La plenitud última de Juan Ramón Jiménez (1936-1954)
Por Alfonso Alegre Heitzmann
1.
En la historia que de la poesía contemporánea en lengua española se ha hecho, la figura y la obra de Juan Ramón Jiménez casi siempre se han circunscrito a unas coordenadas que en mayor o menor medida simplifican su trayectoria, reducen su influencia y, sobre todo, ignoran su poesía mejor: la que el poeta escribió en América entre 1936 y 1954 —a pesar de las dificultades y penurias del exilio—como justa culminación de una vida entregada apasionadamente a la poesía.
Una de las divisas fundamentales a la que Juan Ramón permaneció fiel a lo largo de toda su vida fue la de no conformarse con lo logrado, la de ir siempre más allá: «Mi mejor obra es mi constante arrepentimiento de mi Obra»[1], escribió en un conocido aforismo. No hay en esa frase negación de la obra anterior o ruptura con el pasado, sino maduración, crecimiento, y —como consecuencia de ello— sucesión, cambio, metamorfosis. Desde el inicio de su trayectoria poética, la obra de Jiménez se configura como un camino del hombre y del poeta hacia sí mismo. Con el tiempo, el propio escritor se hará consciente de las fases o etapas más importantes de esta trayectoria, etapas que establecerá en «orden de mar», como metáfora del movimiento y cambio permanentes en su escritura. Por ello, lo que nunca habría que dejar de tener en cuenta al tratar de la poesía del autor de Animal de fondo es el ansia de superación que la anima y que siempre e incansablemente le guió, a pesar de los difíciles avatares de su vida.
Así, y como consecuencia de esa fidelidad sostenida, el poema «Espacio» y los libros finales que Jiménez escribió en América —En el otro costado, Una colina meridiana, Dios deseado y deseante y De ríos que se van— se erigen hoy como cumbre final de un proceso interior, de un camino de conocimiento, y de un compromiso único con la palabra poética que Juan Ramón mantuvo hasta el final y que difícilmente encuentran paralelo en la historia de la poesía moderna en nuestra lengua.
2.
A pesar de que las dos primeras etapas de la obra de Juan Ramón Jiménez han sido reconocidas por gran parte de la crítica como momentos fundamentales, no sólo de su poesía, sino de la poesía del siglo xx en lengua española, la importancia de la poesía última de Juan Ramón — su «tercero mar»—, culminación de una de las trayectorias poéticas más decisivas en la historia de la poesía contemporánea, sólo recientemente ha empezando a ser comprendida en toda su dimensión.
El primer Juan Ramón nace a la poesía muy pronto, en 1900, con la publicación de los dos libros de sus dieciocho años: Ninfeas y Almas de violeta. No deja de ser significativo —aunque sólo sea simbólicamente— que el primero de ellos se abra con un «atrio» de Rubén Darío; un soneto con el que el joven poeta español entra de la mano de su maestro y amigo en el reino de la modernidad. No fueron estos dos primeros libros los que consagraron al poeta de Moguer, pero sí los que les siguieron: Rimas (1902), Arias tristes (1903) y Jardines lejanos (1905). A partir de estas publicaciones, y a pesar de la juventud de su autor, Juan Ramón empezó a ser considerado como uno de los mayores poetas españoles de su tiempo. Así lo vio, antes que muchos, el propio Rubén, que, en carta de 16 de junio de 1903, le dice: «[...] Me alegro de ver despertar la poesía de España. Hay poetas nuevos que anuncian mucha belleza, y sueñan y dicen bellamente su soñar. Y entre ellos, dos, que quiero y prefiero: Antonio Machado y usted, mi amable Jiménez. Suyo, Rubén Darío»[2]. Las palabras de Rubén fueron premonitorias, y se confirmarían en los años siguientes. Hoy en día vemos a Antonio Machado y a Juan Ramón Jiménez como los grandes poetas españoles de principios de siglo, y los que mejor hicieron suya la renovación modernista que llega a España con Darío y con la obra de otros poetas hispanoamericanos coetáneos como José Martí, José Asunción Silva, Gutiérrez Nájera o Leopoldo Lugones.
