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Despedida

A modo de editorial


Año III - N31



Es indudable que la literatura perdura más allá del tiempo y de la vida de sus autores. Lo escrito puede tener una potencia más grande que la vida misma. Ese es el caso de la obra de Jorge Luis Borges. Nadie puede dudar, honestamente, de los méritos de sus textos. En ellos está su inmortalidad. Pero no es menos cierto que María Kodama, a quién despedimos recientemente, fue la responsable de que Borges hoy sea para nosotros tan cotidiano como una presencia real y palpable.

Con su sonrisa amable, su voz pequeña y tímida que adquirió un color borgesiano con el paso de los años, su fina ironía y su ferrea voluntad, María Kodama logró que el paso del tiempo y la ambición de los hombres no hicieran ninguna mella en la memoria y obra del hombre al que tanto amó.

En su voz y su presencia podíamos encontrar al Borges vivo. En conferencias, prólogos, charlas, festivales, congresos y homenajes, lo mantuvo presente. Con sus ochenta y seis años a cuestas y una lenta enfermedad, fue una trabajadora infatigable por la literatura y se mantuvo al frente de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que fundara en 1988.

Con Borges escribió Atlas (1984) y tradujo textos para Breve antología anglosajona (1978) y para La ensoñación de Gylfi (1984). Y le dedicó un libro al cumplirse treinta años del fallecimiento del gran escritor argentino: Homenaje a Borges (2016).

Pero en ella también convivían una voz e ideas propias. No solo fue la «viudad de Borges». En los últimos años, tal vez con la seguridad de la vejez, decidió dar a conocer al mundo a la mujer detrás del personaje. Publicó un libro de cuentos, Relatos (2017) ilustrados por una veintena de obras de Alessandro Kokocinski, y, para sorpresa y escándalo de no pocos, La divisa punzó (2022), un libro dedicado a Juan Manuel de Rosas y su tiempo, de corte revisionista, en coautoría con Claudia Frías.

Con María Kodama se pierde una de las figuras relevantes del quehacer intelectual argentino y , en cierto modo, llega a su fin la presencia viva de Borges. Ahora, son de la eternidad.

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