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Libros coleccionables: más allá del romanticismo

Actualizado: 16 nov 2020

Por Juan Francisco Baroffio


Preservar libros va más allá de una tarea profesional. y económica Para los coleccionistas tener libros es una declaración de amor. Y este mundo tan particular tiene sus detalles, sus pasiones y manías. También lo rodean ciertos mitos. Un artículo para adentrarse en ese mundo y volverse a enamorar del objeto libro.

Hay algo de sublime al entrar en una librería anticuaria. Es un lugar donde no sólo se venden libros. Es un lugar donde se los exhibe y se los aprecia y valora por su conjunto. En una librería que se especializa en la venta de libros antiguos, el autor, el traductor y la fecha de edición se conjugan con su valor estético y, en ocasiones, con los avatares de la vida de ese ejemplar en particular. No es lo mismo que un libro haya pertenecido a un lector anónimo que a una figura célebre. Un libro de tácticas militares del siglo XVIII tiene un valor considerable. Pero si ese ejemplar perteneció, por ejemplo, a Napoleón Bonaparte, su valor se vuelve de otro tipo. Ya no es un libro antiguo. Ahora es una pieza histórica.

Por eso los coleccionistas privados muchas veces se convierten en personas que preservan el patrimonio para la posteridad. Sobre todo en países donde el estado no alcanza a proteger (por falta de recursos o de interés) todo el acervo cultural que se encuentra en el territorio de su jurisdicción. Pero muchas veces esta tarea es inconsciente para el que la lleva a cabo. Para esa persona priman sentimientos antes que razones.



El inicio

Atesorar libros no es algo reciente. Desde que ha habido libros en el formato tradicional aparecieron personas ávidas de tenerlos y conservarlos.

«En los libros encuentro a los muertos cual si siguieran con vida; en los libros puedo entrever el futuro; en los libros se exponen los asuntos de los guerra; los libros establecen las normas para la paz. Con el tiempo, toda la materia se corrompe y decae; Saturno no cesará de devorar a los hijos que engendra. Toda la gloria del mundo estaría sepultada en el olvido si Dios no hubiese otorgado a los mortales el remedio de los libros». Así se expresaba Richard de Bury (1287-1345), monje benedictino inglés, obispo de Durham, primer coleccionista de libros de Inglaterra y considerado el primer bibliófilo. En su obra más famosa Philobiblon (1345), habla del amor a los libros. Más aún, es el primer tratado que se refiere a la actividad bibliotecaria y a la preservación, organización y cuidado de los libros.

Desde esa declaración de amor, la colección de libros se ha vuelto una actividad más frecuente y extendida. Cualquier lector resguarda tal o cual ejemplar añoso que le regaló un abuelo o un libro que leyó en la infancia o en alguna circunstancia que marcó su vida. El objeto libro pasa a tener un valor simbólico personal. Patricio Rago en su libro Ejemplares únicos (Bajolaluna, 2019), relata episodios que ilustran el afecto personalísimo que las personas sienten por ciertos libros. Alberto Maguel, que recientemente donó gran parte de su monumental biblioteca a Portugal, ha dedicado numerosos escritos de su profusa obra a plasmar la particular relación de los individuos con los libros. En 2005 publicó The Library at Night (La biblioteca de noche,en castellano con traducción de Carmen Criado Fernández) en la que encontramos su experiencia personal con la biblioteca.


Coleccionistas

Los coleccionistas imprimen a sus colecciones un valor similar, pero más detallado y profesional. Los detalles son lo importante y no el mero paso de los años. No importa tanto el texto. Un bibliófilo no quiere la primera edición de La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares para leerla y llevarla en la mochila. Para eso se compra una edición moderna. La primera edición, con su sobrecubierta original, será un tesoro resguardado para su deleite. Para llenarse de orgullo y amor al pensar en su biblioteca.

