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Renata Salecl, saber o no saber

Durante su visita a la Argentina, para participar de la FED 22, la autora y académica eslovena conversó con nosotros sobre el poder de la ignorancia en las sociedades y los individuos, y sus consecuencias para el futuro. Todos temas abordados en Pasión por la ignorancia, su más reciente libro editado es español por Ediciones Godot.


La pasión por la ignorancia es un termino acuñado por Lacan, cuando observaba que sus pacientes preferían fingir que ignoraban los hechos traumáticos que no podían sobrellevar y por los que justamente habían recurrido a él. En el libro que presentó a su paso por Buenos Aires, Renata Salecl ahonda en las formas de ignorancia a las que recurre el sujeto, pero también a la ignorancia estratégica con las que el poder elude sus responsabilidades u oculta información a la sociedad. Pero saber y no saber son solo dos de las aristas que complejizan el mundo actual y que la filósofa, socióloga y teórica jurídica aborda en su obra.


ULRICA: Nos interesó mucho la relación y, a su vez, la distinción entre no saber y no reconocer. En un pantallazo rápido, ¿nos explicás la relevancia de cada una en nuestro mundo actual?

RENATA SALECL: Trabajo con dos cuestiones. Por un lado, cuál es nuestra relación con el conocimiento, el conocimiento traumático y las nuevas formas de conocimiento con las que estamos conviviendo, como la genética, el big data, neurociencias. Por el otro, qué está pasando con otra clase de problemas con los que está lidiando la gente: si se sienten reconocidos o no. Si son tenidos en cuenta o no. Mi tesis es que hoy, más y más personas, tienen la sensación de no estar siendo reconocidos, que no son vistos, tenidos en cuenta. También, en el mundo virtual estamos pagando por tener amigos, estamos en preocupación por si nuestros posteos son compartidos, buscamos el reconocimiento a través de la cantidad de likes. Hay una búsqueda de la visibilidad. Creo que muchos sienten que, no solo no los reconocen los otros individuos, sino que directamente no tienen reconocimiento en la sociedad. Esto está moldeando una nueva actitud frente al conocimiento en sí mismo. Cada vez más tenemos la impresión de que cada uno de nosotros crea su propio conocimiento. No nos identificamos con las autoridades, como las científicas. Se ha perdido el reconocimiento, en el sentido de que su trabajo es negado por completo. Un influencer con muchos seguidores, con reconocimiento on-line, tiene más poder de llegada que un científico que ha pasado décadas estudiando un tema. También tenemos un problema con reconocer que no sabemos algo. Creemos que basta con buscar en Internet. Esto crea la falsa conciencia de saber y tenemos que lidiar con todo tipo de fantasías sobre el conocimiento que está disponible. Digamos, por ejemplo, la genética. Inventamos nuestras propias historias sobre nuestros genes y como se relacionan con cuestiones traumáticas, qué heredamos de nuestros padres y qué pasaremos a nuestra descendencia. También encontramos grandes dilemas relacionados al big data. Las grandes corporaciones (como Google, Amazon, Facebook, Twitter), saben muchísimo sobre nosotros, nuestros deseos, nuestros hábitos de consumo y pueden manipular nuestros deseos con fines comerciales, pero también con fines políticos. Lo hemos visto con Cambridge Analytica y sobre como la gente era influenciada y manipulada a través del contenido que les era proporcionado por Facebook. Creo que en este mundo, lo más importante, es que la verdad y la mentira ya no importan. Se ha convertido en irrelevante al igual que saber o no saber, porque ya no es motivo de vergüenza e igual podemos volvernos una celebridad como Donald Trump, que hacía gala de su ignorancia.


U: ¿Cómo se ha transformado el término «ignorante» a lo largo de la historia?

