Coleccionista y librera anticuaria, fundó Helena de Buenos Aires en 1997. Desde estonces se ha convertido en una de las referentes de los coleccionistas y amantes de los libros. Galardonada en 2019 por el Senado de la Nación por su «persitente labor a favor del libro y la lectura» es, hoy por hoy, la única mujer totalmente al frente de una librería anticuaria.
Elena Padín Olinik te recibe siempre con una sonrisa. No es la sonrisa mecánica del vendedor. Es la del buen anfitrión que recibe visitas en su casa. Y es difícil imaginar un lugar más personal que una librería. Más aún una librería anticuaria en la que la selección del catálogo de libros y objetos que se ofrecen a la venta pasan por un filtro mucho mayor.
La librería Helena de Buenos Aires (en Esmeralda 882, CABA) es su casa y es, hoy, un paso obligado para cualquiera que busque una obra o que se deleite con la belleza de los libros. Su catálogo es amplio pero tiene un especial foco en lo criollo, rioplatense y en los relatos de viajeros. Sus estanterías resguardan piezas raras, mapas exquisitos y el libro o impreso difícil que quiere el coleccionista más ávido.
En todo está Elena, la real, la afable y de risa potente. Es de esas personalidades expansivas que parecen llenar las habitaciones en las que se encuentra.
En una oficina de puertas siempre abiertas, en la que no falta un café para los visitantes o un whisky para los amigos, es frecuente encontrar a otros libreros y coleccionistas charlando de la cultura, de los libros, riendo a carcajadas, discutiendo algún tema de política o de historia. También, hablando de bueyes perdidos. Es que uno allí puede relajarse y sentirse como en casa. Tan así, que cuelgan papelitos con frases célebres dichas en ese recinto.
Coleccionistas extranjeros y nacionales se dan cita para departir con Elena y buscar esa pieza que sus colecciones necesitan. Pero también el que se inicia como bibliófilo, que encuentra un asesoramiento ameno. No es raro encontrarse con investigadores y estudiantes que, ganada la confianza de ella, pueden estudiar tal o cual libro o manuscrito al que sus bolsillos jamás accederían. También llegan los transeuntes curiosos que se sienten atraídos por las vidrieras temáticas que van cambiando periódicamente.
La pandemia del Coronavirus pasará. Pero Helena de Buenos Aires, junto a su capitana, su fiel empleado Renato y sus tres gatos pintorescos seguirán navegando las aguas de un mundo en el que los libros son el tesoro más grande.
Ulrica: Bueno Elena, vamos por el principio: ¿cómo te iniciaste en el mundo de los libros antiguos?
Elena Padín: El comienzo fue en el '97. Yo estaba casada con un hombre muy afecto a la lectura y que consumía muchos libros. Su proveedor era el «Francés» (se refiere a Justin Piquemal, mítico librero de Buenos Aires), que tenía su librería en la Galería Buenos Aires (Florida y Avenida Córdoba, CABA). Él me invitó a trabajar en su negocio. Yo en ese momento no trabajaba porque tenía a la niña muy pequeña. El «Francés» me esperó y siguió insistiendo. Al final acepté y solo trabajé siete meses. Le dije que quería poner mi propia librería. El ámbito de los libros era un lugar en el que me sentía cómoda y la actividad me parecía un encanto. Así que conseguí un local en la Galería Buenos Aires pegado al de él. Durante bastante tiempo lo seguí ayudando. Antes de él no había tenido conocimiento del mundo del libro antiguo. Nunca había tenido un libro del siglo XVII o del XVIII. Para mí, el comienzo es con el «Francés». Él fue mi apertura y mi maestro en este ámbito.
U: Entonces, ¿cómo te hiciste coleccionista?
EP: La verdad es que los libros me gustaron toda la vida. Yo era de esas que de chica leía bajo las sábanas con una linterna para no molestar a mi hermana que dormía en el mismo cuarto. Me acuerdo que leía el diccionario enciclopédico Sopena, gigantesco. Me parecía fantástico. Abría en cualquier página y cualquier palabra era una maravilla a los ocho o nueve años. Es un poco cómo me introduzco en el amor a las letras impresas. Como coleccionista, primero con conocimiento muy básico, muy mínimo. A posteriori fui afinando, armando y acrecentando la biblioteca en casa que empezó a rumbear por el ámbito del criollismo, de la gauchesca. Entonces empezó a tener el color del coleccionista en el ámbito de las primeras ediciones o ilustrados buenos, o algún libro firmado. O los raros y difíciles de hallar. Y entonces me hice coleccionista como la mayoría de los libreros. Tenemos un amor tan grande y arraigado con el libro que en un momento te convertís en coleccionista.
U: ¿Cuál creés que es la motivación que lleva a alguien a convertirse en un coleccionista de libros?
EP: El coleccionista se hace coleccionista porque ama lo que está pretendiendo conseguir al buscar una obra. La posesión de esa obra es lo que lo convierte.
U: Por lo que decís, debe ser complicado separar la pasión por los libros (como coleccionista) de la comercial.
