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Foto del escritorUlrica Revista

Eduardo Berti

Conversamos con el autor de Otras palabras. Jugar y crear con diccionarios (Adriana Hidalgo, 2014).


PH. Victoria Bosc



Eduardo Berti nos propone en Otras palabras: jugar y crear con diccionarios elegir nuestra propia aventura. Hablamos de un libro que nos abre múltiples puertas, que nos invita a continuar indagando e investigando, que nos propone nuevas lecturas.

Adriana Hidalgo es la editorial que publica este multifacético libro en el que Berti explora diversos textos que él denomina «antidiccionarios»: libros que, como El diccionario del diablo de Ambrose Bierce, nos proponen nuevas definiciones para palabras que ya creíamos conocer. En esta exploración minuciosa por el género, Berti nos invita a reflexionar sobre la relación que la literatura ha mantenido a través de los siglos con el lenguaje e, incluso, nos llama a pensar nuestra propia relación con las palabras y con el libro que, por antonomasia, las nuclea: el diccionario.

Para los que hemos crecido en otros tiempos, el diccionario siempre nos invitó al juego. Pasar de palabra en palabra y de definición en definición era una aventura que hoy podría ser calificada de sosa por nuevas generaciones. Sin embargo, un diccionario es un objeto del que muchos, aún hoy, nos negamos a abandonar. En tiempos digitales, un libro que hable del diccionario y de su hermano más renegado, el «antidiccionario» no puede ser más que un deleite.

Hablamos con el autor sobre su nuevo libro y sobre cómo ve el futuro de los diccionarios en la era digital.


ULRICA: En el libro se puede ver cómo es tu relación con el diccionario (y, por extensión, con el antidiccionario), pero nos gustaría que nos lo cuentes para los lectores de Ulrica y para los futuros lectores de Otras palabras.

EDUARDO BERTI: De chico, tuve un lazo muy especial con mi primer diccionario de bolsillo. Pasaba horas explorando sus páginas. Me apasionaba encontrar palabras que jamás había oído, pero también descubrir que determinados verbos o determinados adjetivos, por ejemplo, no significaban lo que yo suponía. Me encantaba, recuerdo, buscar el significado de cierta palabra, detenerme en la definición, buscar acto seguido el significado de una palabra incluída en la definición y proseguir el juego en una especie de viaje sin fin, como quien se pierde en un largo túnel o en un laberinto. Años después descubrí el mundo de lo que llamo «antidiccionarios». Libros que ofrecen definiciones no académicas de las palabras; definiciones que pueden ser humorísticas, absurdas, irónicas o poéticas y que, a diferencia de la lexicografía oficial, abordan la lengua desde una perspectiva subjetiva, abiertamente lúdica o incluso, diría, escandalosamente crítica.


U: Pensamos en Otras palabras como un libro que funciona como una caja de Pandora, que abre puertas a nuevas lecturas. Es, para un amante de la lectura, como estar en una juguetería. ¿Cómo fue el proceso de escritura de un libro tan multifacético?

EB: Fue un proceso muy divertido. Yo también sentí que iba abriendo puertas y más puertas. Otras palabras podría haberse llamado Otros diccionarios o también, por qué no, Otros usos y otros caminos para los diccionarios. Todo empezó con mi gran afición a libros como El diccionario del diablo de Ambrose Bierce, El diccionario de ideas aceptadas o de tópicos (hay muchas traducciones para el título) de Flaubert, El diccionario del argentino exquisito de Bioy Casares, pero también por mi pasión por las greguerías de Gómez de la Serna, que adoptan a menudo la forma de las definiciones, y por obras como el Glossaire de Michel Leiris. Hace unos veinte años me dije que había allá, en ese conjunto de libros, una especie de familia que acaso valía la pena explorar, investigar… Así nació Otras palabras, que me condujo a hallazgos apasionantes: un antiguo diccionario de homofonías que recurre a la versificación poética, un diccionario para entender a los simios del mundo de Tarzán, un diccionario humorístico con una sola palabra por cada letra del alfabeto... Hay una especie de eje cronológico en el libro: empieza con Flaubert y con antecedentes menos conocidos, pasa luego por Bierce o por el surrealismo, por Oulipo o por Jacques Sternberg, y llega después a autores más cercanos en el tiempo como J. R. Wilcock, Douglas Adams, Foster Wallace o Andrés Neuman. Pero al mismo tiempo, capítulo a capítulo, van saltando otros asuntos ajenos a esta cronología: debates y reflexiones en torno a los lugares comunes, los tópicos, el lenguaje «exquisito», el «mot juste», las analogías, la «crisis del lenguaje» a fines del siglo XIX, las vanguardias del siglo XX, los neologismos y las neolenguas, el arte de las listas o también el empleo de los diccionarios como posible «forma» para la ficción, entre diversas cuestiones.


U: Ya vemos que el uso del diccionario, como objeto libro, está en declive sin embargo siempre necesitaremos dar o encontrar un significado a las palabras. ¿Cómo creés que se reinventará el diccionario en el futuro?

EB: Los diccionarios y las enciclopedias de papel han dado paso a enciclopedias y diccionarios «virtuales» o «electrónicos», que se pueden consultar en línea o a través de soportes que rompen el molde clásico. En sus nuevos formatos, estos libros de consulta se volvieron más livianos y maleables. Más prácticos desde cierto punto de vista, porque ya no tenemos que pasar las páginas, como hacíamos hace pocas décadas, murmurando esas melodías que, lo confieso, extraño un poco: esas «melodías alfabéticas» (al, am, an…) a medida que nos acercábamos a la palabra buscada. Valoro mucho la simplicidad y la practicidad de los nuevos formatos, pero hay algo que me falta en el reino virtual. Algo que también echo de menos cuando visito una librería en línea. Porque la contracara de la búsqueda eficaz es la falta de accidentes o de encuentros azarosos. ¿Cuántas veces, buscando en un comercio un libro puntual, descubrí otro en el camino? Hoy, en el universo de Internet, estos encuentros parecen sobre todo predeterminados por algoritmos. Un random prefabricado a nuestra supuesta medida: «si le gustó este libro, probablemente le gusten también…», «los clientes que compraron este libro también compraron…». Algo similar ocurre en el caso de los diccionarios: ¿cuántas veces, yendo a buscar una palabra puntual, tropecé con otras que no esperaba hallar? Lo que sigue en pie, más allá del cambio de formatos, es la microforma de la definición. En cuanto a la macroforma, creo que el modelo «digital» permite y permitirá en el futuro un abanico mayor: acceder a la definición de tal vocablo, pero también (por ejemplo) a sus definiciones a lo largo de la historia, en ediciones anteriores del diccionario; la definición, pero también el acceso inmediato a sinónimos, antónimos, palabras afines, palabras que riman, etc. Liberados de los límites de extensión que imponía el formato en papel, los neo-diccionarios pueden traer muchas citas y muchos ejemplos, de gran variedad, para una misma palabra. Y hasta podría imaginarse (si no existe ya), la posibilidad de crear diferentes «páginas» (en el sentido de «disposiciones en pantalla»): una puesta en página tradicional con información en lo que respecta al orden alfabético (qué palabras anteceden, qué palabras siguen), pero también otras «personalizaciones» (otras organizaciones o disposiciones a pedido del lector): siguiendo, por ejemplo, determinado «campo semántico»; abriendo la mirada a comparaciones con otras lenguas; echando mano a gráficos o ilustraciones… El desafío es fascinante para los actuales y los futuros creadores de diccionarios.



 

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