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Al rescate de las silenciadas

Actualizado: 19 oct 2020

Por Juan Francisco Baroffio


El interés por escuchar las voces de las mujeres no se limita a las del presente. El renovado interés por (re)descubrir lo que las escritoras tienen para decirle a las nuevas generaciones de lectores ha sido una bandera que han tomado las editoriales independientes.




Este siglo XXI nos ha enfrentado a viejas cuestiones no resueltas. Siglos de mirar a otros lados o de soluciones superficiales se han encontrado en un cuello de botella al inicio del nuevo milenio. Y como todo lo que se cura a medias, no se cura y sigue infectando a los demás órganos del cuerpo, diversos grupos (políticos, raciales, sexuales) se han puesto de pie para que por fin sean escuchadas sus voces. Con soluciones que van desde lo razonable a lo extremo y violento, nadie queda indiferente ante los reclamos que abogan por cambios en los paradigmas culturales que han regido desde hace siglos.

Una de esas deudas del mundo occidental (y ni qué hablar del mundo oriental), es el de la igualdad entre hombres y mujeres. Verdad de Perogrullo, sus voces han permanecido demasiado tiempo enclaustradas en las cocinas. Y por cada mujer intrépida del pasado que haya hecho aportes culturales a la historia humana, podemos contabilizar a mil hombres. Este hecho durante mucho tiempo fue aceptado como la evidencia irrefutable de que la capacidad intelectual de las mujeres era inferior. Pero como nos recuerda Virginia Woolf en A Room of One’s Own (1929), si William Shakespeare hubiera tenido una hermana tan genial como él, ésta igual no hubiese podido destacarse en su tiempo. La falta de instrucción para las mujeres, los prejuicios y la falta de ámbitos para su desarrollo, la hubiesen dejado encerrada en la casa de su marido.


Algunos antecedentes

Aphra Behn
Aphra Behn

En tiempos previos al Iluminismo (s. XVIII) ciertas mujeres de la aristocracia, como la famosa Madame de La Fayette (condesa Marie-Madeleine Piochet de la Vergne, 1634-1693), pudieron incursionar con éxito en las letras. También el caso de la inglesa Katherine Philips (1631-1664) que si bien no pertenecía a la nobleza era parte de las altas esferas burguesas que se habían enriquecido con el comercio y, en su caso, con matrimonios con familias tradicionales. De estas mujeres que podían dedicarse a las letras, como una actividad excepcional y casi vista como una manera de hacer algo productivo con el ocio, sin lugar a dudas la más destacada es la inglesa Aphra Behn (1640-1689). No solo por su estilo de vida alternativo y aventurero (fue espía en Holanda), sino por la temática de su obra en la que se animó a tratar temas que no eran considerados femeninos y por ser la primera escritora profesional de Gran Bretaña. Sobre ella dijo Virginia Woolf en A Room of One’s Own: «Por lo que ha hecho Aphra Behn, las chicas pueden ir y decirle a sus padres: ‘no necesitan darme más una mesada; puedo ganar mi dinero con la pluma’».

Teresa de Ávila
Teresa de Ávila

En el mundo hispanoamericano también una mujer contemporánea de Behn luchaba, con mayores dificultades, para que no acallaran su voz: la famosa religiosa jerónima, sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695). Bien conocidos son los intentos de prohibirle escribir sobre ciertos temas y sus famosas cartas como La respuesta a sor Filotea (1691). Sus obras la llevaron a ganarse el elogio de ser llamada la «décima Musa» (honor con el que a lo largo de la historia se ha caracterizado a ciertas escritoras, como Safo de Mitilene). Un siglo antes, otra religiosa también había incursionado en las letras con igual éxito y reconocimiento. Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada (1515-1582), mejor conocida como Teresa de Jesús o Teresa de Ávila incursionó en poesía, literatura, filosofía y teología. Su altísimo nivel intelectual, que se evidencia en obras tales como Camino de perfección (1583), le valió ser nombrada Doctora de la Iglesia (título con el que se ha consagrado a grandes figuras del pensamiento como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, y a mujeres como Hildegarda de Bingen, Catalina de Siena o Teresa del Niño Jesús). En su honor es que se celebra el Día de la Escritora.

