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El amante

Por Sandra Buenaventura


Nuestra invitada del mes nos recomienda un clásico moderno.


Primera edición (1984)

Por qué leer El amante una y otra vez, cada año, cada tanto, a veces la novela entera, otras por retazos, ciertos días o ciertas noches unas líneas, una palabra, un vistazo a una página, rápido, fugaz, cerrar el libro y saber que un día u otro volveré, de nuevo.

Aquel noviembre de 1984, Marguerite Duras ganó, con L' Amant (en su original en francés), el premio literario más prestigioso y esperado de Francia, el Prix Goncourt. Traducida la novela a más de cuarenta lenguas. Unas ciento cuarenta páginas leídas por millones de personas, lectores atravesados por las frases de la Duras, por la erótica de la Duras. Millones de lectores, al menos, desde aquel día, han experimentado, quiero imaginar, el dolor, el erotismo, se han acercado tal vez con los ojos entrecerrados, como cuando siempre vuelvo a esas páginas, al cuerpo que tiembla y se endurece de la niña blanca de Saigon, al cuerpo del chino de Cholen, «yo le hablaba de su cuerpo y también de su sexo, de su inefable dulzura». El chino de Cholen respira a la niña blanca. El goce. El calor tórrido. Espiamos, sufrimos, gozamos de alguna manera, lejana, sin vergüenza, a los amantes. Nos acercamos a través de la voz de la narradora al sexo que a veces se confunde con la muerte y nos vemos arrojados a ser testigos del despojo de un mundo antiguo, y de nuevo el goce, la crudeza de dos cuerpos en la luz azulada de una habitación, cerca del Mekong. «Yo veía lo que hacía de mí», dice la narradora, «Me había convertido en su niña. Era con su niña con la que cada noche hacía el amor».

Pero yo quería hablar de la primera página de la novela. Para mí es la página dueña de todo lo que se puede llamar literatura, es la página de la primera noche de la literatura, la página maestra, como la llave maestra. Es la que contiene el golpe, aquella que te vuelve siempre a un estado corporal que fluye. Es la herida del jabalí en el monte. Eso me sucede como lectora de esta página única, que es a la vez un abismo y un corte a la vida, un punto y aparte: «Muy pronto en mi vida ya fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde”, «A los dieciocho años, envejecí», «Este envejecimiento fue brutal», «Tengo una cara destruida». Cómo salir indemne de esta página, de estas frases, de esta vida fallada que la narradora te presenta, de esa ruta en desnivel que a la narradora le queda tomar para fluir en el mundo. No, no se sale indemne, ni siquiera puedo pensar que se sale. Yo no salí, y no quiero salir nunca fresca y limpia, porque salir de ahí, de la manera que fuera, es directamente salir de la literatura. No hay réconfort en la literatura. No lo hay, y de eso se trata el decir, de que no lo haya. Leer la primera página de El amante es enfrentar. Y seguir.



 


(Quilmes - Argentina). Nació en Buenos Aires pero vivió casi toda su vida entre Barcelona y París. Se doctoró en letras en Paris IV-Sorbonne. En 2012 regresó a Argentina. Es editora en Metalúcida. Autora del libro de poesía A dónde vas con tu brilloso auto en lanoche (Alto Pogo, 2017).

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