Zubairul Islam, coleccionista y librero anticuario de Toronto (Canada), cuya librería independiente That Guy With The Books comenzó en el mundo digital en 2019 (pueden visitarlo en @thatguywiththebooks en Instagram), en charla con Ulrica dice que hay una «miríada de razones por las que alguien elige comenzar a coleccionar libros raros y antiguos. Algunos coleccionan por el contenido de la obra en sí y por la escasez de ese texto. Otros eligen hacerlo por el mero prestigio de tener un texto tan raro o una primera edición. Otros, simplemente coleccionan sobre la base de que el libro debe ser tratado como una obra de arte, el libro como objeto. Ya sea por la encuadernación, las ilustraciones o la obra literaria, existen múltiples razones».

Para Max Robinson, un joven empleado de museo y coleccionista de Dorset (Inglaterra), que comparte detalles de su colección en @theblottedpage (una variante anticuaria del bookstagrammer tradicional), coleccionar está relacionado a sus estudios. Le cuenta a Ulrica que si bien su familia siempre sintió interés por las antigüedades, él no empezó a coleccionar libros hasta haber cursado un Master en cultura impresa. «Me atrae el mundo de los libros antiguos debido al elemento de la cultura impresa. No tanto por lo que está escrito en ellos sino más bien por la historia de la publicación y la forma en que se ven como se ven. Me gusta el hecho de que lo que he estudiado me ayuda a apreciar piezas que otros pasan por alto porque no se ven bonitas, como los panfletos baratos de finales del siglo XIX».



Un fenómeno que se mantiene vivo

En un mundo cada vez más tecnológico y donde lo virtual va ganando terrenos en forma apabullante y en el que, incluso, se cuestiona la vigencia del libro impreso, cabría pensar que el coleccionismo de libros antiguos está en peligro de desaparecer. Sin embargo, las opiniones recogidas por Ulrica parecieran indicar lo contrario. Bernard J. Shapero, uno de los libreros anticuarios más reconocidos de Londres, fundador y CEO de Shapero Rare Books, que en octubre de 2005 pagó más de un millón de libras por el famoso Atlas Doria del siglo XVI, opina que «Las modas cambian y ciertos campos del coleccionismo de libros podrían llegar a ser menos disputados, pero hay un número mayor de personas interesadas en los libros raros. Los coleccionistas más jóvenes usualmente se interesan en autores del siglo XX como Ian Fleming o J. K. Rowling, pero los clásicos siguen siendo populares».

Coleccionar tiene mucho que ver con lo emocional. Nadie está obligado a hacerlo. Naturalmente escapa de los dictados puros de la razón. Las pasiones no siempre corren tras las modas. Zubairul Islam cree que en este momento hay cierta popularidad por el coleccionismo de antigüedades y de libros. «Gracias a la información que se intercambia tan fácilmente por internet y a shows televisivos como Pawn Stars–“El precio de la historia”, en Latinoamérica y “La casa de empeños” en España –creo que el interés por los libros antiguos en verdad se ha acrecentado, aunque el número de coleccionistas no se ha incrementado dramáticamente».

No todos son optimistas con respecto a este renovado interés. En tiempos donde lo material y económico tiene un valor superlativo, algunos sienten que el mayor interés por los libros antiguos se limita a las posibilidades de reventa. Max Robinson cree que esta situación de especulación hace que los precios crezcan a los fines de obtener mayores ganancias y por ende que los libros solo sean considerados como valiosos dependiendo de cuánto se ha pagado por ellos. «Creo que es triste para el mundo de los coleccionistas de libros antiguos, que solía ser puro y lleno de expertos entusiastas que podían comprender el valor de los libros más allá de cuánto había pagado alguien».

Para cambiar el foco de discusión, nuestras nuevas realidades tecnológicas pueden encerrar un beneficio que los amantes y coleccionistas de libros tal vez no han tenido en cuenta. Sobre este punto nos llama la atención Rhiannon Knol, especialista en la sección de libros raros de la famosa casa de subastas Christies' en New York (pueden ver algunas de las piezas con las que trabaja en @liber.librum.aperit). «A pesar de las quejas y la preocupación con respecto al e-book, de verdad creo que incrementan el interés de la gente por los libros antiguos. Si los libros impresos, físicos, son raros se vuelven más especiales. Mucho de lo que los e-books están reemplazando, creo, son los bestsellers en rústica que frecuentemente terminan reciclados o tirados por ahí. Al mismo tiempo, internet hace que coleccionar libros sea más accesible que nunca, bajando los precios e incluso haciendo que la información sobre los libros sea mucho más sencilla de encontrar y aprender». Y agrega que las personas, ya sean coleccionistas expertos o estudiantes o público totalmente inexperto, cuando muestra libros antiguos como parte de su trabajo, «siempre se quedan maravillados y encantados. Solemos pensar en los libros como objetos cotidianos, caseros, pero observar de cerca un libro antiguo puede transformar nuestra relación con ellos, incluso con los libros “de todos los días” que tenemos en nuestras vidas».



