros cuentos (colección Biblioteca Personal, 1985). Ambos cuentan con prólogo escrito para la ocasión.

Y consideramos que esta lista no estaría completa sin mencionar por lo menos las tres menciones más importantes que hace del icónico personaje creado por Chesterton, el Padre Brown: los cuentos Las doce figuras del mundo (donde un personaje se hace pasar por el sacerdote) y El dios de los toros (ambos publicados en Seis problemas para don Isidro Parodi, 1942), y en el poema Juan López y John Ward (incluido en Los conjurados, 1985).

Como vemos, desde la juventud hasta su libro final, Chesterton fue un autor que siempre lo acompañó.


Prejuicios

A pesar de estas cuantiosas menciones y de las que realiza en la infinidad de entrevistas que le hacen, el vínculo literario entre ambos no ha sido profundizado del todo por los estudiosos. Gillian Gayton considera que, incluso, ha sido menospreciado (principalmente por los críticos anglófonos), que no comprenden las cualidades literarias que el argentino encuentra en su par británico. Es probable que esto se deba a dos prejuicios de distinto orden.

Por un lado, cierto desprecio intelectual por el género policial. Un género popular y muchas veces simple, suele ser tenido en menos por la comunidad académica y por los propios lectores. No pocas veces es tratado como un género menor. Borges, muy por el contrario, lo tenía en una gran estima (basta pensar la cantidad de relatos y novelas policiales que seleccionó para diversas colecciones a lo largo de medio siglo). El argentino valoraba mucho la forma estructural narrativa clásica presente en los textos más canónicos del género. Esa forma es la que él mismo utiliza en sus narraciones.

Otro prejuicio que puede tener incidencia es sobre el catolicismo de Chesterton. Así lo creía Borges: «Los católicos exaltan a Chesterton y los librepensadores lo niegan. Como todo escritor que profesa un credo, Chesterton es juzgado por él, es reprobado y aclamado por él» (en Sobre Chesterton). Tanto los que lo exaltan por su credo religioso como los que lo desprecian por él, reducen la figura del prolífico autor británico. A Borges, sin embargo, lo tienen sin cuidado estos reduccionismos: «Suponer que agotan a Chesterton es olvidar que un credo es el último término de una serie de procesos mentales y emocionales y que un hombre es toda la serie» (Sobre Chesterton).


Predilección

Es sabido que Borges tuvo, a lo largo de su vida, opiniones contradictorias. Lo que le gustaba en su juventud lo despreció en su vejez y viceversa. Algo que, por otro lado, es muy normal en cualquier persona que tenga una vida tan larga. En otras ocasiones el Borges privado tiraba por el suelo lo que el Borges público elogiaba en entrevistas.

No ocurre así con la figura de Chesterton. Del inglés afirma que sus cuentos policiales son mejores que los de Edgar Allan Poe (padre del género) y despotrica contra los detractores que afirman que no armaba bien sus textos: «Prometo a mi lector que están mintiendo los que tal cosa dicen y que el octavo círculo del Infierno será su domicilio final» (en Modos de G. K. Chesterton). Borges, como nosotros, se vuelve un apasionado defensor de su autor favorito.

Es interesante indagar en los aspectos que a Borges lo atraían de la obra chestertoniana.

Admiraba su faceta de polemista. Y Chesterton fue un hábil púgil de la palabra. Borges, como sostiene Juan José Saer, fue un polemista nato.

El humor acertado y finamente irónico del autor londinense tiene muchos puntos en común con los del autor porteño. Basta un botón de muestra. Hablando de un acomodado y pedante hombre, escribe: «Desde muy joven aplicó a la historia de la religión su vasta y sólida cultura de ingeniero electricista» (en Cómo descubrí al Superhombre). Sin dudas podemos pensar en Borges castigando a algún escritor con una frase similar.

Chesterton fue bautizado como «El Príncipe de las Paradojas» por el uso magistral que hacía de ese recurso literario. Imposible no asociar a Borges con la creación de paradojas infinitas.

Creemos que el antinazismo temprano de Chesterton también es un punto de sintonía con el joven Borges y que lo unía más a su escritor favorito. Recordemos que falleció antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial y en un momento en que había cierta tolerancia con el partido alemán que había accedido al poder en 1933. Por su parte, Borges también tempranamente había emprendido una cruzada intelectual contra el nazismo.



Influencia

Borges escribió que las buenas ficciones policiales debían tener una solución de orden psicológico: una falacia, un hábito mental, una superstición. Y que en las malas la resolución era de orden material. Por eso afirmó que «Ejemplo de las buenas –y aún de las mejores- es cualquier relato de Chesterton» (reseña de The Paradoxes of Mr. Pond).

Chesterton, de alguna forma, funciona como paso intermedio entre Poe y Borges. El famoso autor norteamericano escribió cuentos de puro horror fantástico y cuentos policiales. Pero nunca combinó los géneros. Chesterton, por el contrario, lo hizo. Sobre todo en la saga del Padre Brown. En ellos el misterio a resolver propone explicaciones e indicios de tipo demoníaco, sobrenatural o mágico, pero al final son reemplazadas por una explicación razonable de este mundo. Borges llevó al extremo las explicaciones cuya razón es metafísico o fantástica.

Chesterton usó las formas del policial para abordar lo metafísico o lo filosófico. Borges es probable que haya descubierto en esos textos las posibilidades infinitas de esa combinación. Muchos de sus cuentos pueden leerse en clave policial: se presenta un misterio, alguien debe resolverlo y la resolución es lógica, aunque sea de índole fantástica.

El lector

Hasta aquí hemos enumerado, escuetamente, los textos en los que Borges trata sobre sus lecturas, relecturas e interpretaciones de la obra chestertoniana. Abordamos, acaso imperfectamente, los elementos que Borges pudo preferir como lector y aquellos que pudieron influirlo como escritor. Pero en definitiva, como en cualquier lector empedernido, hay un elemento subjetivo que ejerce la primacía. Borges así lo entendía: «La obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad» (prólogo de La cruz azul y otros cuentos). El viejo Borges, escritor totémico, ya habitante de su propio mito, en las horas finales de su vida vuelve como un lector hedonista y lúdico a las páginas que lo han hecho feliz. La verdad, no creemos que haya mayor argumento en favor de la obra de cualquier autor.

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