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La pieza faltante

Por Gisela Paggi


Dos investigadores del CONICET dieron con el más antiguo diccionario de la lengua castellana hallado hasta la fecha y la historia se constituye como una crónica apasionante donde el azar y el ojo de los expertos se conjugan para armar un rompecabezas casi tan antiguo como lo es nuestro idioma castellano.



Antonio de Nebrija fue aquel hombre del Renacimiento que formuló la idea de que «siempre la lengua fue compañera del imperio, y que de tal manera lo siguió, que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída de entreambos». Nebrija hablaba de imperios pasados, pero con este argumento convenció a Isabel de Castilla de la importancia de su Gramática para la institución del castellano como lengua del incipiente imperio ante el avance de sus fronteras hacia el sur (en las consecutivas victorias sobre el árabe hasta su completa reconquista en 1492 del último bastión al-Andaluz: Granada) y hacia mar abierto con la dominación de las amplias tierras que culminaron por formar parte del Reino de Castilla y Aragón durante largos siglos.

La lengua castellana se impuso por encima de las muchas otras lenguas que se hablaban en la península y fue producto de una decisión política que acompañaron los Reyes Católicos en el nacimiento de un imperio vasto que requería de una uniformidad dialéctica de la misma manera en que había sido anteriormente concebido por el Imperio Romano, que procuró la expansión del latín como lengua del Estado y de la que derivan, en su forma vulgar, todas las lenguas romances y, entre ellas, justamente, el castellano.

Hamlin y Fuentes.

Desde este punto de vista que se constituye de vital importancia desde lo histórico, asistir al descubrimiento de dos folios que son anteriores a los de Nebrija y que se instauran como el primer diccionario castellano-latín, es un hecho extraordinario.

Dos investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET) son los responsables de este hallazgo único: Cinthia Hamlin y Juan Héctor Fuentes. Y digo único porque, además de constituirse como un hito en la historia de nuestro idioma, estamos ante una crónica apasionante.


El punto de partida

El inicio de este relato se encuentra en un texto que poco y nada tendría de común con esta historia: La Divina Comedia, de Dante Alighieri. Cinthia Hamlin se hallaba en la Firestone Library de la Universidad de Princeton (New Jersey, EEUU) en febrero de 2018 estudiando el ejemplar de la traducción del Infierno, de Pedro Fernández de Villegas de 1515 cuando el encargado de la Rare Books and Special Collections, el Dr. Eric White, se acercó con un tomo del Universal Vocabulario en latín y en romance de Alfonso de Palencia y le comentó que, insertos al comienzo y al final, se encontraban dos folios de un vocabulario castellano que no pertenecían a dicho ejemplar y que nadie todavía había logrado identificar.

«Son pocas las veces que un investigador se cruza con material no identificado y potencialmente importante; son menos las que te llega prácticamente en bandeja. Agradecida por la generosidad de Eric White, me fui de Princeton fascinada por estos folios, con varias fotos y un nuevo objetivo». Dichos folios constituían el primer vocabulario castellano-latín, anteriores al Vocabulario Español Latín, de Antonio Nebrija que data entre 1494 y 1495, y estaban dedicados a la reina Isabel de Castilla. Pero para tal descubrimiento, había que pasar por varios casilleros previamente.

«A mi regreso a Buenos Aires comenzó la investigación. Gracias a los aportes de White contaba ya con la identificación tipográfica: Ungut & Polonus (Sevilla), tipografía gótica utilizada entre 1491 y 1493. Del análisis del prólogo pude extraer otro dato: la Reina Isabel es allí referida como “Reyna de Granada” y, por tanto, la Conquista de Granada en enero de 1492 debía establecerse como terminus a quo. Así, este incunable sevillano tuvo que imprimirse entre 1492 y 1493». Razón por la cual Hamlin supo que se encontraba ante el más antiguo registro de un encontraba ante el más antiguo registro de un diccionario castellano hasta la fecha.

Con la ayuda de su colega, el latinista Juan Héctor Fuentes, Hamlin encontró la pieza que le faltaba: la existencia de un códice manuscrito del siglo XV en la Biblioteca del Escorial, anónimo, que transmite un vocabulario castellano-latín de la A a la Z. «La sorpresa fue inmediata: el contenido de esos folios coincidían con nuestro fragmento. El testimonio manuscrito, además, transmite el vocabulario aparentemente de forma completa, de la A a la Z, aunque sin prólogo. En consecuencia, las dos hojas en cuestión prueban que dicho vocabulario llegó a la imprenta, por lo menos parcialmente, y fue dedicado a la Reina Isabel».

