Por Gisela Paggi
JOYCE, James: Dublineses. Ediciones Godot. Buenos Aires, 2021. Trad.: Edgardo Scott.
En El ojo castaño de nuestro amor, Mircea Cărtărescu escribió: «En cierta época pensaba, con una sonrisa autocompasiva, que a Joyce le fue concebido Dublín, a Borges, Buenos Aires, a Durrell, Alejandría, “pero a mí, el Señor bondadoso y eterno / no me ha enviado, desde que rezo ninguna” de esas ciudades-mito, ciudades que aparecen solo en sueños y, acaso, en el momento de la muerte» haciendo mención a esa mitología urbana que ciertos autores han creado en torno a las ciudades donde han elegido situar su producción, retratar su modo de vida o su propia concepción del espacio.
Sin dudas James Joyce es uno de esos escritores que han colaborado en la creación de su ciudad-mito, la Dublín de principios de siglos XX, a la que denominara la ciudad de «la parálisis» por esa actitud que él entendía como de silencio cultural y mental en la que estaban sumergidos sus habitantes, que continuaban con sus vidas de mezquindades mientras el país requería de acciones determinantes que acabaran con las cadenas a las que la sociedad irlandesa estaba atada por parte del Imperio Británico y el Catolicismo.
En este sentido el Realismo es una herramienta que bien le sienta para dar vida a estos cuentos, aunados bajo el título Dublineses, que buscaron retratar, de la manera más fiel posible, esa ciudad que él vio y recordaba desde su exilio autoimpuesto. En una época donde las vanguardias comenzaban a estallar, el realismo fue el as bajo la manga para un autor que buscó mostrar la sociedad dublinesa con ciertos tintes naturalistas de influencia flaubertiana. Pero a diferencia de ese Naturalismo francés decimonónico, en Joyce la ciudad no parece determinar a los personajes. no se nos presenta como un marco opresivo, sino que la ciudad es un mecanismo generador de una hiper-realidad, de reconocimiento para el lector que puede circular por esas calles y encontrar los edificios que Joyce allí mencionó.
Dublín quedó retratada en estos cuentos que al autor le resultó muy dificultoso publicar ya que desatado debates en torno a la supuesta inmoralidad de personajes que, condenados a los márgenes de la existencia, solo anhelaron sobrevivir en una época donde las clases sociales marginadas se encontraban en el punto previo a la ebullición de las grandes revoluciones ideológicas que sucederían poco tiempo después. Y frente a ese contexto, Joyce eligió dar vida a personajes que se hallan frente a una aporía. Sienten la necesidad de escapar del mundo que los rodea pero fracasan debido a una fuerza interna que pareciera paralizarlos y que se traduce en ese ambiente gris de desencanto por la vida en sí.
Para agrandar el combo:
Historias de San Petersburgo, de Nikolái Gógol (Alianza Editorial; traducción de Juan López-Morillas): cinco relatos breves del maestro ruso donde la emblemática ciudad es el escenario y eje en común que aúna a estas historias.
Cuatro dublineses, de Richard Ellmann (Tusquets; traducido por Antonio-Prometeo Moya): las vidas de Wilde, Yeats, Joyce y Beckett retratadas en un libro que busca determinar qué tanto Dublín influenció en estos autores que abandonaron la ciudad siendo muy jóvenes.
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