Hacia 1915, se inicia un cambio en la poesía de Jiménez que —tras la publicación de Estío— el propio Machado será uno de los primeros en percibir. No obstante, el poeta de Soledades no sólo no se sentirá identificado con ese cambio en la concepción de lo poético, sino que lo verá con preocupación, y a la larga, será lo que les irá separando. En mayo de 1917, Antonio Machado escribe al respecto, en un apunte que no llegó a publicar: «Juan Ramón Jiménez, este gran poeta andaluz, sigue a mi juicio un camino que ha de enajenarle el fervor de sus primeros devotos. Su lírica es cada vez más barroca, es decir, más conceptual y al par menos intuitiva. La crítica no ha señalado esto. En su último libro, Estío, las imágenes sobreabundan, pero son cobertura de conceptos»[3].
Verdaderamente, la evolución que se estaba produciendo en la poesía del autor de Laberinto era radical y, con seguridad, le enajenó «el fervor» de algunos de sus admiradores, entre ellos el del propio Machado. Sin embargo, en la trayectoria de Juan Ramón Jiménez ese cambio significa su entrada definitiva en la historia. Si la modernidad de la poesía en lengua española se inicia en América con la obra de Rubén Darío y el modernismo, el siguiente eslabón, que marca indeleblemente la evolución de la poesía en nuestra lengua, es sin duda la palabra esencial, transmutadora —desnuda de todo aquello que no sea poesía—, con la que Juan Ramón inicia, en Estío y sobre todo en Diario de un poeta reciencasado, la segunda etapa de su escritura: la que el llamó «etapa intelectual».
Como en su momento ocurrió con Darío, los libros que Jiménez publicó en esa época —Diario de un poeta reciencasado, Eternidades, Piedra y cielo o la Segunda antolojía poética— tuvieron una influencia decisiva en la poesía de su tiempo, y no sólo en el nacimiento en España de la generación del 27, sino en todo el ámbito de la lengua. Octavio Paz lo supo resumir con precisión y lucidez:
La corriente central de la poesía posterior al modernismo se desprende lentamente de ese movimiento a través de sucesivas mutaciones, todas ellas inspiradas por un afán de desnudez y simplicidad. Esta corriente parte de Juan Ramón Jiménez: con él y por él, sin negarse, el modernismo cambia y se vuelve otro. La influencia de este poeta se extendió por todo el ámbito de lalengua durante más de quince años. Los poetas de la generación española de 1927, la mayoría de los «Contemporáneos» en México, los cubanos Florit y Ballagas, el argentino Molinari y muchos otros lo siguieron, al menos en sus comienzos[4].
La historia de la presencia de Juan Ramón en la poesía española e hispanoamericana de estos años aún no se ha hecho. Paz cita aquí algunos nombres, con el fin de sugerir o esbozar lo que fue mucho mayor; es decir, que la similitud con respecto a libros de esta época del poeta español como Eternidades o Piedra y cielo—título este último, por cierto, que dio nombre en los años treinta a toda una generación de poetas colombianos, «los piedracielistas»—, y sobre todo la voluntad de desnudez, de esencialidad, que encontramos en muchos de los poetas jóvenes españoles e hispanoamericanos que por esos mismos años escribían, se debe, simplemente a que «todos ellos seguían la lección de Jiménez»[5].
3.
Entre 1923 y 1936 Juan Ramón no publica ningún libro nuevo. Trabaja, sí, en una de sus obras más importantes, La estación total con las canciones de la nueva luz, que se publicará mucho después, en 1946, pero que lleva en el título los años 1923-1936 como el tiempo en que se gestó. Que en un periodo de trece años el hasta entonces prolífico poeta no publique ningún libro nuevo y sólo escriba uno que se editará mucho después es un hecho insólito y sorprendente en la trayectoria del escritor, si pensamos que entre 1900 y 1923 había publicado más de veinte libros y había escrito muchos otros que voluntariamente dejó inéditos. ¿Qué sucede entonces a partir de 1923 para que se produzca un cambio tan importante en la dinámica de creación del poeta?
