Por Jesús De la Jara
Pierre Corneille nació en Ruán el 6 de Junio de 1606, una ciudad que en ese momento se consideraba la segunda más importante del reino de Francia, en la cual el teatro era un evento importante en su sociedad.
Luego de seguir sesudos estudios en un colegio jesuita, se dedicó al derecho. Además de ejercer su profesión se dedicó con pasión a la dramaturgia. Empezó escribiendo comedias. Dio la casualidad que el famoso actor parisino Guillaume Desgilberts más conocido como Mondory llegaba a su ciudad de gira. El joven Corneille de 23 años le presentó el texto de su obra Mélite, en la que ya se encuentra una modernización del teatro de ese entonces. Los eventos suceden en la ciudad (no en situaciones pastorales idílicas): inaugura la llamada comedia de costumbres alejado de bufones y farsas. Cuando Mondory llevó la obra y la estrenó en París fue un éxito. Sincero y leal trajo a Corneille a la capital y así empieza su gran epopeya que lo catapultó a ser el padre del teatro francés y representante excelso del clasicismo un estilo de teatro que perduró durante muchos años como emblema nacional.
El éxito más estruendoso que tuvo en su vida, sin lugar a dudas, fue con la obra El Cid que se estrenó en enero de 1637 en el recién creado Teatro Marais. La trama está extraída de la obra Las mocedades del Cid del español Guillén de Castro (1618). Este trabajo temprano no respeta las reglas del clasicismo académico francés (luego de esta, las obras de Corneille sí lo harán). La historia ocurre luego que el padre de Jimena (Don Gómez, conde de Gormas) injuria al padre de Rodrigo, Don Diego. Pues al enterarse que el rey lo nombró preceptor del príncipe en su lugar le acusa de haber complotado para quitarle el puesto. El viejo Don Diego es incapaz de defenderse y sucumbe ante la mofa de don Gómez. Esto hace que le pida a Rodrigo buscar venganza por él y por su familia.
«Conozco tu amor; / Pero quien vive infame es indigno de vivir».
Así tenemos el nacimiento del llamado dilema corneliano en Rodrigo. Se caracteriza porque opone el amor al honor, siendo casi siempre irreconciliables. En efecto en un gran monólogo el joven Cid debe decidir (con la espada ultrajada de su padre en mano) entre el amor que siente por Jimena y sus deseos de desposarla y la exigencia de su padre quien le ordena limpiar el honor de la familia ajusticiando a Don Gómez. Sabe que si hace caso omiso al honor se casará con Jimena pero se ganará el repudio de su padre y si venga a su padre no podrá jamás excusarse ante su amada.
En la trama existen dos triángulos amorosos (signo típico del clasicismo francés): uno de Rodrigo, Jimena y la Infanta de Castilla (hija del rey) y el otro de Rodrigo, Jimena y Sancho. Sancho es un caballero que toma parte en la querella de Jimena y se pone de su lado. Jimena también tendrá su propio dilema corneliano cuando Sancho y Rodrigo crucen espadas.
Trata temas muy españoles como el honor y la familia. Es en realidad una tragedia de muchos nudos, por las indecisiones que tienen que atravesar todos los personajes (cada uno tiene su propia minitragedia) a lo largo de la obra. Los parlamentos de Jimena son insuperables pues se debate entre su deber filial y un amor que se puede decir se ha vuelto sacrílego en sus consecuencias. Desea el castigo de Rodrigo, pero por otro lado se espanta cuando nota resignación en su amado.
Esta obra nos muestra al grado máximo qué es necesario sacrificar para seguir siendo fiel a sí mismo. Pero no solo llega a ser una ardua exploración de la psicología de los personajes; el Rey Fernando de Castilla, autoridad suprema en la obra, es el encargado de resolver todo el enredo trágico. Es, desde luego, un aspecto importante en la concepción de la obra la justicia ejercida por este rey, así como se espera lo propio en la sociedad francesa de esa época de su propio rey Luis XIII representado por la autoridad de Richelieu. El teatro de Corneille llega y florece en un momento importante para la monarquía francesa quien trata de imponerse poco a poco a los rezagos del feudalismo con un poder céntrico y absoluto. El teatro con el orden del clasicismo llegó a ser ejemplo en el país e incluso en Europa.
El Cid tuvo una gran polémica ocasionada por las denuncias de Mairet y Scudéry y el honor de ser defendida por la Academia Francesa que recién se había creado. La acusación a esta obra fue que plagiaba una pieza española y que no respetaba las unidades del teatro (tiempo, espacio y acción). Luego de varios meses la Academia concluyó que, a pesar de sus defectos: «La ingenuidad de sus pasiones, la fuerza y la delicadeza de muchos pensamientos, y este placer inexplicable que se mezcla en todos sus defectos le han dado un rango considerable». Lo cierto es que El Cid, ahogado por sus contemporáneos y sometido a las reglas tan estrictas de la época, produjo lo que ninguna obra hasta el momento: emocionar los corazones de toda una generación que acuñó orgullosamente la expresión «tan bello como El Cid».
Tragicomedia estrenada en 1637, en el Théâtre du Marais (París, Francia). Ese mismo año, fue publicado en forma de libro por el editor y librero parisino Agustin Courbe. En ediciones posteriores el autor introdujo diversos cambios como la supresión de la palabra «tragicomedia», por «tragedia», de acuerdo al nuevo tono impreso a su obra.
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