EP: Es muy difícil. Ya sabés qué libros te hacen ruido pero no te sacuden, que no te mueven el piso, que no te hacen cosquillas como los que te interesan, entonces no son tan difíciles de vender. Son por ahí difíciles de tasar o de catalogar o de poner en valor, pero no son tan difíciles de entregar a la persona que viene a comprarlo.
U: Hace un rato contaste que te iniciaste en el rubro sin conocer mucho de él. ¿Cómo se entrena el ojo de un anticuario?
EP: El ojo se entrena, sobre todo, con los años. Es una cosa que te podrá decir cualquier otro librero. Vas a una biblioteca y te encontrás con una pared con dos mil libros. Inicialmente te apabulla la situación de ver semejante cantidad. Con los años, cuando te toca esa tarea, con un paneo de cuatro o cinco minutos los libros importantes titilan. Se te muestran solos. Te cuento una historia bastante reciente y bonita: voy a una biblioteca donde el noventa por ciento de los libros eran en alemán y el resto en castellano e inglés. Entonces, no conociendo el idioma alemán, no tenía gran acceso a saber de qué trataban los volúmenes. Sin embargo, con un paneo de pocos minutos, la biblioteca misma te deja ver que ahí está la primera edición de For Whom the Bells Tolls (Por quién doblan las campanas, en castellano)de Hemingway. Esto te lo dan los años de haber visto cómo es la tapa, la sobrecubierta, de saber que es un libro de gran valía y que ha marcado un momento en la historia de la literatura. De una gran masa de libros que no podía reconocer, vi una partecita y allí estaba un Hemingway en primera. Esto te lo da la experiencia de años y años de estar mirando todo el tiempo catálogos nacionales e internacionales, de estar viendo qué pasa en las subastas y con los otros libreros. Y estar atenta a saber ciertos detalles de la historia de la literatura universal.
U: ¿Todo libro es coleccionable sólo por el paso del tiempo o requiere de otras características?
EP: No… No todo libro es coleccionable. Para que sea coleccionable debe cumplir con varios requisitos: la importancia del autor; de la obra en su carrera; la edición; la ilustración; la encuadernación, etcétera. Con el momento del mundo en que se edita determinada obra. Hay libros que marcan el movimiento de crecimiento de un escritor dentro de todo su mundo de escritura. Es lo que pasa con Borges y Ficciones. No importa si se tiraron cien mil ejemplares de una obra. Tiene que ver con que el escritor está en su momento más pleno, porque está haciendo un quiebre en su obra o que es rupturista para ese momento. También, en otros casos, influye el arte de tapa. Hay una diversidad de cosas que hacen que un libro sea coleccionable, que se convierta en un libro-objeto. El que compra una primera edición de Cien años de soledad no la compra para leerla. Lo hace para atesorarla y la lee de una edición común.
U: Ya que hablamos de qué libros son coleccionables, ¿cuáles son las piezas más buscadas por los coleccionistas en Argentina?
EP: Los laureles se los lleva Borges. También se busca mucho, en literatura, a Mallea, a Ascasubi, Cortázar, Octavio Paz, Jacobo Fijman, Rubén Darío o Neruda. Bioy Casares también. Fuera de la literatura, la época rosista es muy buscada. La Guerra del Paraguay o lo relacionado con el peronismo, también. En el arte rioplatense Figari, Blanes, Seoane (como una persona que vivió en Argentina en su exilio). El período rosista es muy coleccionable y se busca más a Rosas que a San Martín.
U: Volviendo a tu pasión como coleccionista. ¿Cuál libro fue del que más te costó desprenderte?
EP: No fue un libro, fue un impreso. En una subasta había comprado el bando de búsqueda de Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez. Una cosa increíble, muy rara. En un estado impecable, lo que es rarísimo porque no era algo que estaba pensado para que perdure. Se pegaba en las paredes de la vía pública para que la gente supiera quiénes eran los prófugos de la ley. Entonces un coleccionista lo había visto en mi casa en mi colección privada. Después de bastante tiempo me dice «Che, Elenita y ese bando que tenías en tu casa, ¿me lo traés para verlo?». «Bueno», le digo y lo traigo a la librería. Me dice «qué lindo, qué lindo». Estaba impecable. Un ejemplar maravilloso. Me pregunta el precio y le digo que no, que era mío y que no estaba a la venta. Me insiste y le digo un precio... Una locura total y me dice: «bueno» y mete la mano en el bolsillo y saca los billetes. Y el cuerpo es débil, viste (risas). Se lo entregué. Al tiempo me di cuenta de la macana que me mandé. Todavía hoy me arrepiento. Quise comprarlo de nuevo y nunca apareció otro.
U: Estás rodeada de maravillas, pero ¿qué pieza fue tu mayor orgullo en la librería?
EP: Hace algunos años tuve en mi poder cartas de Pablo Neruda. La carta más extensa que se haya vendido de él lo hice yo en una subasta en España y el comprador fue el rey Juan Carlos. Se vendió muy bien. Recuerdo una hermosa frase de la carta: «y ahora me toca escribir cartas a mí mismo que los demás llaman poemas».
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