En su trayectoria literaria, muy pronto Juan Ramón empezó a concebir su escritura no tanto como poema sino como obra. Ese planteamiento se agudiza de un modo especial a partir de la década de los años veinte. Desde entonces, y cada vez con mayor intensidad, Juan Ramón no se preocupa tanto de la publicación de nuevos libros como del proyecto de edición de sus obras completas, de su obra definitiva. En una nota escrita en 1922, leemos:
«Si yo supiera que había de vivir hasta los setenta años no daría mi obra definitiva hasta los cincuenta. Pero mi obra ya es bastante para llevar veinte años de trabajo incesante de publicación. Tengo cuarenta y uno y lo natural es pensar que no he de llegar a ese término ilusorio. Así, pues, empiezo este 1922 a dar mi Obra definitiva, guardada durante años. Estos veinte años los considero años de preparación, ahora empezarán los años de definición y conclusión «Definitiva» a la fuerza; no por gusto mío, entiéndase bien»[6].
Durante los años veinte y treinta, Jiménez trabajó denodadamente en la edición del primer gran proyecto de la Obra, que quería recoger bajo el título general de Unidad. Este proyecto estaba concebido en veintiún volúmenes, ordenados por formas: siete de verso, siete de prosa y siete más de apéndices. En la primavera de 1936 se publicó Canción, el primer y único libro de dicho proyecto que llegó a ver la luz, ya que la guerra civil española truncó la continuidad. Tampoco pudo Juan Ramón publicar el nuevo libro de poemas en el que estaba trabajando en esa época: La estación total con las canciones de la nueva luz (1923-1936), que, como ya he dicho, se editó diez años más tarde, en 1946, en Buenos Aires.
La idea de «obra completa» no es en Juan Ramón la habitual en otros autores. En su caso no se trata simplemente de reunir toda la obra creada hasta entonces —la publicada y la inédita— y editarla. Cuando Jiménez, en las palabras que hemos citado, afirma que empiezan para él «los años de definición y conclusión», y que los veinte años anteriores los considera de «preparación», lo que está subrayando es que en el tiempo que él calcula que le queda de vida, ha de ser capaz, no sólo de continuar con su escritura, sino de recrear toda la obra anterior —o sea, de volver sobre ella, para depurarla, reescribirla y reordenarla— según elpresentedesde el que nace dicha escritura. Por eso, afirma que esa obra que va a dar es «definitiva a la fuerza», ya que se ve obligado a empezar a darla ahora, previendo que si no lo hace así —y dada la ambición y enorme dificultad de su objetivo— la muerte no le dejará tiempo para terminarla.
Esta concepción de la obra como necesidad de presencia—«Mi necesidad de cambiar cada día mi escritura viene de que yo quisiera siempre tener en presente toda mi vida», escribirá años más tarde[7]— es fundamental para entender la poesía de Juan Ramón Jiménez a partir de estos años, así como sus proyectos de edición de obra completa. Al mismo tiempo, ese «tener en presente toda su vida» implica siempre para el poeta, forzosamente, unarenuncia, ya que al editar su obra no lo hace por gusto, sino «a la fuerza», pues hacerlo significa para él, de algún modo, detener su movimiento y cambio, consustanciales a ella misma. Por eso, ya al final de su vida, en 1952, cuando inicia el penúltimo intento de reunir su obra, escribe: «Mi ilusión sería poder correjir todos mis escritos el último día de mi vida, para que cada uno participase de toda ella, para que cada poema mío fuera todo yo. Como esto no puede ser, empiezo a mis 71 años, ¿por última vez?, esta corrección».
En otros textos de esta misma época, en cambio, el poeta parece asumir, progresivamente, el carácter utópico de un deseo que contiene en sí mismo su imposibilidad, aunque nunca dejará de intentar llevarlo a cabo: En Orden de Mar:
«El mar fue siempre, desde que lo fui viendo y viviendo, obsesión constante mía, y el mejor ejemplo natural de lo que escribo es un mar en movimiento y en cambio permanentes. Cuando yo me muera, tendrá que quedar lo que quede de lo mío, como un mar paralizado. Por eso me resistí durante mi ya larga vida a dar mis escritos completos aunque algún editor quiso una vez intentarlo».
4.
El 22 de agosto de 1936, Juan Ramón y Zenobia cruzaron la frontera de los Pirineos por La Junquera para ya no volver nunca a España. Con el exilio, todo cambió para ellos y también el proyecto de edición de la obra definitiva del poeta de Moguer. En el inicio de ese destierro de su patria, la poesía aún les acompaña. El poema con el que se abre En el otro costado—el primero de los cuatro libros de poemas escritos en el exilio— es un estremecedor canto de partida titulado «Réquiem de vivos y muertos», fechado precisamente en La Junquera cuando dejaban España.