Luego, con el auge y popularización de la novela a finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, las mujeres pudieron aventurarse en la literatura. Pero aunque hallamos un grupo nutrido de escritoras, aún no eran tiempos de aceptación. Tanto hombres como mujeres estaban influidos por prejuicios (muchas veces se ha afirmado que el machismo no es solo un problema masculino) y se desconfiaba de la calidad artística e intelectual que pudiera tener una literatura femenina que no sea del género rosa. La inigualable Mary Ann Evans (1819-1880), famosa por su pseudónimo George Eliot, critica estos preconceptos en Silly Novels by Lady Novelists (1856). Así que el anónimo y el pseudónimo masculino fueron el recurso para burlar esa suerte de censura tan arraigada y que de tan cotidiana pasaba desapercibida.

En la Argentina del siglo XIX se pueden destacar a figuras de letras como Mercedes Rozas de Rivera (1810-1870), Juana Manuel Gorriti (1818-1892), Juan Manso (1819-1875) o Eduarda Mansilla (1834-1892).

La entrada al siglo XX modificó a la fuerza algunas de las normas sociales impuestas. Las nuevas coyunturas de las guerras mundiales y las crisis económicas permitieron que las mujeres ocuparan lugares que no habían sido pensados para ellas. Pero, incluso grandes escritoraspasaron al olvido y tuvieron que ser rescatadas por la gran ola feminista de los 60. Hoy, que vivimos otra oleada similar de mucha repercusión no son pocas las editoriales independientes que se han cargado al hombro la tarea de rescatar las voces femeninas que se han silenciado.


Viejas voces para nuevas generaciones

No sería cierto afirmar que todas las obras literarias alcanzan la inmortalidad. Miles de autores, a lo largo de los siglos, han sido enterrados bajo el peso de obras contemporáneas y posteriores. Incluso los que han disfrutado de inmensa popularidad no están resguardados de caer en el olvido y no ser, ni siquiera, una nota marginal en la historia de la literatura. También ocurre, en la actualidad, que el negocio editorial privilegia a grandes nombres que saben que venderán, más allá de su calidad literaria. Algo que no es descabellado, ya que es la lógica de cualquier negocio, pero que termina perjudicando a los nombres emergentes o a los que no son consumidos por el gran público.

Con otros autores ocurre que su obra no es apreciada o comprendida por sus contemporáneos y que, luego, las generaciones posteriores son las que lo rescatan e interpretan y reinterpretan. De estos casos está lleno el mundo. Algo de ello hay en la virtual desaparición de la obra de Sara Gallardo (1931-1988).


Sara Gallardo
Sara Gallardo

Escritora y periodista argentina, a muy temprana edad, había alcanzado notoriedad y polémica con la novela Enero (1958), su ópera prima. Columnista habitual de La Nación, luego de su muerte parecía haber sido totalmente olvidada. Una autora que era apenas mencionada en los nichos intelectuales, si acaso. Pocos (público lector y críticos) le perdonaban el trato que le había dado al campo argentino. El hasta entonces idealizado y bucólico entorno rural, que la tradición argentina hacía origen de todas las bondades de la patria, era retratado como un lugar solitario, opresivo y guardián de anquilosadas costumbres de ricos patrones, casi despóticos y siempre paternalistas, y de peones ignorantes y pobres, que no tenían otra elección que ser lo que eran. Sara Gallardo era vista como una traidora a su clase y a los valores morales y sociales que ésta defendía. Su apellido completo, Gallardo Drago Mitre, la emparentaba con las grandes familias argentinas. En esto, tal vez radica también el silencio que solía rodear a su obra literaria.

