Por Gisela Paggi
Ilustra Mirabella Stoor
Gabriel García Márquez decía que Carlos Fuentes era doblemente bueno: buen escritor y buen amigo. José Donoso decía, a su vez, que sin él no hubiera existido el llamado Boom Latinoamericano porque en su casa se reunían todos aquellos que formaron parte de ese espectáculo editorial que explotaba en España y en toda Europa.
Hoy, Carlos Fuentes, es un nombre inevitable cuando hablamos de literatura mexicana porque, en cierto sentido (figurado, claro), él fue la literatura mexicana. La pensó como un universo, espacial y temporal, que se nutría de las raíces más profundas de su país, de cada capa de sedimento que la conforman, para crear una obra definitiva. A ella se entregó con una disciplina inflexible.
Fuentes fue mexicano pero, también, ciudadano del mundo. Quizás esta doble condición fue la que le dio a esa obra monumental su trascendencia en torno a ciertos temas que siempre lo preocuparon como la corrupción del mundo pero, igualmente, siempre eligió hablar de su México, aquel que es hijo del mestizaje o, en términos de Ángel Rama, de la transculturación.
Si pensamos en la novela debemos recaer indefectiblemente en Carlos Fuentes. Fue un militante de este género (más allá de que ha cultivado otros) y le ha dado a las letras hispanoamericanas algunos de sus títulos fundamentales como La región más transparente (1958), La muerte de Artemio Cruz (1962) o su obra más desafiante,Terra nostra (1975). Si lo pensamos, en sus primeros años, Fuentes produjo sus obras más significativas. A esa lista sumamos Aura, ese tratado perfecto sobre la literatura fantástica que, sujetándose a las variables más tradicionales del género, le dio todo el condimento autóctono de su tierra. Con esta primera etapa que llega hasta 1975, el Boom se había consolidado y, con él, el nombre de Carlos Fuentes.
Después vinieron etapas más bien desparejas en su producción literaria pero nunca dejó de pensar la novela: «No han inventado las sociedades humanas instrumento mejor o más completo de crítica global, creativa, interna y externa, objetiva y subjetiva, individual y colectiva, que el arte de la novela», dijo en Geografia de la novela publicada en 1993 y a este invento dedicó la mayor parte de su vida.
Fuentes se propuso crear un universo temporal que englobara la Historia mexicana y hasta su muerte continuó con esa construcción tan ambiciosa como infinita. Él llamó a esta empresa «Edad del Tiempo» que abarcaba los tiempos precolombinos, la conquista y la Revolución Mexicana como hitos fundamentales. Y no hablamos de un tiempo cronológico (más bien Carlos Fuentes renegaba de él), sino de hechos del pasado que tenían sus ecos en el presente y que se ponían al servicio de la ficción para su labor creadora. Como Balzac pensara en una Comedia Humana que retratara la sociedad francesa de su tiempo, Fuentes tuvo su propio proyecto narrativo que nació con Gringo viejo, en 1985, pero cuyas raíces ya se encuentran en sus primeros libros. Porque Fuentes siempre se movió en torno a una serie de tópicos muy distintivos: la reflexión sobre la historia, la indagación lingüística y el examen minucioso de las relaciones de poder.
Luego está el Fuentes que incursionó en el cine, el que fundó revistas y se posicionó como un referente literario y cultural para toda una generación, el del conflicto con Octavio Paz, el de la carrera política. Pero, como su Edad del Tiempo, todo intento de resumir una vida como la suya, resulta demasiado ambicioso. Quizás se trate solamente de hacer circular el tiempo del relato como a él le hubiera gustado y cerrar este perfil citando a Gabriel García Márquez que decía que Carlos Fuentes era doblemente bueno: buen escritor y buen amigo. José Donoso, por su parte, decía que sin él no hubiera existido el Boom.
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