Antonio de Nebrija

Pero el trabajo no terminó ahí. Dada la importancia del descubrimiento, la posterior investigación los condujo por caminos diversos: desde las descripciones materiales de los testimonios hasta la reconstrucción del hipotético incunable; desde el cotejo de ambos textos hasta las conclusiones sobre su filiación; desde un estudio lexicográfico del Vocabulario Anónimo, hasta la identificación de lemas que representan la primera documentación de un término castellano; desde la identificación de sus fuentes lexicográficas latinas, hasta la conclusión de que el vocabulario es un work in progress; desde las preguntas por el estado fragmentario del incunable, hasta la posibilidad—descartada—de que se trate de una prueba de imprenta. «Esta investigación se extendió aproximadamente un año y la dimos a conocer recientemente en Hamlin-Fuentes, “Folios de un incunable desconocido y su identificación con el anónimo Vocabulario en Romance y en Latín del Escorial”», publicado en la revista académica especializada Romance Philology 74.1 (2020), páginas 93-122.

La importancia de este hallazgo único para la historia, no solo de la lengua castellana, sino también para la historia del libro en sí, es indudable. Pero no termina allí. Aún faltaba una segunda parte, el bonus track que cerraría la historia de manera inesperada: la identificación del autor de estos folios.



Foto de la Fireston Library.

Las segundas partes también son buenas

«La segunda parte del descubrimiento, la del autor, partió primero de la intuición que tuve al encontrarme con el prólogo, cuyo estilo, fórmulas de tratamiento de la reina y formato lo hacen muy similar a los otros prólogos de Palencia». El léxico utilizado difería del estilo de sus coetáneos Nebrija y Santaella y, luego de una exhaustiva investigación y de una serie de cotejos con fuentes y textos de la época, dio con su probable autor: Alfonso de Palencia, uno de los humanistas más importantes del siglo XV, que se dedicó a la historia y a la lexicografía y cuya muerte data en Sevilla en 1492. Su muerte, poco tiempo después de la Conquista de Granada, explicaría el hecho de que se haya dejado de imprimir, haya quedado incompleto y que su nombre no figure en el prólogo: habría sido impreso póstumamente.


La historia sin fin

La construcción de una lengua es una utopía. Es un ser vivo en constante redescubrimiento y evolución cuyos cambios paulatinos difícilmente son asequibles al ojo humano. El castellano nació como una rama de aquel latín vulgar y es la prueba de que no es una lengua muerta, sino que vive en todas las lenguas romances, tal como diría mi profesora de Latín. Desde aquella semilla pequeña, instaurada en un reino así mismo pequeño al norte de la Península Ibérica, se expandió un idioma como una fiebre que devoraba oro y sangre pero que, sin embargo, se alimentó también de otras lenguas y se volvió tan rica y encantadora como pocas.

El hallazgo de un documento tal en manos de estos investigadores del CONICET, es un hecho, sin dudas, apasionante. En ese largo camino que nuestra lengua realizó desde la ciudad donde una loba alimentó a Rómulo y a Remo, pasando por la «tierra de los conejos» hasta expandirse por tan diversas latitudes, hoy poseemos una pieza hasta ahora perdida que, finalmente, ve la luz del sol. Si nos detenemos a pensar brevemente en todo este desarrollo, no necesitaremos ser especialistas en la lengua para visualizar que, así narrado, parece breve y casi matemático, pero que, en realidad, el fluir de su evolución fue sutil y casi imperceptible. Que los años transcurrieron lentos pero en forma constante. Sin dudas, un fenómeno maravilloso en toda la historia de la humanidad.


Agradecemos la colaboración de Cinthia Hamlin para escribir este artículo. Ella es investigadora adjunta del CONICET, docente de Literatura Española Medieval en la UBA y de Literatura Italiana en la UNLP. Además es poeta y este año publicó Lepidolita.(Editorial Tren Instantáneo). Podés encontrarla y seguirla en @cinhamlin



Detalle de los folios descubiertos por Hamlin. Foto de la Fireston Library.

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