Ya en América —primero brevemente en Puerto Rico y luego durante dos años en Cuba—, Juan Ramón, preocupado por el devenir de la guerra de España y por la trágica situación de algunos de sus familiares y amigos, apenas escribe poesía, aunque participa activamente en la vida cultural cubana y, atento siempre a los acontecimientos de la guerra, intenta ayudar desde la isla en lo que puede, participando en actos públicos en favor de la República española y expresando su apoyo incondicional a ésta.
En realidad, Juan Ramón no vuelve plenamente a la creación poética hasta meses después del fin de la guerra civil española, cuando, instalados en Coral Gables, La Florida, y tras asumir la triste realidad de los acontecimientos en su país y la imposibilidad del regreso, escribe las otras secciones de En el otro costado, entre las que se encuentran el poema «Espacio» (que inicia entonces, pero que no dará en versión definitiva hasta 1954) y «Romances de Coral Gables», que publicará como libro independiente, en México, en 1948.
Luego, cuando el poeta y Zenobia se trasladen a Estados Unidos, Juan Ramón escribirá dos de sus últimos libros. En La Florida, entre 1939 y 1942, En el otro costado, y luego, en Washington y en Riverdale, entre 1942 y 1950, el libro que titulará Una colina meridiana. Del viaje que Zenobia y Juan Ramón realizaron a Argentina y Uruguay, entre julio y noviembre de 1948, nació Animal de fondo, que se publicó, en julio de 1949, en la colección Mirto de la editorial Pleamar de Buenos Aires, dirigida por Rafael Alberti. Ese libro es el origen de otro mayor que iba a ser titulado Dios deseado y deseante. Animal de fondo, en el que el poeta trabajó los años siguientes sin llegar a verlo editado. En marzo de 1951, el matrimonio se traslada a Puerto Rico, donde se establecerán de forma definitiva. Allí Juan Ramón escribirá, entre 1952 y 1954, De ríos que se van, su último libro de poemas; una bellísima elegía de dos seres que, lejos de su país, y tras una larga vida en común, se ven llegar, «con latidos de ríos que se van», al mar común de su morir.
5.
En los últimos años de su vida, Juan Ramón sintió cada vez más lejana la posibilidad de realizar el deseo de ver publicada su obra. De esa consciencia nació el siguiente aforismo:«Siempre he visto mi escritura como obra, no como poema, y como obra impresa y póstuma, pero vista por mí desde algún sitio». Después de sesenta y cinco años de la muerte del poeta español, la Obra que él se sabía, en el fondo, incapaz de completar en una edición final y definitiva, pero a la que había dedicado tantos años de su vida, permanece hoy inédita en su mayor parte. Sólo las ediciones de Antonio Sánchez Romeralo de dos de los libros del proyecto Metamórfosis: Leyenda[8] e Ideolojía[9] —ambos inencontrables hoy en nuestras librerías—, y la edición de Lírica de una Atlántida[10], preparada por quien esto escribe, llenan un pequeño espacio de ese inmenso vacío, y dan cuenta, al mismo tiempo, de la magnitud de la tarea que algún día habrá que realizar. La ilusión última del poeta en su aforismo de ver «desde algún sitio» su Obra «impresa y póstuma»,sigue hoy sin haberse cumplido.
6.
¿Cómo acogieron los poetas españoles la obra última de Juan Ramón tras la publicación de «Espacio», Animal de fondo, Romances de Coral Gables, o de los poemas con los que Juan Ramón colaboró en las revistas americanas y españolas de la época? Entre los miembros de la generación del 27 que no abandonaron España tras la guerra, Gerardo Diego fue uno de los primeros en darse cuenta de la importancia de «Espacio», y en declararlo públicamente, y por eso en 1954 Juan Ramón le dedicó la versión final del poema, que apareció en la revista Poesía Española.
