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Las moscas, un cuento de Diego Cano

Por Diego Cano


Ilustra: Fernando Ramírez González


Al llegar, el zumbido de las moscas horadaba nuestros tímpanos. Aunque en el verde campestre me invadía una sensación de paz, nada más placentero que congregarse a comer una bondiola de cerdo con amigos. El tiempo se me había vuelto elástico en la pandemia y la naturaleza me invitaba a huir hacia adelante.

Blanquillo comenzó a preparar el fuego, juntó unas ramitas esparcidas por el prado cercano que los árboles se encargan de descartar para nosotros. El crepitar de la madera compensaba el zum, zum insistente que nos rodeaba.

En eso, Ingenieril, daba instrucciones precisas sobre la forma, tamaño y velocidad del agite del fuego como forma de generar un humo persistente que nos posibilitará una pequeña burbuja de tranquilidad frente a los insectos; tenía razón, pero estaba equivocado…

De fondo las vacas mugían y su sonido puede ser agradable para un citadino hasta que se entera que el mugir puede ser nocturno en algunas vacas que sufren de insomnio, y a las vacas no se les puede decir que se callen como a los niños....

Vacas, bondiola, amigos, moscas, todo parecía transcurrir en la perfecta armonía establecida de un fin de semana campestre.

Las nubes circulaban con un gris terroso casi lunar, ocultando la paleta de naranjas, rojos y purpuras sanguinolentos que pretendía mostrar ese atardecer. Rulete, el tercer amigo, quien solía moverse en el miedo como pez en el agua, afirmó con una contundencia espasmódica: las moscas se ríen de los muertos. Yo, saboreando mi soledad, como sonámbulo de la vida, apreciando los magentas y las variedades de fusiones de naranjas y amarillos del fuego en su surgir apabullante, bamboleaba mi cabeza al ritmo parsimonioso y febril de las moscas.

El sonido de los insectos no paraba de retumbar en nuestros oídos como ecos de miles de tizas rechinando en pizarrón de colegio. Rulete, conocedor profundo de todos los temas a través de su pertinaz tarea de mirar videos de YouTube, aseguraba:

-¡Las moscas son bichos pequeños, intensos, fastidiosos, que se congregan en manada en ciertas zonas cuando huelen algo de comer, un pedazo de carne o lo que sea! –dijo, como si la mera experiencia de nuestros ojos no alcanzará a realizar esas evidentes conclusiones.

Absorto en su inmensa tarea de revolear un cartón sobre el voraz fueguito de la parrilla, Blanquillo, sólo podía explayarse sobre los tiempos de cocción de la bondiolita y las formas de cortes perfectos para su deglutir. Las moscas no parecían perturbarlo, nadie nunca en realidad lo había visto perturbado, en su inocente frivolidad culinaria, él era el que más disfrutaba de la belleza natural del ambiente.

Mientras transcurría el tiempo de espera al punto de cocción (y toda espera huele siempre a amenaza), una mosca parecía desafiarme. Mis ojos o mi humor (no sabría distinguir en este momento el origen de mis sentidos), notaron que una mosca con cara de mariposa asesina ronroneaba alrededor de mi gran nariz puntiaguda; mi mirada penetrante se internó en su aspecto negruzco, sus ojos saltones con sus miles de facetas que parecían captar todo a su alrededor; su vuelo alrededor de mi nariz me posibilitaba divisar las transparentes alas de diferentes tamaños con las que estabilizan su vuelo como un Harrier inglés…

En eso:

-¡Eh, narigón! ¡Salí del trance, hermano, y ayúdanos a matar a estas malditas moscas! –gritó como un rugido de dragón el Ingenieril.

Sus palabras repiqueteaban en mis oídos como carentes de significado.

-¡Ey narigón, dale, ponete las pilas! – grito más fuerte aún.

Sentí mis pupilas dilatarse, mis parpados abrirse mientras divisaba al fondo las grisáceas e indiferentes nubes que anticipaban la tormenta.

Ahí estaba Blanquillo impoluto frente a la parrilla pinchando la bondiolita con su cuchillo encharolado de gaucho matrero venido a menos. Sentí que miraba a mis amigos estaqueado como un mono, mientras me guardaba las imágenes de la mosca revoloteando mi nariz en un cajoncito de mi soledad.

-¡Dale, boludo, ayúdanos a liquidar estos bichos que no nos van a dejar comer la bondiola! – amenazó Rulete.

Me encogí de hombros mientras salía de la ensoñación y revolvía mis ojos como un lobo al ritmo de los miles de moscas que nos rondaban.

-Dejame a mí – dije, con la convicción de que siempre sé lo que hay que hacer.

-¡Déjame a mi carajo! – grité ahora ya canchereando.

-¡Dale narigón! – gritó alguno de los tres sin percibir bien cual.

Con el refilón de mi ojo izquierdo vi la borroneada inexpresiva cara de yeso de Blanquillo hacía mí.

Mientras el fuego no paraba de crecer, parecía que le hubieran tirado alquitrán, me comporté como se espera que uno se comporte. Agarré el pote de repelente a mi lado, me estiré hasta el encendedor, lo puse adelante del tarro naranja que mantenía apretado, y en milésimas de segundos chispeé con una velocidad inusitada con mi enorme pulgar derecho el mechero del encendedor.

Las llamas se confundieron con las de la parrilla y consumían a los millones de moscas que nos atosigaban hace horas. Comencé a sentir el calor y vi a Blanquillo, Ingenieril y Rulete consumidos por las llamas. Desde la punta de mi nariz siempre altiva surgía un color negro y naranja fervoroso sólo para percibir al mismo tiempo que mis brazos eran dominados por un calor inusitado...


 

(Buenos Aires - Argentina) Diego Cano nació en 1970. Es Licenciado en Ciencia Política y candidato a Doctor en Historia de la Universidad Di Tella. Ha escrito Franz Kafka. Una literatura del absurdo y la risa (Buenos Aires: Bärenhaus, 2020); Roberto Arlt. El monstruo (Buenos Aires. Bärenhaus. 2021), y la novela Agosto en Trelew (Bahía Blanca. HD Ediciones, 2021). Fue profesor en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad del Salvador por más de 15 años. Próximamente saldrá su libro de ensayo sobre César Aira con 24 reseñas. Organiza lecturas colectivas en Twitter desde 2018.



Fernando Ramírez González (Estado de México, México). Nació en 1985. Cursó el Posgrado en Artes Visuales con orientación en gráfica (2016 – 2018) en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM. Su obra se sitúa en el terreno de la nueva figuración relacionada con los artistas mexicanos José Luis Cuevas, Javier Arévalo y Rubén Maya, y artistas extranjeros como el alemán Penck o los italianos Mimo Paladino y Francesco Clemente. Ha incursionado en diversas disciplinas como poesía, fotografía y video arte. Fue merecedor del primer lugar en el concurso Visiones del arte convocado por el Museo Universitario de Arte Contemporáneo MUAC, con la propuesta de video arte Doble silencio (2014), así como el primer lugar en el concurso De la pluma a la lente convocado por la Agencia Cuartoscuro (2012). Es fundador del Taller de Producción Artística Comején en la Mixteca Oaxaqueña donde vive y trabaja.

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