Por Mónica Izcovich
Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) fue una de las más vehementes defensoras de los derechos de la mujer en los Estados Unidos. Editó varias revistas y escribió novelas, cuentos, poesía y ensayos. Fue feminista, humanista, socialista. Lejos de ser meramente una testigo de los dramáticos cambios económicos y culturales que vivió, Perkins Gilman realizó una exhaustiva tarea como activista y comunicadora en pos de la transformación social.
Aunque era parte de una familia blanca perteneciente a la clase media alta de la costa este, con todos los privilegios que esto implicaba, su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por la privación y la inestabilidad, al abandonarlos su padre cuando Charlotte era una niña. Sin duda, ver a su madre infeliz y abrumada, dependiendo para sobrevivir de la caridad de su familia extendida, la volvió consciente, desde muy temprana edad, de la importancia de contar con independencia económica.
Autodidacta y creativa, Gilman fue una lectora voraz desde temprana edad, comenzó a diseñar en su adolescencia y confeccionó incluso su propia ropa interior, ya que se resistía a utilizar los corsés que estaban en boga y que encontraba insoportablemente restrictivos. A los dieciocho años, se inscribió en la Rhode Island School of Design y luego comenzó a ganarse la vida como ilustradora.
Poco tiempo después, conoció a quien sería su primer marido, el artista Charles Walter Stetson. No le fue fácil a Stetson convencerla: durante dos años insistió con propuestas de matrimonio. Finalmente, y a pesar de sus dudas, la pareja se casó en 1884. Un año después, Gilman dio a luz a la única hija del matrimonio, y cayó en una profunda depresión. Fueron tres años de padecimiento en una época en la que poco se conocía sobre la depresión posparto. En 1887 el celebrado Dr. Silas Weir Mitchell le prescribió «la cura de descanso»: debía recluirse completamente en la vida doméstica, estar permanentemente acompañada de su bebé, dejar de trabajar y nunca más volver a tocar una pluma o un pincel. A los pocos meses de llevar esta vida, su depresión se agudizó.
Afortunadamente, Gilman abandonó el «tratamiento» prescrito y se autodiagnosticó: el mal que la aquejaba era la presión insoportable del matrimonio y la maternidad. ¿La cura? Separarse de su marido y mudarse con su hija a la casa de una amiga en California. Allí comenzaría su carrera como escritora y oradora. «No es que las mujeres tengan mentes más estrechas o más débiles, que sean más tímidas o inseguras» diría, «sino que cualquiera, sea hombre o mujer, que haya vivido siempre en un lugar estrecho y oscuro, que sea siempre resguardado, protegido, dirigido y controlado, inevitablemente se volverá más estrecho y más débil.»
Durante esta época escribió su cuento más famoso, El empapelado amarillo (1892), que H.P. Lovecraft catalogaría unos años después como un clásico del terror norteamericano. Con una protagonista que recuerda a los atormentados narradores de Edgar Alan Poe y un clima que anticipa el suspenso psicológico de Shirley Jackson, la historia retrata la pesadilla que experimenta una joven madre y esposa que sigue la «cura de descanso» que Gilman tanto padeció. Apenas publicado, la autora no dudó en enviarle al Dr. Mitchell una copia.
Durante la última década del siglo XIX, Gilman se mantuvo ocupada y su ascenso fue vertiginoso: además de su labor como cuentista, viajó a lo largo y ancho del país para dar charlas, publicó un volumen de poesía, editó una revista literaria, fue delegada en representación de California en la Asociación Nacional por el Sufragio Femenino en Washington D.C. y en el Congreso Internacional Socialista de Londres de 1896, y publicó el célebre tratado Women and Economics (1898), donde sostenía que en tanto las mujeres dependieran económicamente de sus maridos nunca podrían desarrollarse plenamente como seres humanos.
Finalmente, Gilman y su primer esposo se divorciaron en 1894, cuando la autora tomó la decisión de cederle la custodia de su hija, considerando que él podría ofrecerle constancia y seguridad, y tenía el derecho, como padre, de tener un rol activo en su crianza. Si ya el divorcio estaba mal visto en esa época, cederle la tenencia al padre era insólito e inconcebible. Aún más sorprendente fue que su íntima amiga, quien la había alojado inicialmente en California, se casara casi inmediatamente con Stetson y que Gilman apoyara la decisión, aduciendo que era un alivio que la segunda madre de su hija fuera «tan buena (o acaso mejor) que la primera». Gilman fue públicamente denostada por su decisión y tildada de «madre desnaturalizada» por sus detractores, situación que la autora satirizaría en el cuento del mismo nombre, publicado por primera vez en 1895. El mensaje es claro y cargado de amargura: no importa qué tan heroica o abnegada sea una mujer en su lucha por una sociedad mejor, siempre se la juzgará por su incapacidad de obedecer el mandato imposible de madre ideal.
En 1900, se casó con su primo, el abogado George Houghton Gilman, y se mudó a Nueva York. Evidentemente esta vez sí le fue posible conciliar las demandas de su carrera con el matrimonio con un hombre, ya que estuvieron juntos hasta la muerte de él en 1934. Durante todo este período, Gilman siguió viajando, escribiendo e involucrándose con movimientos reformistas. Publicó otros tres libros de no ficción, enfocándose en la necesidad de una reestructuración de las tareas de cuidado, reforma del vestido y la ampliación de los derechos de las mujeres. En 1909 se embarcó en un proyecto aún más ambicioso y creó y editó su propia revista, The Forerunner, que estuvo siete años en circulación. La revista incluía cuentos cortos, novelas serializadas, ensayos, artículos y reseñas. Allí apareció por primera vez buena parte de la producción literaria de Gilman de este período, incluyendo su novela utópica Herland.
Durante los últimos años de su vida, Gilman se retiró de la vida pública. En los años 30 sus ideas parecían anticuadas, sus libros dejaron de publicarse y, tras enviudar en 1934, se mudó a California para estar más cerca de su hija y sus nietos. Dos años antes se había enterado que tenía cáncer. Ante la confirmación de que este era inoperable, Gilman, defensora de la eutanasia, nuevamente se anticipó a los debates del futuro: se suicidó en 1935, eligiendo la sobredosis de cloroformo para morir en sus propios términos. Dejó una vasta producción narrativa, lírica y ensayística, que la crítica posterior supo rescatar del olvido. Fue una figura polémica que sin duda se anticipó a muchos de los debates del feminismo: luchó por la independencia económica de las mujeres y su acceso al mercado laboral en igualdad de condiciones; abogó por vínculos más equitativos entre hombres y mujeres, cuestionó los mandatos de la maternidad, la belleza y la competencia entre mujeres. Su exhaustiva producción da cuenta de su innegable compromiso por retratar la vida de las mujeres en toda su complejidad, lejos de las convenciones y los lugares comunes.
Provincia de Buenos Aires - Argentina) Mónica Izcovich es profesora de inglés (Universidad Nacional de la Plata), traductora y editora en Erizo Ediciones, una editorial independiente de la ciudad de La Plata. Se desempeña como docente de inglés como lengua extranjera y de literatura en lengua inglesa en escuelas secundarias. Ha realizado traducciones para blogs y revistas y coordinó la edición y traducción de Hisoria de una hora y otros cuentos de Kate Chopin, editado por Erizo Ediciones (2018). Aactualmente se encuentra trabajando en la edición y traducción de Charlotte Perkins.
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