RS: Cada época ha tenido su propia forma de ignorancia porque también cada época ha tenido su forma de sabiduría y sus momentos traumáticos, que solían ser dejados de lado, y qué cuestiones era mejor ignorar. Creo que, en estos momentos estamos tratando con cuestiones que las generaciones previas no tenían. Me refiero al mundo virtual, a las redes sociales, los problemas del big data y nuevos conocimientos derivados del desarrollo de las ciencias. Todo esto crea, también, nuevos tipos de ignorancia para el individuo y para la sociedad. En la sociedad encontramos nuevas formas de ignorancia estratégica. Por ejemplo, se proclama que vivimos en tiempos de una economía basada en el conocimiento, lo cual es totalmente mentira. Cada vez vivimos más en una economía basada en la ignorancia porque el conocimiento se ha limitado. Digamos que vos como científico escribís un texto científico, pero para acceder a los de tus colegas tenés que pagar. Y salvo que pertenezcas a una gran institución con financiamiento, que tenga suscripción a estas publicaciones científicas, no podrás tener acceso porque no están disponibles. Esto aunque muchos de esos estudios científicos estén pagados por el dinero de los impuestos al recibir subsidio del Estado. Una vez publicadas, los derechos quedan reservados en unas pocas empresas editoriales de material científico que dominan el ámbito académico. En segundo lugar, el conocimiento está restringido por marcas y patentes. Es necesario contar con enormes sumas de dinero para obtener el conocimiento técnico que utilizan las industrias. También ocurre que conocimientos públicos de generaciones previas fácilmente son apropiadas y convertidas en marcas registradas de, por ejemplo, grandes industrias farmacéuticas.


U: Nos gustó el concepto de la ignorancia como «estupidez protectora». ¿De qué nos protegería ser estúpidos?

RS: La estupidez suele ser usada como estrategia, por el poder, para mantener a las personas a oscuras. Por ejemplo, las corporaciones o los políticos usan la «estupidez protectora» y pretenden ignorar que se están desenvolviendo en forma deshonesta o que están haciendo negocios que perjudican al medioambiente. Y se escudan en la falta de conocimiento al respecto. En mi libro cuento como en el derramamiento de petróleo en el Golfo de México, British Petroleum afirmaban no saber que eso podía ocurrir, cuando todos, desde arriba hasta abajo lo sabían. Esta es una de las formas en que nos escudamos en la estupidez. Pero también, a veces, lo usamos en nuestra vida diaria para no ver algo que nos resulta muy traumático. En las relaciones amorosas hay quienes no ven para evitar perder una relación que creen de amor romántico.


U: ¿Te parece que hay una tendencia contemporánea a ignorar nuestra ignorancia?

RS: Sí, porque en estos tiempos que vivimos hay una tendencia a glorificar la ignorancia y a no sentirnos avergonzados de hablar sin saber. Tendemos a dar por sentado que sabemos porque el conocimiento existe, potencialmente, en Internet y porque, potencialmente, podemos encontrar la información. Y si encontramos información que contradice lo que creemos saber, no despierta nuestra curiosidad y la descartamos. Antes de Internet, ignorar algo generaba una ansiedad que debía ser superada. Debíamos superar esa ansiedad para poder encontrar el conocimiento sobre lo que no sabíamos o no entendíamos. Hoy uno puede escapar rápidamente de esta ansiedad y ocupar la atención en otra cosa. Lo cual es problemático porque descartamos la ansiedad y dejamos de lado la incomodidad de no saber en lugar de reconocer nuestra falta de conocimiento respecto a algo. Diría que llenamos nuestra atención con las redes sociales y la ignorancia ayuda a no sentir la incomodidad de no saber. Pero esto es un chupete nada más. Nos mantiene en burbujas de información de las que no salimos para no lidiar con conocimientos incómodos o personas diferentes. Nos contentamos con lo que ya sabemos. Por eso son tan problemáticas las burbujas de información: solo consumimos la información que nos conforma con lo que ya creemos saber.


U: Pertenecer a estas burbujas tan cerradas que creen haber descubierto una verdad, a muchos les da una sensación de superioridad moral. Y mientras más minoritarios son, más superiores se sienten.

RS: Sentirse moralmente superior es, creo, otro tipo de ignorancia. También alimenta este deseo de ser reconocido. Por eso las burbujas de información dependen realmente del hecho de que se retroalimentan del grupo. Se sienten reconocidos por recibir likes de sus amigos virtuales, por ser compartidos sus posteos. Eso da cierto tipo de reconocimiento que nos satisface rápidamente y nos da la sensación de conocimiento y nos evita enfrentar preguntas incómodas o tratar de comprender el punto de vista del otro.


U: ¿Nuestro individualismo nos lleva a ignorar lo colectivo? Pensamos en el libro Sobre el dolor de los otros de Susan Sontag.

