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Federico García Lorca, el duende del presagio

La autora nos guía, con su lectura personal, por la vida y obra del escritor granadino.


Por Gisela Paggi


Ilustra Mirabella Stoor

Federico García Lorca le cantaba a la luna y a la sangre. Había nacido bien, había crecido bien y le fusilaron la sonrisa. Porque aquellos que recuerdan o recordaron a Lorca y hablan o hablaron de él, dicen que siempre sonreía. Y hablo de aquellos que recuerdan o recordaron, porque ya van quedando menos. Y así se perderá también su voz. El recuerdo de cómo sonaba su voz. Hay mitos. Dicen que una grabación quedó en Buenos Aires. Los que lo conocieron y podrían reconocerlo, cada vez son menos. La voz de Lorca se perderá de la memoria de los vivos. Nos queda su palabra escrita hasta agosto de 1936.

De todo lo que leí de Lorca hay algo que me conmueve especialmente: la docena de obras inconclusas. Como si sus papeles hubiesen quedado detenidos en el tiempo, el poeta quedó en pausa y su trabajo también. Esa docena de obras inconclusas son una herida abierta. Él mismo es, en sí, una herida abierta.

Porque Federico García Lorca fue absurdamente asesinado a las puertas de la Guerra Civil Española por rojo y maricón. O porque amaba la libertad y le cantaba a ella como le cantaba a la luna y a la sangre. Fue de madrugada en su Granada amada. En su propia tierra lo fusilaron.

Federico volvía de su viaje por América. Quiso volver a pesar de toda advertencia. Su última obra fue La casa de Bernarda Alba. Otro mito dice que esa obra mucho tuvo que ver con el sello de su destino.

Le fusilaron la sonrisa y se silenciaron todos esos panderos de cristal que herían la madrugada en Romance sonámbulo. Le cantaba a la luna y a la sangre y a los gitanos olvidados de su tierra dándole entidad al cante jondo que lo unió a Manuel de Falla.

Y Manuel de Falla... Detenido ya Federico fue al Gobierno Civil a preguntar por su amigo. Ahí lo amenazaron y supo que era tarde. Que la sangre de Federico estaba ya derramada como la sangre de Ignacio Sánchez Mejías en esa elegía dolorosa que el poeta le dedicó a su amigo, el torero escritor.

Le cantó a la luna y a la sangre y a los gitanos y fue amigo de Manuel de Falla. Viajó a Nueva York y fue un Poeta en Nueva York. Tenía cierto poder para el presagio:


«Cuando se hundieron las formas puras

bajo el cri cri de las margaritas,

comprendí que me habían asesinado.

Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,

abrieron los toneles y los armarios,

destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.

Ya no me encontraron.

¿No me encontraron?

No. No me encontraron.

Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,

y que el mar recordó ¡de pronto!

los nombres de todos sus ahogados».


Así que también le cantó a su propia muerte. Era el duende que le iba subiendo por los pies. Porque la poesía, decía Federico, necesitaba amantes, no adeptos. Y él se entregó como un amante moreno en cuerpo y alma. Pero más allá.

Porque a menudo pensamos en Lorca como poeta y como dramaturgo y se nos pasa por alto al artista. Sentado al piano, sus manos siempre fueron vehículo del arte.

Le cantó a la luna, a la sangre, a los gitanos, a su propia muerte. Fue amigo de Manuel de Falla. Lo fusilaron y lo desaparecieron un 18 de agosto. Nos quitaron su sonrisa, su voz y su cuerpo. Aún lo buscamos.



 

(Ciudad de Buenos Aires - Argentina) Gisela Paggi nació en la Provincia de Santa Fe en 1986. Es Profesora en Lengua y Literatura, Periodista y artista visual. Actualmente cursa la carrera de Bibliotecología en la Universidad Nacional del Litoral. Publicó dos libros de artista/autor: Orfeo (2017) y Azulejería (2018), libros que conjugan poesía con xilografía. Está especializada en mediación y promoción de la lectura. Habla de literatura y de libros en diferentes redes sociales.

Podés seguirla en Instagram, Twitter y TikTok en @bibliogigix

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