A modo de editorial
Año IV - N35
En un tiempo turbulentamente electoral, plagado de ofertas (y promesas) de campaña, los candidatos no parecen notar que hay una deuda que tienen con el pueblo argentino: el de la protección del patrimonio cultural.
En los últimos días, nos llegó la noticia triste que dice que el archivo personal que perteneció a Norah Lange y a Oliverio Girondo dejarán el país. La decisión fue de una heredera desconfiada para con el Estado argentino, que no encuentra las garantías de conservación del material y eligió irse a México.
Entre otras noticias, también oímos con alegría que una obra desconocida de Roberto Arlt será editada y dada a conocer al público lector. Pero con dos salvedades: la primera, que será publicada por una editorial uruguaya; la segunda, que el archivo total del escritor argentino en el año 2002 fue vendido por su hija Mirta al Instituto Iberoamericano de Berlín, luego de negociaciones infructuosas con la UBA y otras instituciones que no le ofrecían garantías de protección y conservación.
El debate bien se abrió a la muerte de la heredera de Jorge Luis Borges cuando varios defendían la idea de que sus derechos debían recaer en manos del Estado y pusieron el grito en el cielo al conocer que cinco sobrinos desconocidos serían sus herederos. ¿Podría nuestro país hacerse cargo del enorme volumen que presupone la obra de un escritor de la magnitud de Borges cuando no logró conservar los papeles que pertenecieron a Roberto Arlt o a Oliverio Girondo? Los archivos de muchos escritores pululan entre manos privadas sin encontrar su lugar dentro de las políticas culturales del país. Las maniobras para poner en valor el trabajo de nuestros escritores nacionales parecen ser imposibles y están cerradas a cualquier tipo de debate. Es una utopía pensar en tener la capacidad de conservación y preservación de todo el trabajo de una vida de nuestros mayores autores. Y no hablamos solamente de la supuesta incapacidad económica. Hablamos de contar con los medios adecuados para que sobrevivan a los avatares del tiempo y de la inoperancia.
Al menos (y a pesar de sus cambios de ubicación y propietarios) los archivos mencionados existen. Más me preocupa la virtualidad de los archivos actuales. Los autores o sus herederos ¿permitirán el acceso a sus computadoras? ¿Cómo recostruiremos los procesos creativos sin ver tachaduras, notas marginales, marcas en las hojas etc.?