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De guerra, amores y caballeros

Por Jesús De la Jara




Luego de la muerte de Dante, Petrarca y Bocaccio, hijos predilectos de la Toscana, tuvo que pasar más de un siglo para que Italia pueda enorgullecerse de un gigante en su literatura digno de comparárseles. Esta vez, le tocó a Ferrara ser la ciudad donde se desarrolló el gran poeta Ludovico Ariosto (nacido el 8 de septiembre de 1474).

Si alguna vez la literatura cortesana, despreciada a veces por carecer de motivo o verdadera alma, produjo obras grandiosas qué mejor que el Orlando furioso. Y es que, a pesar de no ser noble de nacimiento, Ariosto heredó de su padre el ser servidor de los dueños de su ciudad, la familia de Este. Su padre fue funcionario de Hércules de Este (a quien el autor dedicará el poema) y él mismo, más tarde, sirvió a sus hijos Hipólito y Alfonso. Se dice que la hermana de éstos, Isabela, le pidió que escriba un poema sobre el héroe Orlando.

Para la composición y creación de su gran obra, Ariosto tuvo la influencia de nuevos estilos, sobre todo, de Luigi Pulci quien ya en su poema Il Morgante tocaba el tema de un gigante del ciclo carolingio, pero con un estilo satírico, algo nuevo en la tradición épica de ese entonces. Sin embargo, el antecedente más próximo e influyente fue la obra inacabada de su compatriota Mateo Boiardo titulada Orlando innamorato. Este poema ya había presentado en gran medida a los personajes y cuenta aventuras de las cuales Ariosto se convierte en su continuador.

Orlando furioso es un poema épico extenso, compuesto de 46 cantos en su versión definitiva, que contiene 38.736 versos de tipo octavas reales. El poema utiliza la epopeya carolingia o la llamada Materia de Francia. La chanson de Roland, desde luego, es su antepasado más lejano. Sin embargo, ahora estamos ante caballeros medievales transfigurados en héroes modernos renacentistas. Ya no se narra solo las gestas cristianas y la defensa del territorio nacional, sino también el amor cortés y los dignos gestos de la esencia de la caballería moderna.

Tenemos esta gran gesta entre católicos y paganos, entre imperiales (del Imperio Carolingio francés-austro-alemán) y sarracenos (el conjunto de musulmanes incluyendo a los españoles). Por el lado de los carolingios están el gran Carlomagno, Orlando, Rinaldo, la heroína Bradamante (estoy seguro que será el personaje favorito de muchos), Olivero, Astolfo, Ricardetto, Brandimarte, Etc. y por el lado sarraceno al rey Agramante, el temible Rodomonte, el español Marsilio, Mandricardo entre otros.

Vemos a los caballeros en diferentes aventuras, típicas de la época, desafiándose en duelos hasta el cansancio, salvando doncellas por doquier, mostrando su gran cortesía y honor en cada paso y cruzándose con seres fantásticos. Es el retrato de una época influida por múltiples cánones estéticos contemporáneos, de la mitología, del cristianismo, incluso con ecos de la leyenda artúrica. Pero, lejos de los caballeros, del vasallaje y el respeto siempre hacia Carlomagno a quien debían sus tierras y sus posesiones, está el alma del poeta. Muchos de sus versos debieron haber causado controversia, sobre todo cuando se ve su claro intento por abogar por la situación de las mujeres. También por momentos, de manera quizás poética, se muestra triste, apresado por el Amor y muchas de sus frases parecen indirectas a la amada ingrata.

Amores y desamores, historias de diferentes parejas, campesinos, nobles o brujas. Es un crisol de relatos fantásticos: cada caballero va por su lado, o por su parte del mundo. Pues, mientras uno está en África o el otro por Europa, vamos viajando por selvas penumbrosas, tierras de gigantes, el mar y hasta a la misma luna. Todo un laberinto frenético de aventuras, pero, a pesar de ello, es fácil recordar una vez empezado a todos los caballeros. El final, aunque de poca intensidad tiene la gran virtud de juntar todos los pedazos y terminar en París donde inició el poema. Simplemente soberbio.

Su influencia es vasta: además del comentario sarcástico en El Quijote, Lope de Vega recogió el guante lanzado por el propio Ariosto escribiendo sobre Angélica en La hermosura de Angélica y Luis Barahona de Soto con Las lágrimas de Angélica. Sus historias han sido tomadas para la ópera por Vivaldi en su Orlando furioso o por Händel para su Alcina. Pintores como Ingres inmortalizaron a Rugero y, así, nunca terminaríamos con el arte que ha inspirado. A pesar de esto, es una de esas obras de las que se dice mucho, pero se lee poco. Los invito a cambiar esta secuencia. Y si es con los asombrosos grabados de Doré al lado, créanme, ya no hay nada que uno pueda reclamarle a la vida.



 

Poema y epopeya escrita en italiano, compuesto en cuarenta y seis cantos escritos en octavas. La primera versión apareció en 1516. La definitiva y completa, recién en 1532. Esta última fue impresa en Venecia por los imprenteros Gabriel Giolito de Ferrari. e Fratelli.

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