Cualquiera puede ser coleccionista

Tal vez lo primero que se viene a la cabeza de alguien cuando piensa en un coleccionista de libros, es una lujosa mansión o palacete, una gran biblioteca de lustrosa y brillante madera y armaduras y obras de arte en las paredes. No se puede ignorar que hay piezas de colección que exceden en mucho a los ingresos promedios de la población de cualquier país. Una copia de un libro como The First Folio, impreso en 1623, la primera recopilación y publicación de las obras de Shakespeare según sus manuscritos originales, tiene un valor estimado en quinientas mil libras. Es evidente, como en cualquier otro campo de la vida cotidiana, en que una mejor posición económica facilita la adquisición de bienes. Sin embargo, hoy la oferta de libros antiguos y coleccionables es mucho mayor.

Antes de la proliferación de las plataformas de ventas y subastas on-line, había que recurrir a lugares especializados para adquirir los libros raros. Por otro lado, ellos solían ser los únicos en comprar libros para reventa. Hoy, cualquiera puede dilapidar la biblioteca de sus antepasados en internet.

Una copia de un libros que se subasta en una casa de remates de renombre por varios cientos e incluso miles de dólares (en general es la moneda de cotización de estas piezas), puede aparecer por una fracción de su valor en una publicación de una plataforma de e-comerce. No siempre se debe a la ligereza del vendedor. En ocasiones tiene que ver con la necesidad de vender volumen, otras para hacer lugar y sacarse de encima objetos que se heredan y por los que no se siente ningún interés. Las necesidades económicas a corto plazo también son un factor que puede influir en la venta a precios por demás accesibles.

«Coleccionar libros antiguos puede ser disfrutado por cualquiera, sin importar su status en la vida. De hecho, como alguien con un trabajo de medio tiempo, he podido amasar una variedad bastante importante de obras a pesar de pertenecer a un grupo de ingresos medio», nos dice Zubairul Islam. Él es uno de los que han optado por la venta de su catálogo a través de internet y redes sociales, con propuestas que tienen en cuenta a los jóvenes coleccionistas que suelen ser los de menores ingresos.

Sobre este aspecto económico del coleccionismo, Rhiannon Knol, nos recuerda que los libros pertenecen a un rango pecuniario mucho menor al de otros objetos coleccionables: «Si mirás la lista de los libros impresos más caros en una subasta, aunque hay algunos realmente caros, es cambio de bolsillo comparado con muchos otros campos del coleccionismo como, por ejemplo, el del arte contemporáneo. Ese es el punto más, más alto. Los humanos han escrito e impreso por miles de años y hay toneladas de material ahí afuera esperando ser apreciado y descubierto por la persona correcta. Muchas colecciones de libros contienen un mix de precios, con muy pocos en rangos altos que han sido buscados y planeados con especial atención, y muchos de valores medios y bajos que redondean la colección y a los que el coleccionista les da una nueva y excitante perspectiva».

Otro punto en el que suelen hacer hincapié todos los consultados por esta publicación, es que un coleccionista es alguien que está atento y a la búsqueda. Roberto Cataldo, famoso librero anticuario uruguayo y fundador de El Galeón (Montevideo), nos habla de otras alternativas a las que suelen recurrir los bibliófilos cuando salen de «cacería». «Por supuesto que si uno tiene un buen poder adquisitivo, muchas cosas se simplifican, pero no creo que sea una situación limitante del coleccionista. Hay formas de "hacerse de piezas" importantes, buscando otras variantes. La constancia y perseverancia son dos aptitudes para lograr llegar a encontrar la obra difícil, en el lugar menos esperado. Aquí, en Montevideo, hay mucha gente que recorre las ferias vecinales: Tristán Narvaja, Piedras Blancas, La Teja, Colón, etc. Otros recorren las librerías de “usados” y de “textos” y a veces se encuentran con libros importantes “entreverados” con el resto. La virtud es estar atento permanentemente y con las “antenas paradas” para lograr el objetivo». Bernard Shapero agrega: «Hay tesoros a encontrar por aquellos coleccionistas con el conocimiento y la pasión para buscarlos».

