Por Gisela Paggi
El crepúsculo fue largo para José Asunción Silva, el poeta, ahora leyenda, colombiano que dio el pie para el nacimiento del Modernismo. Venía de una larga serie de fracasos. En lo literario, nunca alcanzó un reconocimiento que vaya de la mano de sus pretensiones. Educado en una familia donde se cultivaba el aprecio por las letras y el arte, Silva se convirtió en un dandy al que le tocó atravesar el vértigo del inminente cambio de siglo y, esa turbulencia social, bien fue espejo de una vida excéntrica de joven sensible y tímido, incomprendido y menospreciado que admiraba a Mallarmé y le enviaba, de regalo, exóticas orquídeas colombianas rigurosamente preparadas para afrontar largos viajes.
En lo económico, tampoco brilló. Quebrada su familia y, más tarde, a la muerte de su padre, se encargó del negocio familiar para descubrir que habían vivido en una fantasiosa prosperidad que no habían podido solventar. Se empeñó en renovar la economía familiar y realizó varias inversiones pero la prematura muerte de su hermana Elvira, lo sumió en una tristeza que nunca logró superar. La pobreza le cercó el camino y, en 1896, se disparó directo al corazón. Dejó en su lecho una edición de El triunfo de la muerte, de Gabriele D’Annunzio. Le había llegado la noche. Esa noche trémula que dejó plasmada en lo que se conoce como Nocturno III: una sombra, su obra más reconocida. Se trata de una poesía publicada por primera vez en 1891 en la revista «Lectura para todos» de Cartagena de Indias. La muerte, la ausencia y la soledad se entretejen en un relato inagotable, espejo del alma del poeta.
En ella, Silva rememora con suma delicadeza la historia de un amor truncado por la tragedia, repasando los detalles en tres partes: el amor en vida, la agonía y muerte de la amada, y el reencuentro final de los amantes en un espacio y en un tiempo que traspasan los límites de la vida. Cada una de ellas es el portal hacia un recuerdo. Luces y sombras se alternan casi hasta el infinito a la manera del claro-oscuro romántico.
«Una noche, / una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas, / una noche / en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas, / a mi lado lentamente, contra mí ceñida toda, / muda y pálida, / como si un presentimiento de amarguras infinitas, / hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara, / por la senda florecida que atraviesa la llanura / caminabas, / y la luna llena / por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca, / y tu sombra / fina y lánguida, / y mi sombra / por los rayos de la luna proyectadas, / sobre las arenas tristes / de la senda se juntaban, / y eran una, / y eran una, / ¡y eran una sola sombra larga! / ¡y eran una sola sombra larga! / ¡y eran una sola sombra larga!».
José Asunción Silva es el poeta maldito latinoamericano y su figura de genio se ha expandido en una leyenda que, aún hoy, perdura y que reconoce en su nombre el decadentismo y la sensibilidad poética de un joven que luchó contra el prejuicio y contra toda adversidad. En esa admiración laureada por los simbolistas franceses, se hallaba un germen creativo que se adelantó a las décadas de esplendor lírico en el continente. Si bien su poesía es reconociblemente moderna, también podríamos relacionarla con un Romanticismo tardío y que bien se fundamenta con su profunda amistad con el escritor Jorge Isaac. También, irónico y crítico con su tiempo, podría ser el pionero de la antipoesía que despuntara finalmente de la mano de Nicanor Parra.
Pero más allá de toda etiqueta, a la que Silva le escapa por originalidad e identidad, vemos que hubo un poeta marcado por la muerte y la desesperación que supo plasmar en su poesía toda la inmensidad de una tragedia que lo superó. Con las últimas monedas que le quedaban, el mismo día de su muerte, mandó a comprar un último ramo de flores para su hermana. La tristeza galopante de algunos poetas, logran mostrar en su descarnada vida la infinita sensibilidad que han poseído.
«Y tu sombra esbelta y ágil / fina y lánguida, / como en esa noche tibia de la muerta primavera, / como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas, / se acercó y marchó con ella, / se acercó y marchó con ella, / se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas! / ¡Oh las sombras que se juntan y se buscan en las noches de negruras y de lágrimas!…».
Poema del post-romanticismo escrito en 1891 y publicado en la revista Lectura para todos, editada en Cartagena de Indias (Colombia).
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