Juan Ramón también renovó o retomó, tras la guerra civil, su amistad con algunos de los poetas exiliados del 27, como Rafael Alberti o Emilio Prados, que siempre admiraron la poesía que Juan Ramón escribió en América; es el caso también de Juan Larrea, exiliado entonces en México y secretario de la revista «Cuadernos Americanos», que en 1943 y 1944 recibió con entusiasmo los dos primeros fragmentos de «Espacio» y los publicó. No ocurrió lo mismo, sin embargo, con otros miembros de esa generación cuyo juicio crítico sobre la obra de Juan Ramón se fue enturbiando con los años, debido a la enemistad personal. Así, en carta del 7 de octubre de 1943, Jorge Guillén escribe a Pedro Salinas: «¿Has visto el número cinco de Cuadernos Americanos? Otro J.R.J.: más de cuatrocientos versos seguidos [...] un fárrago fofo reblandecido por esa nota mema que tiene siempre el "pensamiento" del tal nenúfar»[11]. La cita «duele», pero las palabras de Guillén sobre «Espacio», y sobre su autor, así como el beneplácito de Salinas al respecto, no necesitan mayor comentario, hablan por sí mismas.
¿Cuál fue el eco del último Juan Ramón en España entre los poetas jóvenes de los años cincuenta? El tema merece también un capítulo más extenso que el que aquí le podemos dedicar. El predominio de la tendencias realistas en nuestro país marcó el inicio de una decadencia de la poesía, con respecto al esplendor que había alcanzado en los años veinte y treinta, y tuvo como una de sus peores consecuencias que la poesía final del autor de Una colina meridiana[12] no empezase a llegar a España —incluso en edición suficiente— hasta fechas muy recientes. No deja de ser significativo, en ese sentido, que dos de los poetas de la generación del cincuenta que peor entendieron la poesía última de Juan Ramón hayan tenido una influencia decisiva en gran parte de la poesía española posterior. Me estoy refiriendo a Ángel González y a Jaime Gil de Biedma. Así, el primero dedicó un largo estudio a Juan Ramón para, entre otras cosas, referirse a su poesía final como «el jeroglífico en que desemboca su extensa obra lírica»; y el segundo, en un «célebre» texto publicado en el centenario del poeta, calificó a Juan Ramón de poeta menor y lo insultó abiertamente.
Sólo recientemente algunos poetas han subrayado la grave trascendencia que tuvieron la incomprensión y el desinterés hacia la obra del autor de Animal de fondo para la evolución de la poesía española de posguerra. De todos ellos, fue José Ángel Valente quien, en los últimos años de su vida, lo manifestó de forma más abierta y rotunda. En 1999, un año antes de su muerte, Valente escribió: «Cuando la guerra civil dispersó por el mundo a tantos españoles, Juan Ramón era ya, con Machado, el poeta central de la tradición poética española en el presente siglo. En los años de posguerra, la lejanía, la funesta evolución de la poesía peninsular, la viciosa mala voluntad de las personas, hicieron de Juan Ramón una figura muy metódicamente silenciada, alejada, cuya obra no tuvo gravitación, para desgracia nuestra, en la escritura de estas latitudes. Sus libros finales lo llevan en el mundo de la experiencia poética mucho más allá de lo que alcanzó la llamada generación del 27, en la que sólo hay dos poetas que acaso pueden ser aproximados a él en el orden de la intensidad creadora: Lorca y Cernuda»[13].
Las palabras que sobre el dominio del realismo en la historia de la poesía y de la cultura españolas había escrito Jiménez muchos años antes parecen haber sido dichas para retratar la realidad de la poesía española de posguerra, y sirven también desgraciadamente, en gran medida, para definir el panorama posterior de una cultura que ha ignorado durante décadas, olímpicamente, la poesía mejor de su mayor poeta:
«España, país realista. Casi toda su producción literaria, artística es realista. Ni ciencia ni abstracción por falta de respeto, silencio y bienestar. Los místicos, escepción única, tenían celda, comida necesaria y respeto, porque su espiritualidad era relijiosa, única salida espiritual tolerada en España. Lo moderno es realista también. Cuando un poeta —yo— pretende subir a otro plano más alto, no lo ven, no lo miran»[14].
Notas:
[1]Juan Ramón Jiménez, Ideolojía (1897-1957), Metamórfosis, IV, edición de Antonio Sánchez Romeralo, Barcelona, Anthropos, 1990, pág. 185.