RS: La apatía lleva a que nos cerremos al otro. Vemos por ejemplo, con la guerra en Ucrania, que más y más gente prefiere dejar de seguir las noticias. Pero ocurre que en los países con regímenes autoritarios o que enfrentan situaciones muy traumáticas, también dejan de leer las noticias. No quieren seguir viendo lo negativo que los rodea. Hemos visto en el pasado situaciones en las que al ser testigos de la violencia perdemos cierta compasión porque nos auto protegemos. Solo podés soportar una cuota limitada de sufrimiento y luego buscás protegerte de ver demasiado sufrimiento. Creo que hoy son tantas las cosas que están ocurriendo, guerras, hambre, cambio climático, que esto lleva, también, a que la gente crea que no es posible un cambio. Muchos sistemas políticos se han vuelto autoritarios. Tres cuartas partes del mundo son regidas por autoritarios, o por ignorantes neoliberales o por populistas. Más y más personas se sienten apáticas políticamente para actuar o incluso para votar. Y si no nos organizamos políticamente para cambiar el curso, el capitalismo en el que vivimos se vuelve insostenible. Está destruyendo el medio ambiente, la gente se enferma por la sobrecarga laboral, las diferencias económicas son abismales entre las personas. Y cuando nos enfrentamos a la pandemia, no se compartió la información de las vacunas con el Tercer Mundo. Esto fue un verdadero crimen. No solo no ayudamos a que obtengan las vacunas, sino que no se les permitió tener acceso a las formulas patentadas. Y de esto pagaremos el precio en los años venideros, porque, aunque prefiramos ignorar lo sucedido, vivimos todos en un mismo planeta.


U: Hablábamos antes del miedo a ser ignorados que algunas personas pueden sentir. Pensamos, a raíz de todos los casos resonantes de tiroteos en USA, en que una persona al ser ignorada queda completamente fuera del sistema. ¿Hay una relación que pueda establecerse entre ese acto de ignorar y una reacción desproporcionadamente violenta?

RS: Sí. Vemos cada vez más este fenómeno conocido como El lobo solitario. Y obtienen ese reconocimiento en los foros on-line en los que participan. Hay casi una competencia, en este mundo subterráneo on-line, por promover la violencia y cometer matanzas horrorosas y ver quién se cobra más víctimas. También está una búsqueda de reconocimiento luego de cometer los actos de violencia, de que aparezca tu foto en las noticias. Por eso, cuando tuvimos que enfrentarnos, años atrás, a estos actos de terrorismo en Europa se dio el debate con psiquiatras y psicoanalistas, de que una de las estrategias tenía que ser no publicar las fotografías del atacante luego de un hecho violento. Estas personas anhelan ese reconocimiento.


U: ¿Nosotros también contribuimos con darles reconocimiento al volvernos consumidores de documentales y biopics de crímenes y criminales?

RS: La gente se fascina con estos personajes que trasgreden la ley y es por eso que, en ocasiones, los asesinos seriales y los asesinos de masas se vuelven celebridades.


U: Siendo tan dependientes de los celulares, de las comunicaciones, ¿es posible vivir en el mundo actual sin proporcionar información al mundo opaco del big data?

RS: Creo que se ha vuelto imposible. Estamos a oscuras en lo que se refiere a qué información recolectan sobre nosotros y sobre cómo trabajan los algoritmos, porque son propiedad de corporaciones privadas. También, cuando firmamos los acuerdos de consentimiento de las aplicaciones, nadie tiene tiempo de leer la letra pequeña. Un estudio reciente demostró que, si nos detuviéramos a leer todos los pormenores de todos los acuerdos de consentimiento que damos, nos pasaríamos la mitad de un año sin hacer otra cosa que estar leyendo. Con cada app que descargamos, en cada sitio web al que ingresamos, de alguna forma estamos dando nuestro consentimiento para que recolecten y analicen nuestra información. Y ya hemos visto que esto puede ser utilizado para manipularnos. Es lo que ocurrió con Cambridge Analytics y como influenció la decisión del Brexit en el Reino Unido. Y nos encontramos con que no hay voluntad política para regularlo. Tenemos que empezar a pensar el Internet como algo público que tiene que servir para el beneficio de todos. Todos deberían tener libre acceso y no estar en manos de propietarios privados. Hay empresas privadas que, por su parte, tendrían que asumir su responsabilidad sobre el contenido que comparten y que pertenece a, por ejemplo, periódicos o periodistas. Obtienen una ganancia sin generar ningún contenido. Solo reciclan, sin beneficio del que escribe, y se benefician de los likes, del tiempo que se pasa en redes. También deben responsabilizarse por volver tan adictivo el mundo virtual. Hay mucho conocimiento científico relacionado a la psicología detrás de esto. El mundo necesita tomar acciones coordinadas para limitar las ganancias de las grandes corporaciones como Google, Facebook, Twitter, que no solo han cambiado a nosotros como humanos, sino también al planeta.


Traducción directa del inglés por Juan Francisco Baroffio.

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