Reseñas - Edición N42 - 43
El 16 de septiembre de 1999, desde Villa Ramallo, provincia de Buenos Aires, llegaba una noticia que movilizaría a todo un país. Un hecho policial sin precedentes para una pequeña ciudad que apaciblemente se recuesta a la vera del Río Paraná. Tres ladrones entraron en la sucursal del Banco Nación y, al llegar la policía, tomaron a seis personas de rehenes. A partir de allí, se precipitó el terror y nadie en Villa Ramallo podría vaticinar lo que ocurriría después.
Ezequiel Pérez revisita el paso y el presente de esta historia en La demora, publicado por la editorial chilena La Pollera dentro de su colección «Surcos del territorio», donde autores relatan crónicas literarias que nacen en lugares de provincia y que exploran experiencias de infancia en colaboración con Salvaje Federal, librería y editorial que promueve la circulación de literatura escrita y editada en provincias. «La escritura de este libro estuvo, de alguna manera, atravesada por el conflicto ante la duda y el desfase que aparecía con la idea de identidad y de memoria. Y tuve que escribir asumiendo la pérdida de la reconstrucción fehaciente de los hechos, desconfiando de aquello que la memoria quería imponer».
La demora nos invita a conocer un tiempo y un lugar que no podría predecir lo que estaba a punto de suceder. Las vidas pueblerinas se vieron sacudidas por disparos que resonaban en cada rincón en medio de la noche, helicópteros que surcaban los cielos tranquilos y periodistas que venían a escarbar hasta el último vestigio de una historia. De allí, se construyó el mito y la identidad del lugar quedará, quizás para siempre, unida al suceso que la puso en la pantalla. Pero, de algún modo, la historia escapa de eso y se va hacia el Paraná y sus formas. «En este caso tiene que ver con que los hechos sucedieron en Villa Ramallo. Pero creo que es una región que me sigue fascinando por sus posibilidades de escritura, el tono, la forma en la que se dicen las cosas. Y es el tono con el crecí».
25 años después de la llamada Masacre de Ramallo, el autor vuelve a subirse a la bicicleta de sus doce años para narrar el suceso y, al mismo tiempo, presenta un perfil detallado de un pueblo que es, casi al mismo tiempo, el perfil de su narrador. Pero no se pone a sí mismo como centro: «Intenté trabajarlo desde la distancia. Como si se tratara de otra persona o se estuviera viendo desde lejos algo que no se distingue muy bien qué es».
«Yo creo que desde hace algunos cuantos años esa mirada binaria del campo y la ciudad, o de la capital y el interior, empezó a desarmarse. Y entonces aparecen ciudades, más pequeñas, pero ciudades, en la provincia de Buenos Aires, que no tienen la misma forma de vida que un pueblo de las sierras de Córdoba o que una ciudad en la Patagonia», agrega.
En un libro que cabalga entre memoria colectiva y crónica, Ezequiel Pérez construye un relato que ahonda en la idiosincrasia de ese pueblo chico y su contrapartida: el infierno grande. Una radiografía de lo que se percibe entre sus calles y sus gentes. A los ojos del narrador, Villa Ramallo es un recuerdo que oscila entre lo nítido y lo recreado. Porque los caminos de la memoria son caprichosos y para completarlos, a veces, hay que recurrir a la literatura.
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