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El dictado del Diablo

Por Jesús De la Jara



Jules Amédée Barbey d'Aurevilly nació el 2 de noviembre (día de los muertos) de 1808 en Saint-Sauveur-le-Vicomte, departamento de Manche en Normandia. Siguió estudios en el colegio Stanislas de París tras lo cual vuelve a su provincia por una temporada. Finalmente, el año 1833 se instala definitivamente en París. Allí, trabaja como escritor y periodista, estuvo encargado de la crítica literaria en Le Pays, medio favorable a Napoleón III, a quien apoyó durante 10 años, y posteriormente en Constitucionnel donde escribirá la misma columna hasta poco antes de su muerte. Si bien evaluó negativamente a Zola, en cambio, fue el primero en reconocer el talento de Balzac, Stendhal o Baudelaire cuando ni siquiera eran conocidos. Por su gran labor crítica fue conocido como «El condestable de las letras francesas».

Heredero de una gran fortuna, vivió una vida de bohemia y fue un auténtico dandy de la época. Sus experiencias serán volcadas en sus diversos escritos en los cuales gusta de retratar la sociedad disoluta donde vivió. Sin lugar a dudas, el más famoso de todos estos es Las diabólicas (Les diaboliques) que fue publicado cuando contaba ya con 66 años. Es tal el escándalo provocado en el momento que el libro ve la luz, que la policía incauta el manuscrito y más de cuatrocientos ejemplares de esta obra. El propio Gambetta lo defiende y evita un inminente juicio. El libro es por un tiempo retirado de la venta.

La obra se compone de seis historias cortas. El autor afirma que las ha escrito un moralista cristiano que cree en el Diablo y su influencia en el mundo y que aquí se lo cuenta a las almas puras solo para amedrentarlas. Sus historias, además, «son reales, de esta época de progreso y de una civilización tan deliciosa y tan divina, que cuando a uno se le ocurre escribirlas, ¡siempre parece que las haya dictado el mismísimo Diablo!». Expuesto todo esto en circunstancias en que el autor comulgaba con posturas católicas y conservadoras, los relatos muestran, no obstante, una afinidad o conocimiento muy cercano a lo que se cuenta. Una aproximación por lo menos cómplice.

Con un estilo realmente de «marca registrada» del siglo XIX francés podemos creer estar leyendo a Stendhal o a Musset pues el autor tiene una pluma muy fina, justa y culta; acompañada de conocimientos literarios y sociales de la época. Sin embargo, las historias que nos regala son realmente de una dimensión alejada de la mera descripción de la realidad contemporánea. Desde luego, las mujeres son protagonistas en todas ellas, el objetivo de lo que se nos cuenta es provocar una sensación que no es de miedo, sino más bien de repulsión o espanto. No hay nada fantástico en las historias. Este efecto se logra con trasgresiones de todo tipo: sexuales, morales o legales. Por supuesto, estas son consideradas como tales en la época. Probablemente un lector moderno no sentirá «lo diabólico» que los textos inspiraban en aquellos tiempos.

El autor, considerado por algunos un exponente del romanticismo decadente, parece ensañarse con los ricos quizás porque presenció de ellos las costumbres más abominables. Al leerlas y cuando piensas que ya pasaste la peor parte aparece algo más que te hace pensar hasta qué tan bajo puede llegar ya, no solo una persona, sino la raza humana. Así, Barbey D’Aurevilly nos trata de demostrar que no importa si el protagonista es un Don Juan con experiencia de 40 hombres y de mucho mundo o un soldado napoleónico imperturbable ante la muerte en los campos de batalla, siempre puede haber una historia (diabólica) que puede generarle un terrible espanto por la depravación que se llega a presenciar.

Las historias son muy variadas y amenas; de ellas recomiendo particularmente La venganza de una mujer y La dicha en el crimen. En algunas podemos estar en un banquete lleno de ateos o en una orgía con las más adineradas condesas. Escuchamos relatos en los cuales repulsivas revelaciones pueden hacer perder el deseo en un segundo a un hombre que tenía al lado a la mujer más hermosa. O nos preguntamos si puede existir una felicidad completa a pesar de haber cometido crímenes impunemente; mejor dicho, si puede existir una burla tan flagrante del Diablo contra Dios. O nos enteramos que una mujer puede dar tanto placer a un hombre que este se olvida para siempre de ellas y se dedica solo a su trabajo. La verdad es que a pesar de la minuciosidad con la que se cuenta y de la ambientación tan real siempre queda algo que no puede ser explicado ni por la agudeza más extrema ni la psicología más profunda. Por ello, no se sorprendan si al terminar algún relato y poder haber superado un pequeño escalofrío se preguntan: ¿en verdad habrá sucedido aquello?



 


Una colección de seis relatos que contienen historias de pasión y crimen, en las que las mujeres tienen un papel central. Fue publicada en 1874 por el editor parisino E. Dentu.

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