Su último libro agota una edición tras otra. Todos hablan de ella y recomiendan sus cuentos. La autora argentina, que como nadie maneja los silencios, charla con Ulrica sobre su escritura, la cercanía de los lectores y mucho más.
Sus cuentos nunca decepcionan. Los silencios, que la autora maneja con habilidad, dotan a sus historias de un ambiente complejo y profundo. Como si en esos silencios se conjugara la humanidad toda.
A punto de publicar la cuarta edición de su nuevo libro, toda una hazaña en un 2023 atravesado por diversas crisis, podemos afirmar que Alejandra Kamiya es protagonista de un boom literario. Pero Alejandra nos recibe con su sonrisa tímida y el encanto de siempre. Habla en voz baja, con pudor. Sin embargo no necesita de grandes gestos para transmitir la firmeza de sus posturas estéticas e intelectuales. Es, de alguna forma, una encarnación de los mejores elementos de su narrativa. Es delicada, elegante, con un humor sutil y es una verdadera maestra de los silencios. Conversar con ella es adentrarse en un mundo de brillante sencillez. Lo mismo que uno siente al leer sus cuentos.
Para nosotros entrevistarla para esta edición aniversario es un lujo doble. Su cuento La garza (que hoy integra La paciencia del agua sobre cada piedra), fue publicado en el primer número de Ulrica Revista.
Su nuevo libro viene a sumarse a sus dos anteriores: Los árboles caídos también son el bosque (2015) y El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019). Ambos títulos fueron publicados por el sello editorial Bajo la luna y también vuelven a las librerías con nuevas ediciones. Estas dos primeras obras eran, hasta hace poco, muy buscadas por los lectores curiosos. Es que los libros de Kamiya tienen una particularidad nada común: tienen el aval del boca en boca. El que lee a Kamiya se siente en la obligación de transmitir una feliz noticia y de recomendarla a otros.
ULRICA: ¿Qué es lo que te brinda el cuento como género?
ALEJANDRA KAMIYA: Me encanta la intensidad del cuento. Me gusta leer cuentos. Me gusta eso de que no pueda tener una línea de más. Todo tiene que estar ahí por un motivo específico, funcionar como un mecanismo, a diferencia de una novela que uno puede expandirse o poner cosas a capricho.
U: Hablando de los cuentos de este libro específicamente, a nosotros nos pone muy contentos que La garza se haya publicado primero en Ulrica Revista. Y ese cuento justamente tiene mucha relación con otros dos textos. ¿Cómo surgió esa intertextualidad? ¿Por qué no fue una novela
AK: Mi idea original era hacer algo que los norteamericanos llaman novel in short stories, como es el caso de Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson. Es un recurso que me gusta mucho, pero me gusta también la idea de obra, como es el caso de la literatura de Annie Arneux, con temas que a veces se tocan o se pisan. Así que pensé en que podía poner mi Winesburg, Ohio en distintos libros. Como el universo de Saer, también. La obra es un universo.
U: Se nota, con estos tres libros que publicaste, que ya tenés un estilo muy formado. Que tenés, lo que suele llamarse, «la voz», y que utilizás ciertos recursos que permiten muy rápidamente reconocerte. ¿Cómo es que esos recursos entran en la historia que querés contar?
AK: Lo que se llama «la voz» en literatura para mí es muy similar al acento que uno tiene. Es difícil percibir el acento propio, es más fácil reconocer el del otro. Yo no tengo en cuenta nada de mí misma más que lo que quiero decir al momento de escribir. No uso recursos a conciencia. Sí intento ser honesta y ya eso es mucho trabajo esquivar diques o trabas como la vergüenza, el pudor, la autocensura. La voz sale de esa honestidad.
U: Hay mucha presencia de animales en La paciencia del agua sobre cada piedra.
AK: Tiene que ver con la honestidad de la que hablábamos. Los animales aparecieron. Yo me puse a escribir y me di cuenta que ya estaban allí. Supongo que también tiene un sentido en relación a la coyuntura de esta época que estamos viviendo donde siento más la necesidad de hablar de una idea de convivencia con la naturaleza.
U: ¿Te sorprende el boom que están viviendo tus libros?
AK: Es algo que me alegra porque veo lectores nuevos que se acercan constantemente. Los lectores suelen moverse como burbujitas y me gusta que se acerquen porque noto mucho el cariño de la gente.
