Por Jesús De la Jara
Edith Whartonnació el 24 de enero de 1682 en Nueva York. Ciudad que, sin duda, llevó en su corazón toda su vida y le permitió brindarnos retratos tan espectaculares como lo es La edad de la inocencia.
Una novela que bien vale un Premio Pulitzer. Nos cuenta la historia de Newland Archer en la Nueva York de 1870. Un lugar donde parece que todo está escrito y las reglas no se mencionan, pero sí se respetan. Durante todo el relato se puede asegurar que casi todo lo vemos a través de los ojos del protagonista masculino. La narradora no aborda toda la sociedad y los pensamientos de cada uno de los personajes (que son muchos) sino, más que todo, seguimos al joven neoyorquino y lo que sabemos de los demás es porque o él ha hablado con ellos o porque le han contado otros personajes. Así que gran parte de la novela es bajo su punto de vista y mucho parece quedarse en misterio. Este recurso es bien tratado por Wharton y la manera cómo maneja los pensamientos de un hombre es de admirar. Una comprensión y sensibilidad de lo que un hombre común de su época debió realmente experimentar.
Newland vive con su madre Mrs. Archer y su hermana Janey y está comprometido con May Welland quien es una joven hermosísima y muy virtuosa. Frecuentan la gran sociedad de Nueva York donde el dinero tiene mucha importancia y asisten constantemente a invitaciones, comidas y salidas a la ópera. Están otras familias importantes como los Van der Luyden y por supuesto la graciosa Catalina Manson Mingott, anciana que recibe a Ellen Olenska de Europa. Mrs Mingott es muy despierta y bastante autosuficiente de la sociedad. Tiene sus propias reglas y saber analizar bien los corazones de los demás. También tenemos al insoportable Beaufort quien está casado, pero no deja de estar detrás de mujeres.
Todo cambia cuando Newland vuelve a ver, después de muchos años, a Ellen (de hecho, así empieza la novela). Ella es una amiga de su infancia y también conoce a May. Pero ha pasado por mucho. Se casó joven con un conde ruso Olenski y se separó de él casi huyendo. A pesar que no lo pareciera, por lo que se menciona, era muy admirada en Europa, retratada por los mejores artistas y siempre concurrida por la alta sociedad. Ella, además tiene una característica que fascina a Newland que es su gran sinceridad. En parte, éste también lo es, al menos con ella, y eso hace que ambos se sientan muy atraídos el uno al otro. Ellen casi siempre dice todo lo que piensa no solo de la sociedad y sus absurdas reglas sino de sus propios sentimientos. Pero es tarea complicada poder ser aceptada en Nueva York pues allí todos hablan de todos. Y basta estar mal con alguien para estar mal con el resto. Las familias se juntan para apoyar o despreciar a alguien ante la ciudad y gran parte de su entretenimiento es juzgar e intervenir en la vida ajena.
Por otro lado, la novela resalta una permanente pelea entre Estados Unidos y Europa. No solo plasmada en los usos de la sociedad sino en formas de ver la vida. El mismo Archer siente gran atracción por el estilo europeo o francés, esto se ve en sus pensamientos y en la simpatía que tiene por un amigo europeo. La necesidad del conocimiento, el placer de una plática es algo que lo tiene muy dentro. Probablemente es más europeo que estadounidense. Ellen también refleja este nuevo mundo que parece ser bastante resistido por Nueva York.
La descripción de los sentimientos y pensamientos de los personajes no tiene pierde. La autora utiliza buenos símiles y tiene muy buenas frases. Tiene una gran comprensión de la situación no solo de las mujeres sino de los hombres. Las ideas del matrimonio y la unión de dos personas dentro de las convenciones sociales son exquisitamente descritas. Y desde el punto de Archer, el tema del peligro de perder su independencia, sus gustos o pasatiempos es muy realista. El ritmo del relato cae en muy episódico cuando Archer se casa pues ya no se cuenta una historia tan continua pero de todas maneras el libro es muy atrapante y siempre uno quiere continuar. La sensación que embarga a Newland en la última cena es fabulosa y hasta escalofriante.
Nos hace cuestionarnos muchas cosas. El paso a la vida adulta, ¿es realmente madurez o no es más que atarte a las convenciones sociales y borrar toda posibilidad de excentricidad y pasión? Si nos sumergimos en la historia, y como pocas obras ésta lo induce muy bien, podemos apasionarnos en pensar y descubrir quiénes son los malvados de la historia. ¿Aquella amante tierna pero que sin embargo sabe de qué cabo jalar y cómo retenernos? Puede que las generaciones cambien de opinión según sus propias convenciones sociales y lo que hoy vemos de una manera mañana será vista de otra. ¿Quién sabe si nosotros mismos no somos más que el resultado de lo que se nos ha inculcado o forzado a creer?
Octava novela de la autora norteamericana, que le valió el Premio Pulitzer de Ficción en 1921. Fue serializada en cuatro entregas por la revista Pictorical Review, en 1920. Más tarde, ese mismo año, fue publicada en forma de libro por la editorial newyorkina D. Appleton & Company.
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