Año I - N°11 - Mayo 2021
Pareciera que a veces nos olvidamos que la literatura es una forma de arte. No es un mero ejercicio de la razón. Tal vez están tan arraigadas las ideas de conocimiento y educación asociadas al objeto libro, que no podemos evitar quitarle lo artístico a la literatura. Por eso, en ocasiones, nos cuesta no ver en la ella una suerte de guía moral o filosófica. Pero esa concepción puede llevarnos al error de creer que un libro es bueno si nos da consejos útiles para la vida, la pareja, la política, y el largo etcétera de los recovecos de los actos, sentires y pensamientos humanos.
Pero en ese error a veces caen, también, los escritores y entonces subordinan lo artístico a lo coyuntural, a lo ideológico y no se atreven a trasgredir sus propios límites. Por eso, en el auge de la llamada literatura del yo, la imaginación se ve desplazada por alguna verdad biográfica. Como si la ficción fuera una falta de respeto a la realidad. Y entonces se cuestiona cómo, por ejemplo, una mujer que no es madre puede escribir una novela sobre maternidad. Sería como contemplar el cuadro de Goya en el que Cronos devora a uno de sus hijos y pensar que el pintor español tuvo que practicar la antropofagia.
La literatura, como la música o la pintura, es una invitación a disfrutar de la contemplación de la belleza creativa. Tal vez sea un buen ejercicio abrir los libros con la misma predisposición con que nos paramos frente a una obra plástica abstracta y de la cual no conocemos nada. Dejarnos sorprender y disfrutar del arte de la literatura.
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