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El material del que están hechos los sueños

Por Juan Francisco Baroffio




Comencemos con una anécdota. Gran Bretaña vive en el apogeo de la Era Victoriana. En el Museo Británico unas antiguas tablillas de arcilla en lenguaje cuneiforme esperan ser traducidas. Un autodidacta anhela poder hacerlo. Ya ha tenido algunos éxitos que han asombrado a expertos asiriólogos. Proveniente de una familia trabajadora de Chelsea, sus posibilidades de estudio habían sido extremadamente limitadas pero se formó a sí mismo en la biblioteca de ese museo. Un día día de trabajo cualquiera hace un descubrimiento que lo deja estupefacto. Tan así, que dicen que en un arrebato de loca felicidad y llanto comienza a quitarse la ropa. El hombre, tal vez desnudo, es George Smith y su descubrimiento, la Tablilla del Diluvio. Aquella pieza contenía el relato de una tormenta. Los hombres y sus ciudades habían sido barridos por maremotos que debían limpiar el pecado. Un borrón y cuenta nueva a escalas colosales. Luego, los sobrevivientes debieron enfrentarse a una nueva realidad: ya no serían inmortales. Suena al famoso Diluvio Universal de la tradición bíblica. Así también lo creyó Smith, que era un ardoroso anglicano. Pero no fue del todo exacto. Esa tablilla contenía la más antigua referencia a ese famoso mito del Medio Oriente y era parte de un texto mayor. Era parte de la primera obra literaria, de la que tengamos noticias, que engendró la humanidad: La épica de Gilgamesh.


La materia es todo

No es casual que el primer texto escrito con fines literarios esté contenido en tablillas de arcilla. Encierra mucho más que una referencia a la tecnología de la época. La historia del rey sumerio Gilgamesh (el histórico), como la de otras figuras de importancia de los milenios anteriores a nuestra era, había tomado visos míticos. Su vida era relatada en palacios y mercados. Su gran obra había consistido en la construcción de una muralla y la excavación de pozos de agua.

La muralla, de arcilla, convirtió a Uruk, una serie de construcciones apenas urbanas, en la primera ciudad de la historia humana. Se trazaron calles, se delimitaron zonas y se construyeron templos y palacios. Todo con base en el material más maleable y resistente conocido por entonces. La ciudad era la civilización. El triunfo del hombre sobre el hostil medio natural. Y que se haya decidido poner por escrito la vida mítica de aquel rey «civilizado», justamente en tablas de arcilla que conservarían su memoria más allá del tiempo, es todo un símbolo. Exhibían orgullosos los frutos del progreso: literatura escrita.


El hombre contra el medio

La épica de Gilgamesh, como toda historia de ese género, narra la caída y redención de su protagonista. Gilgamesh es un rey soberbio con aspiraciones imperiales. Necesita cedro para construir un palacioque dará orgullo a la civilizada y poderosa ciudad de Uruk. Para esto decide matar a una mitológica bestia llamada Humbaba que asesinaba a los que se aventuraban a los bosques en busca de madera. El poderoso rey cuenta con la ayuda de Enkidu, su amigo. Otrora un habitante salvaje de los bosques, había sido rescatado por Gilgamesh. De la historia de Enkidu extraemos el reflejo del anhelo citadino: sacar del atraso al mundo rural. La misma dialéctica, que en los medios locales conocemos por las obras de Sarmiento, de Rómulo Gallegos, de Rodó.

Pero Gilgamesh pronto enfrentará los designios de los dioses. Enkidu será muerto por no haber evitado la muerte de Humbaba y Gilgamesh sufrirá la ira de la diosa Ishtas, a quién ha rechazado en forma grosera. Ishtas, patrona de Uruk, no se lo perdonará.


Gilgamesh y su mortalidad

La caída es dura y como indica la tradición literaria, debe emprenderse un largo peregrinaje. Este viaje de redescubrimiento lo lleva hasta Utnapishtim, cuyo nombre significa «aquel que ha encontrado vida», y que, siguiendo la vieja costumbre oriental, protagonizará una narración dentro de la narración. Una que será de vital importancia. Y es que este hombre inmortal es el único sobreviviente del Gran Diluvio que arrasó con un mundo inmemorial. Inmortalizado por el favor de los dioses confronta a Gilgamesh con la mayor de las verdades: la muerte es ineludible. Gilgamesh se enfrenta así a su propia mortalidad y a la imposibilidad de volver a traer a la vida a su amigo Enkidu. Pero también es una lección sobre cómo la soberbia de los hombres, que vivían en un mundo místico donde todo era posible, donde existía la posibilidad de volverse inmortal, los llevó a la perdición. El encuentro de Gilgamesh con Utnapishtim es, de alguna forma, un momento en el que el mundo de la historia visita al mundo de lo mitológico. Y en ese encuentro entre el presente y el pasado mítico, nuestro héroe encuentra la redención.

Uruk permaneció sepultada por las arenas del desierto y del tiempo hasta el siglo XIX. El rey histórico se ha reducido a un polvo imperceptible. Utnapishtin tal vez vague inmortal por algún rincón pero sus dioses ya no pertenecen a la memoria humana y el último sacrificio en su honor ha sido consumido sin chances de repetirse. Gilgamesh, el personaje de la literatura, ha reemplazado al histórico. En el encuentro con el último sobreviviente del Gran Diluvio encontró su redención. En la literatura, encontró su inmortalidad.


 

Poema épico compuesto hacia el 2500 o 2000 a.C. en la zona de la actual Irak. Fue una historia acadia popular en la antigüedad encontrándose rastros en diversas civilizaciones de la zona. Una de las versiones más completas se atribuye a Sîn-lēqi-unninni, un asipu (estudioso) del siglo XII o XI a. C., es el que compila la llamada versión estándar del poema (el que ha llegado a nuestros días). A finales del siglo pasado se descubrieron más fragmentos.

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