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Filosofía de cocina

Actualizado: 12 may 2021

Por Gisela Paggi





La verdadera Sor Juana Inés de la Cruz me fue revelada mucho tiempo después de esa lectura incomprensible que pude haber realizado durante el secundario de sus famosas Redondillas y de esas acusaciones hacia los hombres necios. Sor Juana me fue revelada cuando, a través de su Carta Atenagórica y de la siguiente Respuesta a Sor Filotea, pude dar sobre ella una mirada totalizadora que me la reveló, ya no solo como poeta, sino como pensadora. Una mente prodigio en una mujer prisionera de su época.

Según Octavio Paz, «la Respuesta es un documento único en la historia de la literatura hispánica, donde no abundan las confidencias sobre la vida intelectual, sus espejismos y sus desengaños». Habla de La respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz, una extensa carta en que Sor Juana Inés de la Cruz responde al obispo de Puebla (escondido bajo el seudónimo de Sor Filotea) y que da continuación a su famosa Carta Atenagórica donde Sor Juana ha planteado que las doctrinas son producto de la interpretación humana y que, por este motivo, nunca son infalibles. Ambos textos, es posible, que la hayan colocado en la mira de la Inquisición, pero la realidad es que los comentarios que bien pudieron haber despertado no han sobrevivido o no hay registro fehaciente sobre los mismos. La más bella realidad es que dan prueba de esa luz inagotable que ha iluminado su época y que nacía del centro mismo del genio de una mujer inigualable.

Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana eligió ingresar a la vida religiosa porque era la única opción que tenía para seguir estudiando. Conocedora del destino de las mujeres de su tiempo que debían optar entre el matrimonio y la ordenación, y luego de intentar acceder a la universidad disfrazada de hombre, Juana Inés optó por aceptar la invitación que le hiciera su confesor, Antonio Núñez de Miranda. Como religiosa podría poseer más libertad para suscribir al conocimiento y alimentar su intelecto, no sin mucho esfuerzo y persecución. Desde la publicación de sus primeras obras poéticas donde se pudo haber entrevisto su relación cercana con la virreina Leonor de Carreto, Sor Juana se colocó en el ojo de la tormenta y sus prácticas nunca dejaron de ser reprobadas por una sociedad patriarcal y religiosa de tan alta rigurosidad como la de la América colonial de siglo XVI. Pero nunca dejó de escribir y de leer. Hecho que la llevó a ser castigada con la imposición de encargarse de la cocina en el convento de San Jerónimo a fin de restarle tiempo para su trabajo como escritora. Finalmente, cansada y abrumada, se alejó de la escritura renunciando a ella públicamente, aunque se sospechó que nunca dejó de hacerlo. Para cuando se desató una epidemia en México en 1695, Juana Inés ya se consagraba al cuidado de sus hermanas enfermas, lo que condujo a su muerte a los 46 años.

La respuesta a Sor Filotea fue escrita a raíz de la idea del obispo de Puebla de que ninguna mujer debía darse a la tarea de filosofar y tratar temas teológicos (cosa que hizo Sor Juana en su Carta Atenagórica, nombre dado en honor a Atenea, diosa griega del conocimiento y la sabiduría). Pero la poeta responde que muchas mujeres antes que ella ya se dedicaron al pensamiento y formula la frase que bien resumirá casi toda su obra: «(Dios) sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer.» En esta lucha interna que sufre Sor Juana y a la que da un largo debate en este texto, se posiciona como una de las primeras voces potentes que han defendido el derecho de la mujer a la educación y su propia libertad a dedicarse al estudio de las Letras. Sor Juana pone la luz de su intelecto y su inteligencia a merced de una batalla que recién comenzaba y que la misma poeta ignoraba.

En este texto, tan autobiográfico por momentos, se encuentra la razón de ser de una época y de una mentalidad que han eclipsado a numerables mentes brillantes. Sor Juana se yergue como una figura ilustre que ha dejado testimonio de la vida monacal y de la condición de la mujer en su época, pero mucho más que eso también. Ha dado vida a un amplio debate intelectual, filosófico y teológico, desde la soledad de su pluma, aquella nocturna, mas no funesta, con la que escribió: «Si culpas mi desacato, / culpa también tu licencia; / que si es mala mi obediencia, / no fue justo tu mandato.»



 


Fechada en marzo de 1691, no fue publicada hasta después de su muerte. Adquirida junto a otros escritos de la religiosa por Juan Ignacio María de Costorena Ursúa y Goyeneche, la publicó en Madrid en el año 1700 en la obra "Fama y obras posthumas del Fénix de México" (casa editora de Manuel Ruiz de Murga).



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