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Mi santa y yo, poesía de Gisela Paggi

Por Gisela Paggi

No es, compongo, me doy cuenta, ni el amor, ni la nostalgia, ni ninguna raíz elemental lo que convoca, brillantes, estas imágenes, sino el misterio del tiempo, del espacio, sus operaciones inertes, densas, sólidas, más puras y más nítidas, más reales que nuestra adhesión, débil, compongo, como la sombra, acribillada de luz, de un árbol sobre el río; y así de espesa.

A medio borrar, Juan José Saer.


I

Las rosas rodaban desde la ropa de Santa Isabel de Hungría

y yo pretendía que el hilo fuera corto,

porque con el hilo largo bordaba el diablo, y los silencios del infierno,

imaginaba,

deberían de ser demasiado abarcadores como para huirles.

La vida transcurría debajo de un árbol de mandarinas y no sabía que

abierta como una cala, los teros chillando,

habría un día en que el miedo me miraría a la cara.

Llegaron todos los años precipitados y el silencio del patio,

donde las monjas caminaban prometiendo panes que se convertían en rosas,

terminó siendo la oscuridad de una habitación pequeña;

los libros en una canasta, la ropa amontonada,

los malvones creciendo violentamente debajo del ceibo.

Cuando me abrí los ojos,

quedaron los papeles y una imagen recortada de lavandas en un campo

que no puede ser más que una utopía.

El gato frotándose contra mis piernas y una llamada perdida que no contesté.


II

Cuánto silencio se le estará acumulando -me pregunté-

siendo que no tuvo árbol de mandarinas bajo el cual jugar

ni santa milagrosa a la cual recurrir cuando imaginara

fantasmas de niños saliendo de los roperos.

Yo me aferré a mi milagro y no miré hacia los costados,

porque si desde su ventana lograba dilucidar,

ella sí,

el campo minado de ánimas fosforescentes

o flúor que es como se las llama ahora,

era porque yo había cortado el hilo y ganado la carrera.

Luego me quedé leyendo,

en la hamaca, en encierro, el frío que comenzaba a asomar,

una novela de Puig que había leído hace años y recién ahí puede comprender.


III

Y ya más abajo y más cerca, donde puedo caminar, hacer pie,

con las retamas que se adueñan de los días tan amarillamente que no se puede

más que imaginar que una puede hacer lo que hizo Juanele antes que todos,

en el cuadro de Caravaggio,

Narciso contra Narciso,

se observa toda la ilusión del mundo en dos pares de ojos que se enfrentan en el amor.

La cuestión está en entender que quizás no fuera amor propio sino

un esfuerzo sobrenatural por imitar a alguien

hasta destruirse por completo por amor a uno más

que es esa luz de agua que los divide y los encuentra.

La resolana les molerá el rostro hasta que no sean más que espejismo

y el pan seguirá siendo pan

y el hilo se enredará

y los pequeños angelitos saldrán de debajo de la cama porque mi papá no revisó bien.

Ese día, mi Santa y yo haremos como que no nos conocemos,

tal como hicimos todos estos años

donde se galopaban las soledades como mejor se podía

y se abrían las ventanas con recelo y vergüenza.

Cada una su camino,

intentaré volverme tan amarilla como las retamas

y no tendré miedo a la imagen que me devuelve el otro Narciso

porque nada devolverán los ojos enceguecidos de un perdedor.

Vos no me mires.

Llevame a mi provincia que,

seguramente,

los helechos estarán más verdes que ayer.



 

(Sierras Bayas - Argentina) Nació en la provincia de Santa Fe, en 1986. Es profesora en Lengua y Literatura, periodista y artista visual. Actualmente es estudiante de Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad Nacional del Litoral. Publicó dos libros de artista/autor: Orfeo (2017) y Azulejería (2018), libros que conjugan poesía con xilografía. Especializada en mediación y promoción de la lectura, habla de literatura y de libros en su cuenta de Instagram. Es editora de Ulrica Revista.

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