La escritora argentina nos cuenta todo el detrás de escena de Thatcher, su más reciente novela. Espionaje, política, literatura y lenguaje en una charla imperdible.
Una Margaret Thatcher enajenada por el poder, el amor y el whiskey corre con un lanzallamas; Ronald Reagan, gagá, quiere construir una comunidad comunista en su rancho; Nancy Reagan se muele a palos con Jodie Foster. Todo esto parece desbocado. Pero es que la imaginación de Carolina Cobelo (1982) es desbocada. Y el lenguaje que elige para contar la historia de su novela Thatcher también lo es.
Con una narración que nos recuerda al realismo delirante de Alberto Laiseca, esta novela juega a la versión alternativa de la historia y a disfrazarse de géneros literarios. Lo burdo, lo crudo, lo irónico, lo estrafalario confluyen en una narración sólida y fluida. Derrumba pedestales en forma exagerada y lúdica y el barro de la realidad se tiñe con el gozo de la palabra y del lenguaje. Pero el lenguaje no es algo inocente. No. Es la principal arma de la autora. Y en sus manos es juguete y espada.
ULRICA: ¿Cómo surge Thatcher?
CAROLINA COBELO: Thatcher surge, como suelen surgirme las novelas a mí, a partir de una imagen: Reagan y Nancy en el jardín presidencial comentando el mundo y, en particular, debatiendo esta idea: ¿alguna vez has visto un comunista disfrazado? A partir de ahí se despliegan una serie de eventos inspirados en la novela de espías y, sobre todo, en la realidad histórica parodiada. La novela transcurre a finales de los 80´. El mundo se está moviendo y el neoliberalismo está a punto de lograr su victoria global total. El matrimonio político imperialista juega a la casita: Margaret Thatcher y Ronald Reagan bailan la danza del mundo y persiguen comunistas o cualquier cosa que pudiera asociarse al comunismo. En fin, quieren erradicar la margen roja. Pero hay espías: Nancy, que es KGB y stalinista, intentará usar sus influencias para instalar el comunismo en Estados Unidos. También está Jodie Foster, que es una CIA, que descubre el secreto de Nancy. Están los chinos que están a punto de abrir su mercado al mundo, y otros personajes más.
U: ¿Por qué elegiste caracterizar a Margaret Thatcher de la forma en que lo hiciste?
CB: Margaret Thatcher es un personaje icónico. En la novela, se autopercibe varón, habla en rioplatense guarango y está perdidamente enamorada de Ronald Reagan. Es mi pequeña venganza, mi pequeña mano de dios, como dijo el periodista Maxi Legnani. Para mí, apropiarme de alguien que fue nefasta para nuestra historia argentina, y a nivel global, fue la única forma de poder abordarla: bajarla de su pedestal, quitarle ese aura de villana insondable y hacerla una más entre nosotros, traerla a un asado de borrachines y que sea ese amigo despreciable tirapostas machirulas mientras se baja un whisky y golpea la mesa pidiendo más choris e insulta pobres.
U: Nos resultó interesante el tono de la narración. Como si fuera una traducción. ¿Qué buscabas imprimir a la historia con ese estilo?
CB: Jugué con ese bilingüismo que solemos tener los argentinos, que, en general, cuando nos iniciamos en literatura o vemos nuestras primeras películas solemos tener acceso a ese lenguaje doblado o de mala traducción llenos de «Oh, John», emparedados, neveras y mantequilla. Es algo así como blanquear algo que siempre estuvo ahí: nuestros «consumos» culturales están atravesados por esa poliglotía de variedades del castellano. Usar ese registro me resultó muy divertido y natural, porque creo que es una lengua que tenemos todos en algún lugar de nuestro cerebro y que podemos actualizar cuando queremos. Yo quería trabajar con esa lengua de mala traducción, en principio, porque el género me lo habilitó: la novela de espías. En segundo lugar, porque genera un efecto de extrañamiento, al contrario de lo que sucede cuando leemos literatura de traducción o vemos una película doblada que es completamente esperado y natural, cuando abrís Thatcher y leés las primeras líneas puede aparecer una mueca de desconcierto. Este registro se combina con el de Margaret Thatcher que habla en rioplatense costumbrista y tirapostas. El efecto de extrañamiento es doble. La lengua incomoda.
U: Notamos que esa parodia a las novelas de espionaje está muy lograda. ¿Qué opinás del género?