En países como la Argentina, los anticuarios suelen tener precios para todos. Librerías como Helena de Buenos Aires (a cuya librera entrevistamos en este número), La Teatral (fundada por Javier Moscarola), Librería El Escondite (de Pablo Cohen), El Ventanal en Mar del Plata (de Marcelo Di Luciano) o Juan Roldán de Córdoba, sólo por nombrar algunas, tienen catálogos con piezas de todos los rangos. Además de la faz comercial que encierra toda venta de libros, también hay una filosofía de que el libro no solo es coleccionable por su valor económico. Y aunque pueda sonar un tanto idealizado, la relación afectuosa que se forma con los libreros también facilita las cosas para los coleccionistas. No son raros los casos en que el entusiasmo y amor por los libros del librero y del coleccionista logra regateos de lo más amigables.



Eventos

Tal vez no resultan multitudinarias, pero las ferias de libreros anticuarios están presentes en ciudades de todo el mundo. En New York encontraremos la que más volumen maneja en terminos económicos; Paris es la que la crítica considera la más sofisticada, pero la de Frankfurt es la más tradicional. Otras ferias que convocan a importantes libreros y coleccionistas son las de Boston y New Orleans.

Famosa y moderna es Firsts, la feria de libros raros y antiguos de Londres, organizada por la Antiquarian Booksellers’ Association (ABA) con los auspicios de la International League of Antiquarian Booksellers (ILAB). Un evento que reúne a los más importantes libreros anticuarios de Gran Bretaña (participan también algunos de Francia), en la que el visitante puede deleitarse con manuscritos de figuras célebres de la historia como la Reina Victoria o Napoleón y de grandes escritores, como así también primeras ediciones, rarezas, libros anteriores a la imprenta de Gutemberg y obras firmadas. Cada año convoca a público de lo más diverso. En 2019 el orador que inauguró la feria fue el aclamado actor y también bibliófilo Stephen Fry. Este año, también se mudó a lo digital.

En Argentina la Asociación de Libreros Anticuarios de Argentina (ALADA), actualmente dirigida por el librero Lucio Aquilanti (de la librería Aquilanti & Fernández Blanco), organizan todos los años la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires, que es la única de Sudamerica. Con cada edición va ganando visitantes y notoriedad. Es una cita obligada para cualquier amante de los libros, ya sean coleccionistas o no. Un visitante frecuente, se los recomienda.


Todos somos coleccionistas

No hay persona que no atesore ciertos objetos, que no sienta alguna suerte de fetichismo con su posesión. Lapiceras, boletos capicúas, encendedores y un larguísimo etcétera, ya que cualquier objeto que pueda ser adquirido es susceptible de ser receptor de alguna clase de simbología personal y particular. Con los libros resulta aún más fácil. Ya sea que se trate de colecciones extremadamente personales y bizarras, como la de la abogada peruana que colecciona ediciones piratas, o la biblioteca blanca o aquella de autores ficticios, todas descriptas por Eduardo Halfon en Biblioteca Bizarra (editada en 2020 por ediciones Godot), o que sea de libros firmados o de primeras ediciones, el lector asiduo tiene una relación con sus libros que es difícil de describir.

Tal vez los que coleccionan libros antiguos o raros (quien les escribe pertenece a este grupo), sienten una veneración un poco más particular. Para estos, no se trata de la cantidad o del mero paso del tiempo. Hay una búsqueda de una belleza inmaterial, simbólica, que hace que se contemplen esos objetos con mirada embelesada. Pero, como ya vimos, no es una cuestión monetaria. El amor es algo que no tiene precio.




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