Por Juan Francisco Baroffio
@queremoslibros
Un inicio crudo, casi magistral, en un espacio habitado por seres violentos y marginales. Una historia que comienza en las periferias de la existencia para llegar al centro, armonioso, perfecto, de todo cuanto existe.
Novela breve. Virtuosamente breve y que resuelve con maestría el planteo de un universo encerrado en una casa chorizo donde las reglas de la física, del tiempo y de la existencia parecen arbitrarias y mutables. El punto olivina y los cordones de zapatos de Carlos María Eguía es una heredera perfecta pero en tono burlesco de El Aleph de Jorge Luis Borges. La palabra «burlesco» puede sonar poco apropiada. No hay mofa o burla sobre el genial escritor argentino y su obra. Más bien todo lo contrario. Es la única constante respetada y defendida por los protagonistas. Es el Alpha y el Omega de su mundo, el único que escapa a los momentos de explosivo enojo. Es burlesco en un sentido borgeano; es el absurdo genial.
La novela explota las diversas posibilidades de encontrar el punto olivina, ese Aleph que lo contiene y revela todo. El Zequi, un muchacho marginal y sin educación es adoptado, rescatado, por Maxtin y Xavier, dos gemelos obesos, geniales y carnavalescos de corte rabelaisiano. Diamante en bruto en manos de los gemelos, el benéfico influjo de la educación y del libre pensamiento lo llevan a renacer y ser un explorador audaz de las ciencias y la literatura y de sus infinitas posibilidades.
La historia es de una universalidad profunda a pesar de estar ambientada en estos años contemporáneos, en una Argentina centrífuga y atravesada por sus cuestiones de la política doméstica a las que el autor no retacea comentarios y opiniones encendidas.
Novelas dentro de novelas, personas que buscan ser escritores y todo un mundillo literario que muchas veces parece salido de un sainete politiquero, chismoso y de pacotilla. Es que Eguía se permite reflexionar sobre el lugar de los escritores y la literatura en un país tan particular y universal como la Argentina; o como cualquier otro. Pero también sobre la intimidad entre el autor y su obra. Lo pequeño y cotidiano como las calles platenses son el escenario para la pugna universal de la civilización y la barbarie.
El prólogo de Santiago Llach (nada menos) nos adentra en los temas que son leit motiv del autor y que, en esta novela en cuestión, alcanzan un grado de madurez tal que nos revelan a Eguía como un aceitado hombre del oficio.
Por momentos la novela desdibuja sus propios espacios, sus propias leyes y se integra, de alguna forma, a la del lector. Y en esos momentos en que no se sabe dónde se está parado o hacia dónde va la narración, es cuando la novela cobra una relevancia y se puede percibir la belleza de su construcción.
EGUÍA, Carlos María: El punto olivina y los cordones de zapaton. Añosluz editora. Buenos Aires, 2020.
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