CB: Yo no fui muy lectora de la novela de espías. De hecho, comencé a leerlas cuando escribía Thatcher. Me interesó sobre todo trabajar con su premisa de la idea del mundo del secreto, del disfraz, pero correrla hacia lo burlesco. Y lo burlesco no solamente entendido como tradición literaria sino como la estética de las nuevas derechas. La novela de espionaje, como thriller político, es un género que ha envejecido, desde mi perspectiva, porque no puede dialogar con el mundo político tal y como lo conocemos ahora. No porque no haya secretos ni disfraces. Sino porque el disfraz ha cambiado: ahora se muestra en su condición de disfraz. Y es efectivo. Entonces, pienso, ahora, mientras te contesto esta pregunta, que la parodia de la novela de espías en Thatcher, dialoga con la política actual: la parodia está haciendo política.
U: Tratás con figuras históricas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. ¿Cómo los trabajaste para que los personajes reales no se sobrepusieran en el proceso de la ficción?
CB: Este punto fue un desafío. Yo necesitaba que los personajes funcionaran orgánicamente hacia dentro de la ficción y que los personajes reales históricos no me los arrastraran hacia afuera. Por eso lo que hice fue algo muy simple. Leí sobre estos personajes históricos y tomé de cada uno un rasgo particular y lo volví absoluto. Por ejemplo, Nancy que efectivamente fue la esposa y ama de casa ideal, tenía el rojo por su color favorito. Listo, es KGB, pensé. Reagan, que era actor, y comenzaba a cursar su enfermedad en la segunda presidencia, en mi novela se vuelve un poeta senil obsesionado con el comunismo. De Thatcher, su whisky y de sus políticas anti trabajador, de Gorbachov, un niño bullyineado que solo quiere encajar, y así. Yo no sé qué les ha pasado con estos personajes al lector y a la lectora. Pero para mí, al estar inmersa en el mundo de la novela durante un buen tiempo, ni Thatcher, ni Reagan, ni Nancy, ni Gorbie volvieron a ser los mismos. Thatcher será para mí, de aquí en más y para siempre, Margaret «agarrame la chota» Thatcher.
U: Si bien tu novela es muy original y el estilo se nota muy propio, percibimos alguna influencia de Alberto Laiseca y su desmesurada libertad creativa. ¿Lo reconocés como influencia? ¿O eligirías otros autores?
CB: Yo no me animaría a decir que Laiseca es una influencia, me queda demasiado grande. Siempre que lo leo se me abren los bronquios y los ojos porque me deslumbra, me genera encantamiento. Y como me pasa todo eso, siempre pienso, más que una influencia, en un pequeño homenaje. En todas mis novelas hay un pequeño homenaje a Laiseca. Esta vez en Thatcher, hay un personaje chino que se llama el maestro Lai. Yo creo que las influencias vienen de todos lados, para mí, a la hora de escribir. De las lecturas viejas y nuevas, de Capitán Tsubasa, de Cocodrilo Dandy o Mitch Buccanan. Cuando escribo se me actualizan todas las influencias de manera inconsciente, como las voces de Pedro Páramo, como un río subterráneo que me atraviesa y nunca sé bien qué está pasando.
U: Tu caracterización de la Dama de Hierro pareciera parodiar a ciertos personajes resonantes de la política actual (local e internacional). ¿La realidad supera a la ficción?
CB: Absolutamente. Los personajes de la política actual y los personajes de Thatcher se parecen. Más que la realidad supere a la ficción, podríamos pensar como un continuum, ¿no? Algo así como ¿dónde empieza una cosa y donde termina la otra? Un poco creo que es eso de la política actual. ¿Te acordás de Boris Johnson hablando de Peppa Pig? O, por darte otro ejemplo, hoy en día, desde la retórica de las nuevas derechas, todo puede ser comunista. ¿Vas a tomar mate a la plaza? Comunista. Caminás por la calle tranqui, comunista. Todo puede ser comunista. Y eso es ficción, es retórica vaciada de referente y lo que puede ser divertido en la novela, en la realidad histórica y social que estamos atravesando es exasperante. Hay una sensación de vaciado de sentido, de irracionalidad retórica que lo que más sorprende es que es efectiva. Mucha gente repite el discurso vacío, está inmersa en la parodia del disfraz y la defiende. Es una palabra que se ha impregnado con mucha facilidad y se desconoce su significado. El debate político y social es un mejunje de significantes vacíos que tenemos que reponer constantemente. Y en este mejunje es donde estamos librando nuestras luchas sociales y políticas: la defensa del ambiente, la protección de nuestra soberanía ecológica, la lucha contra el ajuste, todo esto hay que discutirlo con bolsomignons, o peppa pigs, o mileis y, también, con el discurso decimonónico argentino de la idea del progreso agroextractivista. Muchos frentes.
U: Para terminar, la pregunta clásica que le hacemos a todos los escritores: ¿Qué libros tenés en tu mesita de luz?
CB: En este momento, en mi mesita de luz, tengo Cacería de Niños de Taeko Kono (La Bestia Equilátera), Magia para principiantes de Kelly Link (Evaristo) y Espectros de cine en Japón de Rafael Marpartida (Satori).
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