[2]Véase Juan Ramón Jiménez, Epistolario I, edición de Alfonso Alegre Heitzmann, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2006.
[3]Citado en el prólogo de José María Valverde a la edición de Antonio Machado, Nuevas canciones y De un Cancionero apócrifo, Madrid, Castalia, 1971, pág., 15.
[4]Octavio Paz, Obras completas, tomo III, Fundación y disidencia. (Dominio hispánico), edición del autor, Barcelona, Círculo de Lectores, 1991, pág. 95.
[5]Ibídem.
[6]Juan Ramón Jiménez, Ideolojía, cit., pág. 270.
[7]Ibídem, pág. 518.
[8]Juan Ramón Jiménez, Leyenda (1896-1956), edición de Antonio Sánchez Romeralo, Madrid, Cupsa editorial, 1978.
[9]Juan Ramón Jiménez, Ideolojía,cit.
[10]Juan Ramón Jiménez, Lírica de una Atlántida, edición de Alfonso Alegre Heitzmann, Barcelona, Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, 1999. Recientemente revisada y reeditada por mí en la editorial Tusquets, Barcelona, 2019.
[11]Pedro Salinas/Jorge Guillen, Correspondencia (1923-1951), edición de Andrés Soria Olmedo, Barcelona, Tusquets, 1992, pág. 313.
[12]Juan Ramón Jiménez, Una colina meridiana (1942-1950),edición de Alfonso Alegre Heitzmann, Madrid, Signos, Huerga y Fierro editores, 2003.
[13]José Ángel Valente, «Juan Ramón Jiménez en su nuestra luz», Madrid, ABC, 14 de marzo de 1999, pág. 81.
[14]Juan Ramón Jiménez, Ideolojía, cit., pág. 216.
(Barcelona – España) Nació en Barcelona en 1955. Es poeta y ensayista. En 1987 fundó con Victoria Pradilla la revista semestral de poesía y arte Rosa Cúbica, que juntos dirigen desde entonces. Con otros poetas fundó en 1997 Hablar/Falar de Poesía, revista hispano-portuguesa que reúne en un proyecto editorial conjunto a algunas de las mejores publicaciones periódicas de poesía de España y Portugal. Entre 1989 y 1992 fue colaborador del suplemento «Culturas» del periódico Diario 16 de Madrid. En los últimos años ha colaborado con asiduidad en el suplemento cultural del periódico ABC de Madrid, así como en las páginas de cultura de La Vanguardia, en el suplemento «Babelia» de El País y en la revista Letras Libres de México. En 1999 realizó la edición crítica de la poesía última de Juan Ramón Jiménez, que bajo el título Lírica de una Atlántida (Círculo de Lectores, Barcelona, 1999) reúne los cuatro libros de poemas que Juan Ramón escribió en América, durante su exilio. En 2001 le fue concedida la Beca Octavio Paz de Ensayo, que anualmente otorga la Fundación O. Paz de México. Como poeta, ha publicado La luz con el tiempo dentro, (Tenerife, 1993) con dibujos de María Girona, Sombra y Materia (Barcelona, 1995), libro de poemas que recoge gran parte de su producción poética escrita entre 1984 y 1991, La luz en la ventana (Barcelona/México, 2001), con cuatro grabados de Vicente Rojo, La flor en lo oscuro (2003) y Agón. Contemplación de Antoni Tàpies (2008). Recientemente ha publicado El camino del alba (Tusquets, 2017) y Días como aquellos. Granada, 1924. Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca (Fundación José Manuel Lara – Planeta, 2019), por que ganó el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías 2019. Ha colaborado con textos de ensayo y de poesía en revistas y suplementos literarios españoles e hispanoamericanos, tan prestigiosos como Ínsula, Letras Libres, Sibila, Babelia (El País), La Jornada (Ciudad de México) o Culturas (La Vanguardia). En 2022 le fue concedida una Ayuda para la Movilidad de Escritores del Ministerio de Cultura de España, gracias a la cual ha viajado al Río de la Plata para ahondar en sus estudios sobre el último Juan Ramón Jiménez y los poetas argentinos y uruguayos. Su libro de poemas más reciente, Hueso en astilla, saldrá próximamente en la editorial Tusquets (2023).
コメント