Por Claudia Capel
El niño que jugaba en el Parque Güell guarda en su mente formas raras y visiones de «unas baldosas, unas mayólicas de colores» y esas visiones son su manera de recibir mensajes del universo y escribirlos. Llegan como piezas de un mosaico que él convierte en poemas, prosas, prosemas, cuentos y algunas novelas.
Descubre que es poeta. Escribe un libro de sonetos, Presencia, con una música perfecta y una identidad llamada Julio Denis que lo habita como un heterónimo durante el tiempo que todo poeta necesita para transitar el camino hacia la prosa. Es un poeta que quiere escribir cuentos. Ya sabemos que no es fácil para los poetas estirar la escritura hasta la novela por eso el cuento es la opción ideal. El cuento conserva la síntesis mientras la novela es un territorio larguísimo que requiere estirar y estirar las cosas que un poeta sabe contar en pocos versos.
Julio resuelve el problema con su visión «mosaica» y reúne piezas que llegan en poemas, cronopios, cuentos, instrucciones, fragmentos de una rayuela, modelos para armar y otros recursos que ayudan al poeta a estirar la escritura.
Otro recuerdo de infancia que convierte en herramienta literaria es el Almanaque del Mensajero, un anuario que compraba su madre, con calendarios, horóscopos, recetas, cuentos, poemas, adivinanzas, dibujos y trabalenguas que Julio recrea en La vuelta al día en 80 mundos y sus libros almanaque.
Es un solitario que ve el otro lado de las cosas, los reversos, los asombros. Ve al Minotauro como símbolo del Poeta: el héroe que habita el íntimo laberinto. Ve cronopios en un teatro parisino donde convergen Stravinsky, Jean Cocteau y Louis Amstrong. Ve poetas redondos, verdes, flotantes y húmedos desde su mirada invisible. Crea el mosaico de su obra reuniendo pameos y meopas, cuentos, capítulos de Rayuela, colores musicales, almas astrológicas, trata de distraer al poeta para escribir más largo, pero el poeta sigue ahí, late en el Bestiario, en la Maga, en la Casa, en la divina soledad de las cartas y cuando se acerca el final, la poesía se instala completamente en Salvo el crepúsculo; Julio vuelve a su estado natural, a su miniatura, a sus alas. El título del libro viene de un haiku de Matsuo Basho: «Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el crepúsculo».
En su soledad visionaria, ve bandadas de palabras que se posan en los alambres de la página, una a una, y él, sin pan que darles: «Ahora escribo pájaros. /No los veo venir, no los elijo, / de golpe están ahí, son esto /una bandada de palabras / posándose/ una / a / una / en los alambres de la página / chirriando, picoteando, lluvia de alas / y yo sin pan que darles, solamente / dejándolos venir. Tal vez /sea eso un árbol / o tal vez / el amor».
Es el amor, Julio. Cómo no amarte.
(Sevilla - España) Escritora nacida en Buenos Aires, adoptada por Sevilla. Autora de los libros de poesía Animalidad (Premio Juan Crisóstomo Lafinur), Diario de la tierra, Corazones y maletas, Trigramas, Una flor todavía (Antología), Borges invisible (Biografía). Directora de las revistas de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, Prisma y Proa entre 2010 y 2017. Coordinadora de muestras literarias con el Museo del Escritor de Madrid: El infinito Borges, El universo de Julio Cortázar y Cronopios, Un puente de palabras: literatura en español a los dos lados del mar. Autora de los talleres Ars Poeticca: poesía y escritura personal en Fundación Cajasol, Fundación Caballero Bonald y online en http://arspoeticca.com
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