Por Andrea Urman
Desde la cocina, Olguita veía la catedral y la plaza Moreno y esperaba con las manos en la cadera y el ceño fruncido. Así pensaba.
La bacha repleta, la lechera roja, los platos de los suegros, la juguera sucia. Tenía que pensar en la Navidad.
Sintió miedo al pensar en la noche siguiente. No había preparado los regalos y se acercaba la Nochebuena. Contó con los dedos a los invitados y sacó del aparador de la suegra el papel de regalo. Solo tenía que envolverlos. Aún quedaban horas para hacerlo suavemente. La mujer del padre y el padre estaban en la ruta, viniendo desde Pehuajó.
Olguita volvió a mirar la catedral de La Plata. Un camión Scania venía de frente, su padre y la mujer escuchaban Wish You Were Here.
«So, so you think you can tell
Heaven from hell?
Blue skies from pain?»
Olguita vio la explosión a través de la ventana. La música de Pink Floyd seguía sonando. El sonido de la ventana mal cerrada del comedor, empujada por el viento caliente de la mañana, la devolvió a la cocina de los suegros.
Su padre le había enseñado a nadar en tiempos felices. Hablaban abajo del agua y él le besaba las orejas. Ningún hombre le había besado las orejas de esa forma. En la superficie, el padre la sostenía para que no perdiera el equilibrio y sus manos acariciaban su pequeño cuello.
Patricio ya había quitado los restos de sangre y pelos del lechón. Colocó la cabeza del animal del lado del fuego y la pinceló con sal. La suegra le había dado de comer a los gatos. Era una Nochebuena con viento.
Olguita se estaba terminando de pintar las uñas de los pies. Escuchó a lo lejos la discusión de los suegros, el aroma del cigarro del hombre. Patricio la llamaba.
–Olguita, ¿podes venir?
–Ya voy, esperá que se me seque el esmalte.
El timbre empezó a sonar. Llegaban los primeros invitados.
Teresa entró de la mano del padre de Olguita y la suegra la recibió con besos y abrazos y le mostró el árbol con el pesebre, las guirnaldas y su colección de vírgenes. Teresa tomó una copa de vino blanco y se sentó a secarse el cuello mojado. Olguita los saludó. Se miraron sin hablar. Olguita sonreía.
En una familia sin niños se siguen haciendo regalos para los adultos.
–¡Teresa, dejá la cartera en mi cuarto! –gritó la suegra.
–No, prefiero llevarla conmigo.
Teresa palpó el objeto duro dentro de su cartera, miró a través de ventana hacia la noche estrellada de diciembre. La luna. Olguita se acercaba y la encañonaba con su pequeña 22. Olguita mordía el polvo caluroso de la Navidad.
Olguita se hacía pis, ahí mismo y le pedía perdón.
El sonido de los explosivos afuera en la calle la volvió a la Nochebuena del 2005.
Después del brindis, Olguita repartió los regalos, los suegros se emocionaron, Patricio la besó en la boca, la abuela Beatriz le dijo que era un angelito de dios, la prima Norita le dijo que era un regalo muy práctico, el padre la abrazó y se besaron.
Teresa no recibió un regalo. El clásico de las navidades desde hacía seis años. La familia brindaba, comían mantecol y nueces. Luego bajaban a la calle para mirar los últimos fuegos artificiales.
(Provincia de Buenos Aires - Argentina). Nació en La Plata, Provincia de Buenos Aires. Escritora y psicóloga. Publicó su segunda obra de teatro, Árida por editorial Rangún. Junto a Agustina Murillo dirige el sello editorial Entre Ríos. Es colaboradora de Ulrica Revista, donde lleva a delante la sección Convivio, dedicada al teatro. Escribe poesía y recomienda libros en su página de Instagram @detrásdelabiblioteca.
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