Desde hace algunos años, con la reedición en 2001 de su novela Eisejuaz por el diario Clarín, se despertó la curiosidad del público lector por una escritora argentina, de prosa clara y que no temía abordar ningún tema. Pero no fueron los grandes grupos editoriales los que recogieron el guante. Fueron las editoriales independientes. Siempre atentos y en contacto directísimo con los lectores, se dieron cuenta del potencial que tenía la reedición de su obra. Hoy podemos encontrar sus novelas y cuentos editados por Fiordo Editorial y Cuenco de Plata. La primera es la responsable de haber rescatado obras como Enero, Pantalones azules y La rosa en el viento, de reciente publicación. Por su parte, Cuenco de Plata ha reeditado Eisejuaz y El país del humo. Por otro lado, la editorial Winograd se ha encargado de la compilación de sus artículos periodísticos en el tomo titulado Macaneos: Las columnas de Confirmado (1967-1972), seleccionadas por Lucía de Leone, quien además lo ha complementado con estudio introductorio y notas. Sobre la misma temática, la editorial Excursiones ha compilado notas y artículos de diversos medios en Los oficios. Solo la novela Los galgos, los galgos ha sido reeditada por un gran grupo editorial (Sudamericana).


Susana Thénon
Susana Thénon

No ha sido el único caso en nuestro país. La poeta, fotógrafa y traductora Susana Thénon (1935-1991), hoy nos resulta accesible gracias a las ediciones de Ana María Barrenechea y María Negroni para la editorial Corregidor. También la escritora, dramaturga, poeta, traductora y periodista entrerriana Emma Barrandeguy (1914-2006), pionera en las reflexiones sobre el mundo gay y queer, y a la que podemos acceder a través de ediciones de Caballo Negro editora y La Parte Maldita. Y, hasta cierto punto, es lo que ocurre con Victoria Ocampo (1890-1979). Actualmente la Fundación Sur confía en las editoriales independientes para rescatar la obra de la otrora influyente y colosal mujer de la cultura. Aunque fue una figura prominente y pionera en muchos campos (incluyendo el feminismo), es probable que en su caso sean los prejuicios de tipo ideológico los que han prevalecido en los grupos progresistas para dejarla de lado.


Silenciadas por la crítica

Muchas veces se ha elogiado la calidad de las traducciones que ofrecen a los lectores las editoriales independientes. Con esquemas de negocios que suelen privilegiar la calidad o la filosofía de sus catálogos, estas editoriales siempre parecen estar en la búsqueda de nuevas voces. Ya sea que se trate de autores emergentes o de voces que han sido silenciadas o que no han tenido difusión en nuestro ámbito cultural.

Dos editoriales independientes que han optado por la traducción de mujeres del pasado han sido La Tercera Editora y Erizo Ediciones. En 2019 presentaron al público lector la novela Reservame el vals, de Zelda Fitzgerald (1900-1948) y la antología Historia de una hora y otros cuentos, de Kate Chopin (1850-1904). Ambas escritoras, por un tema o por otro, no habían tenido una difusión acorde al nivel de su literatura. Sin embargo, como le han dicho a Ulrica los dos sellos editoriales, tienen mucho para contarles a las nuevas generaciones de lectores. Cumplen con la premisa de Rimbaud de tener preocupaciones absolutamente modernas a pesar del hecho de haber escrito en otros tiempos.

El caso de Zelda es paradigmático y casi un cliché: el de la esposa talentosa de un escritor

afamado que, sin embargo, no logra escapar de la sombra de su cónyuge. Aunque su producción es algo tardía en comparación con la del famoso F. Scott Fitzgerald y menos abundante, es probable que su invisibilización responda a factores de otro tipo. Las parrandas se le suelen perdonar a los hombres pero no a las mujeres. Lo que en unos es muestra de la incomparable pasión creadora y del fluir torrentoso y alegre de la sangre, en otros es motivo de escándalo, censura y miradas reprobatorias. Este prejuicio en el caso de Zelda se suma al que solía y suele existir hacia las personas que atraviesan enfermedades psiquiátricas. Aunque el alcoholismo de F. Scott era visto en la época como una consecuencia natural del mundo masculino. Y en todo caso, algo con lo que había que ser compasivo.

