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Foto del escritorUlrica Revista

El derecho a sentir

Por Jesús de la Jara

Cuando repasamos las grandes obras de la literatura inglesa no podemos dejar de hablar de Jane Eyre la novela firmada por Currer Bell, en realidad la famosa escritora Charlotte Brontë. La obra conoció en su momento el éxito y el respeto de contemporáneos como Trollope, Tackeray o Eliot.

Personalmente, nunca he sentido la narración en primera persona tan cómoda como cuando he leído Jane Eyre, tan sentimental e íntima. La historia nos es contada de manera muy lúcida y clara aparentemente, pero por momentos los acontecimientos pueden tomar un matiz incluso más profundo pues la narradora nos enfatiza la impresión de aquel o tal evento de su vida en ese momento dado o incluso en la actualidad al recordarlo.

La novela tiene una gran innovación al crear una protagonista fea, y no solo eso, sino que además se sabe fea. El nivel de humildad de Jane es superlativo pero no por ello se deja pisotear o regala su felicidad. Es un alma muy combativa que enfrenta los riesgos de su posición social (pobre y soltera). Intenta ser muy racional y pensante. Posee una gran capacidad autocrítica aunque también se deja llevar por sus sentimientos. Es, definitivamente, un alma apasionada aunque por su apariencia externa dista mucho de parecerlo. Su vida y la construcción de su personalidad, considero, tiene un grado de sufrimiento que no llega a cotas del realismo ruso ni del naturalismo pero que muy bien puede considerarse como algo muy innovador para la época.

El elemento religioso está muy presente. El orgullo inglés también (toda la obra de Charlotte tiene pequeños ataques contra la educación francesa a la que califica de viciosa). Así, Charlotte utiliza muy a menudo elementos de la historia bíblica para poder hacer sus comparaciones de algunos caballeros o virtudes de algunas damas y, desde, luego la mecánica de valores y objetivos de los cuales la heroína nunca se aparta para así poder seguir el rumbo que le parece correcto. A pesar de los obstáculos financieros, sociales o incluso amorosos. Sí, porque para ella no puede existir la felicidad delante del vicio o del hacer el mal hacia otros.

Pero es cierto que todo esto también traduce la limitación que tuvo Charlotte en cuanto a mundo por recorrer y libros. Criada por su padre puritano Patrick Brontë, pastor de la iglesia anglicana y en la escuela religiosa Cowan Bridge donde dos de sus hermanas contraen la tuberculosis, tuvo una educación austera pero esmerada. Y al lado de los textos bíblicos tuvo también un contacto con los clásicos y sobre todo con las fervientes mentes de sus hermanas que también pugnaban por escribir cada cual una historia más escabrosa. Charlotte nunca ocultó lo autobiográfico en su novela magna, incluso la versión en inglés se subtitula Una autobiografía y en la de francés la colocaron como Las memorias de un institutriz.

La espontaneidad es otra cosa a resaltar en Jane Eyre, los pensamientos de Jane son ingeniosos y únicos. Charlotte creía que Jane Austen tenía sus intrigas muy ordenadas a manera de «Jardines a la francesa”», ella opta por algo quizás más realista, biográfico, con eventos vividos, emociones, reacciones al mundo exterior.

El personaje de Jane por sí solo mueve la novela, causa admiración y pena. Por su condición es casi imposible no simpatizar con ella y posee además un ingenio y forma de pensar que hasta resulta atrevida, lo que logra la atención de su amado. De compostura inofensiva y muy respetuosa en su trato, sus buenos modales a veces no dejan anticipar una respuesta ingeniosa, sarcástica o incluso a veces alguna orgullosa o insolente propia de una voluntad de hierro y un corazón apasionado que lo lleva muy por dentro. Ése que se ilusiona ante una muestra de amor, que sueña con apariciones encantadas o que se empequeñece ante presagios funestos.

«Casi no soy dueña de lo que hago, lo único que me importa es que no se note, aparentar normalidad y sobre todo controlar mis gestos, que siento rebelarse indómitos a mi voluntad y luchando por dejar traslucir lo que yo me esfuerzo por disimular».

Algunos piensan que los elementos góticos o fantásticos desentonan en la novela o son considerados un «mal que arrastra» la autora de lecturas anteriores. Disto mucho de considerar que este aspecto la aleje de su objetivo. Tampoco creo que la novela deba ser una perfección en sí misma y si las hadas, ensoñaciones o ilusiones forman parte de la sensibilidad de la heroína pues qué gusto conocerla así.

Dicen que por mucho esfuerzo, dedicación o inspiración uno escribe solo lo que lleva dentro y este libro tiene lo mejor de Charlotte para las generaciones venideras: su reclamo del derecho a sentir.



 

Publicada en 1847 bajo el psudónimo de Currer Bell, por los editores londinenses Smith, Elder & Company, fue un éxito inmediato entre la crítica y los lectores. Algunos atribuyeron su autoría a William M. Tackeray, por la encendida defensa que hacía de la obra. Charlotte Brontë le dedicó a él la segunda edición y fue la primera firmada con su nombre.

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