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Impecable, un cuento de María Alejandra Santovenia Sardón

Por María Alejandra Santovenia Sardón


El día que Marion descubrió que poseía el gen de los superhéroes, fue el mejor de su vida, pero por solo cinco minutos. En el primero, gritó de emoción. En el segundo, secó las lágrimas acumuladas en sus ojos. En el tercer minuto, mordisqueó sus uñas, costumbre comenzada y terminada de desarrollar en ese espacio de tiempo. El minuto cuatro lo dedicó a dar pequeños saltitos en el lugar donde se encontraba. Y en el último minuto caminó de un lado a otro de la habitación donde se encontraba, a la espera del pronunciamiento de cuál sería su superpoder.

Cuando los científicos regresaron para darle las noticias, sus rostros lo revelaron todo. El alma de Marion abandonó su cuerpo, pero no de forma literal, por supuesto, pues el superhéroe arrebatador de almas no se encontraba cerca.

―Usted tiene el don ―le dijeron―, pero es inusual. Verá, señorita, si alguna vez se ve involucrada en alguna pelea, no sudará y su cabello se mantendrá peinado en todo momento.

Marion tuvo ganas de gritar, de llorar, de insultar a los científicos, sin embargo, toda su energía se había agotado en aquellos cinco minutos de euforia. Recogió su abrigo y sin decirles nada más, se marchó. Pasó varios días furiosa, con el mundo, consigo misma.

Al principio quiso creer que los científicos no habían detectado el superpoder correctamente, pero jamás se equivocaban. Decidió comprobarlo y comenzó a entrenarse en un lugar para personas como ella. Al fin y al cabo, poseía el título de superhéroe. Por supuesto, fue superada en fuerza, en habilidades para la lucha, en resistencia, en rapidez; en un montón de elementos cuya lista se extendería por cuatrocientas treinta y seis páginas.

No obstante, cuando se encontraba en el ring, con solo los puños o espadas o cuchillos como armas, se veía impecable. Im-pe-ca-ble. Todos los espectadores abrían la boca al terminar la pelea, y ella, victoriosa o no, se levantaba sin una gota de sudor en la frente y con su cabello como acabado de salir de la peluquería. Marion aparentaba felicidad, pero pensaba que su imagen pulcra no era suficiente para salvar al mundo. Ella no podía estar más equivocada.

Varios años después del comienzo de su entrenamiento, la suerte del destino, no el superhéroe que guiaba a todos a cumplir su porvenir sin obstáculos, la hizo participar en una pelea contra un grupo de supervillanos. Marion no fue la de mejor actuación, de hecho, solo pudo derrotar a dos de los enemigos. Sin embargo, al terminar la pelea, se veía impecable. Im-pe-ca-ble.

Las fotos tomadas por los periodistas, del balanceo de su cabello en ondas perfectas, de su traje y rostro sin la más mínima partícula de sudor, dieron la vuelta al mundo en instantes. Marion se convirtió en la imagen de los superhéroes.

Ya no salían en los carteles figuras de hombres, mujeres u otros, con el cabello encima de los ojos o con la frente empapada o el traje con transpiración por toda su superficie. Ya no salían en folletos personas asquerosas, repugnantes, nauseabundas. Ahora solo era la imagen de una Marion impecable. Im-pe-ca-ble.

Así continuó por muchos años. Su rostro: el rostro de los superhéroes, el que aumentó la confianza de las personas comunes y corrientes en quienes salvaban al mundo día a día.

Sin embargo, la tragedia golpeó. Y no producto del superhéroe portador de desgracia tras desgracia a la vida de las personas. Marion peleaba con un grupo de villanos mientras los paparazis le tomaban fotos. Algunos eran hasta golpeados por los enemigos. Cristales volaban. Sangre. Dientes. Un brazo. Una pierna. Pero Marion se mantenía impecable. Im-pe-ca-ble.

Y así se mantuvo hasta el fin de la pelea, hasta que una de sus compañeras sintió una envidia tan profunda de la lozanía del cabello de Marion y, con una de sus espadas, lo rebanó de un tajo.

Oh, dios de los dioses. ¡Las puntas! ¡Las puntas estaban disparejas! Los reporteros se cubrieron el rostro. Algunos alcanzaron a correr, despavoridos, aterrorizados. Uno no pudo huir de aquella escena del crimen y vomitó en la acera. Era una total desgracia, era el fin de la realidad como la conocían.

La gente perdió la confianza en la impecabilidad de Marion. Puntas abiertas y disparejas, puaj. Ignorada por los paparazis, no volvió a ser fotografiada por los paparazis, aunque no sudara ni una gota. Marion intentó reparar el fatídico hecho, sin embargo, murió cuando su cabeza fue volada por el secador de cabello. A pesar de los inconvenientes de los últimos meses, la división de Marketing de los superhéroes se vio seriamente afectada por la muerte de Marion, pues no ha existido nadie más en la historia que pueda lucir tan bien como ella, que pueda lucir impecable. Im-pe-ca-ble.



 

La Habana - Cuba) Nació en 1998. Es escritora e Ingeniera Industrial. Primer Premio Encuentro Provincial de Talleres en la categoría de cuento infantil, 2021. Mención en la Categoría Teatro del II Premio de Laboratorio de Escrituras Encrucijada, 2022. Recientemente su cuento Colmillos y monstruos fue leído en la Feria del Libro de la Habana (2022) y fue premiado en el Concurso de Relatos Breves por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Sus cuentos y poemas han sido publicados en revistas como Calle B, Qubit 94, Ariete y Margen de Luz.

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