«Como lectores –nos cuenta Julián Goldman, editor de La Tercera Editora– nos gusta mucho la obra tanto de Scott como de Zelda Fitzgerald, y estábamos al tanto de que, si bien las novelas y cuentos de Scott se consiguen con facilidad en cualquier librería local, no ocurría lo mismo con la obra de Zelda; en especial, advertíamos que no circulaba su única novela publicada, Resérvame el vals, y no sólo eso, sino que nunca se había realizado una edición en nuestro país, y ni siquiera en Latinoamérica». Con traducción de Santiago Fethearston (responsable de las traducciones del sello), han saldado la deuda.

Con Kate Chopin ocurre algo similar. Su obra está considerada como precursora del

feminismo en lengua inglesa y es una de las exponentes más tempranas y destacadas de la literatura del sur de los Estados Unidos. Esa que ha dado nombres como William Faulkner, Carson McCullers o Truman Capote. Mónica Izcovich, editora de Erizo Ediciones, nos cuenta que descubrió su obra en la universidad. Lo hizo en inglés y le resultó una sorpresa que la obra de una autora tan reivindicada por la teoría literaria feminista de los ’60 y de tanto peso en Estados Unidos, no tuviera mayor difusión en Argentina. «Su voz está difundida dentro de los círculos literarios universitarios, tanto de las carreras de Lenguas Modernas como de Letras, pero el gran público no la conoce mucho, lo cual nos parece una pena. Creemos que los textos de Chopin interrogan el lugar de la mujer y la institución del matrimonio desde una perspectiva muy interesante».

La edición de sus cuentos seleccionados por Izcovich, que también encabeza el equipo de traducción integrado por Diego Aristi, Maira Poggio y Milagros Benítez, incluso rescata “La tormenta”: una historia que retrata en forma franca el deseo sexual y extramatrimonial de una mujer y que sólo vería la luz póstumamente. Su cuestionamiento a la institución matrimonial, a la maternidad y al deseo carnal, temas que muchas veces abordó con ironía y humor, explican (para las mentalidades del siglo XIX) que buena parte de la crítica haya optado por dejarla de lado.


Ya no hay fronteras

La globalización ha permitido que las obras de ciertas escritoras demasiado lejanas, en geografía e idiosincrasia, puedan circular en formatos digitales y llegar, prácticamente, a cualquier lugar de la tierra. Basta una computadora, conexión a Internet y un Estado que no censure el contenido en línea.


Gracias a esta mayor circulación de los textos podemos hoy disfrutar a autoras como la finlandesa Tove Jansson (1914-2001). Andrés Beláustegui, codirector de Compañía Naviera Ilimitada, el sello editorial responsable de la publicación de su obra, considera inexplicable e injusto que Jansson no hubiese tenido una mayor difusión en Argentina. Pero entiende que «esto es más habitual de lo que a uno le gustaría. Hay muchos buenos libros y autores escondidos o extraviados en el espeso bosque de las publicaciones. Eso es una parte del trabajo que nos proponemos: buscar obras, sin importar lugar o tiempo de procedencia, que tengan mucho para decirnos a los lectores actuales». Hasta el momento, han publicado la exitosa novela El libro del verano (2019, con traducción de Christian Kupchik) y tienen planes para publicarLa verdad increíbleantes de fin de año. «Y el año que viene y siguientes pensamos seguir publicándola», nos cuenta con entusiasmo.