U: ¿Y te condicionan esas muestras de cariño a la hora de escribir?
AK: No. Escribir, como siempre se dice, es un acto íntimo y la repercusión no llega hasta ese lugar. Puede ser que al momento de corregir piense en el lector y lo tenga en cuenta para elegir qué decir y que no. Pero en cuanto estoy frente al primer borrador, soy yo y la historia que quiero contar.
U: Recordamos que una vez, en una charla anterior, contabas que viajabas por trabajo muy seguido a Japón y que estando allá te sentías más argentina, y que cuando estabas acá te trataban más como japonesa. En cuanto a tu escritura, ¿sentís esa dualidad?
AK: No, porque para mí la escritura sucede como en un lugar del inconsciente, donde no hay ni siquiera tiempo, por lo tanto tampoco hay espacio. Tiene que ver con mi universo. Yo viví siempre acá, más allá de que haya viajado, y con una cabeza un poco moldeada con ciertas categorías japonesas. Así que, bienvenidos a mi universo. Yo veo gauchos y los siento muy cercanos pero no puedo sacarme de la cabeza las categorías japonesas. Y cuando voy a allá, pienso en categorías japonesas. Es divertido cuando se habla de la «doble pertenencia» porque eso implicaría ninguna pertenencia.
U: Sabemos que también traducís textos del japonés con tu papá. ¿Cómo es esa experiencia?
AK: Es una experiencia que me cambió totalmente. Como lectora, valoro mucho las buenas traducciones. Y ahora veo que hay mucho trabajo detrás. Para un libro muy pequeño de poesía, estuvimos tres personas, tres años, trabajando incansablemente. Y es una tarea mucho más difícil que la de escribir porque tenés que ser el otro, transcribir sus poemas desde él, no desde vos. Es un trabajo que imagino que debe ser similar al de actuar. Fue un trabajo muy intenso e íntimo porque pueden darse múltiples interpretaciones. En la cultura japonesa hay muchas cosas implícitas, como códigos, que vos podés decir y en la poesía mucho más. Mi papá era quien nos explicaba cada poema, con todas esas claves ocultas y a partir de allí, trabajábamos, a menudo le dedicábamos varias semanas a un solo poema.
U: Hay una idea, ficticia a nuestro entender, de cómo debe ser la escritura de las mujeres. Que deben hablar de temas de mujeres y hablar desde la voz de las mujeres. Pero vos te salís de esa imposición.
AK: Yo intento, en mi vida y más allá de la escritura, no estar pendiente de mi género. O no estar sobrependiente, no perder el eje. Hay historias que requieren una voz femenina y otras que requieren una voz masculina. No quisiera estar condicionada en ese aspecto. Celebro, sí, que hoy a muchas mujeres se les haya facilitado la llegada a las mesas de las librerías.
U: O sea que seguís tu camino.
AK: Sí, totalmente. Porque además la búsqueda debe hacerse dentro del propio escritor, no por fuera, o en lo demás, o en lo que se está haciendo dentro de la industria editorial. Si uno tiene una historia que justo encaja dentro de los temas que demanda el mercado, está muy bien. Pero no creo en la literatura que sale a buscar esos temas.
U: ¿Qué tal te sentís en la nueva casa editorial de Eterna Cadencia?
AK: Estoy en un período de enamoramiento, con la editorial y también con la distribuidora Big Sur porque allí todo el mundo lee. Eso me hace sentir muy cómoda. Hasta la gente que está en la parte administrativa lee y los que están en ventas leen los libros que venden y saben de qué están hablando. Eso es muy impresionante. Te hace sentir menos solo, menos ridículo.
U: A todos nuestros entrevistados les preguntamos qué están leyendo…
AK: Estoy organizando un taller de lectura y estoy releyendo varios títulos que estaremos analizando. Me encanta releer. Es una forma de lectura en una nueva dimensión, porque justamente, el punto de diferencia entre una lectura y una relectura es uno mismo. Descubro cosas que antes no había percibido, por ejemplo, y es un ejercicio fascinante. Estoy releyendo Encender una hoguera, Jack London; La inundación, de Ezequiel Martínez Estrada; No te hagas ilusiones, de Inés Fernández Moreno y Flores de la bufonería de Osamu Dazai, entre otras cosas.
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