Claro que no todas las autoras por (re)descubrir son de lugares extraños. En algunos casos,

como entiende Ramón Tarruella, editor de Mil Botellas, el problema ha sido el aparato de difusión. Responsable de la reedición de obras de la británica Katherine Mansfield (1888-1923), entiende que algo así ocurrió con su difusión en nuestro país a pesar de haber sido editada anteriormente por el Centro Editor de América Latina y por Orion. «Y además, insisto, Mansfield perteneció a una etapa de una transición cultural, un momento donde la vanguardia era la forma de innovar, y sin embargo ella fue por otro lado. Ella comenzó a narrar de una manera más sutil, realista sin dudas, pero rompiendo los moldes del cuento clásico. Y eso quizás le costó un tiempo su reconocimiento». En su catálogo se encuentran los libros Matrimonio à la mode y otros cuentos y En la bahía, ambos traducidos por Mariángel Mauri. Piensan seguir por ese camino con la edición de obras de Edith Wharton(1862-1937).

Similar es el caso de la brasileña Clarice Lispector(1920-1977) que hoy es una de las mimadas de las redes sociales gracias las ediciones que de su obra han hecho editoriales como Corregidor, Cuenco de Plata y Adriana Hidalgo.

No sólo las editoriales en formato tradicional se han lanzado al rescate de autoras más allá de las fronteras. El sello Loca Mala ha optado por el fanzine para difundir traducciones de George Eliot, de Mina Loy (1882-1966) y de Charlotte Perkins Gilman (1860-1935).


Ya no hay silencios

Aún quedan muchas escritoras del pasado que merecen reediciones o traducciones. También muchos hombres que por otros motivos también han sido silenciados. Ese espíritu, que traspasa en general a todas las editoriales independientes que mencionamos en este artículo, queda resumido en las palabras de Julian Goldman: «nos fascina descubrir esta clase de escritores y escritoras que, por el motivo que sea, han pasado desapercibidos o han quedado solapados en su momento. Nos interesa publicar buena literatura escrita por quien sea, del género que sea, en cualquier época, en cualquier país».

Agustina De Diego, estudiante de letras y bookstagrammer (@agusrecomienda), se manifiesta en forma entusiasta por los rescates literarios. Tanto en su cuenta, que se especializa en autoras, como en charla con Ulrica: «me están dando acceso a textos que me perdí, básicamente. Que no pude acceder porque, quizás, había ahí una cuestión de la lectura canónica que tapaba a la periferia. Estoy descubriendo a autoras como Emma Barrandeguy, que me llamó realmente la atención. Me impactó». Así mismo, entiende que aún queda mucho trabajo por hacer en el rescate de las voces femeninas, empezando por las aulas escolares. Su opinión, aclara, no es solo una cuestión feminista. Es la posibilidad de abrir las puertas a otras tradiciones literarias y a otros puntos de vista sobre el mundo y lo que nos rodea.


La tarea es ardua, prácticamente inagotable, pero es positivo pensar que las generaciones

posteriores a la nuestra no tendrán un escollo tan complicado de sortear cuando se trate de las escritoras del siglo XX y de este incipiente XXI. Los espacios ganados al machismo ya no se perderán. La sociedad contemporánea no lo permitirá.

Es verdad que hoy surgen otros problemas que atentan contra ciertas voces, especialmente de las que se apartan de normas de corrección política o que se encuentran alejadas de los grandes centros culturales. La cultura de la cancelación y del linchamiento mediático hoy son cuestiones de gran peligro y que no discriminan a hombres y mujeres. En numerosas oportunidades, también, se expresan intenciones de controlar la difusión del pensamiento en redes sociales y las búsquedas en Internet (al estilo de lo que ocurre, por ejemplo, en China o Corea del Norte). Pero todos estos peligros para la libertad de expresión y de pensamiento, son fácilmente evitables.

El cambio social y político que se ha venido gestando desde finales del siglo XIX, aunque lento, hoy ya es inevitable. Las voces de las mujeres ya no peligran o quedan silenciadas por los ruidos de una cocina. Esto, ciertamente, es algo que tenemos que celebrar.




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