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Urdapilleta, un mito argentino

Actualizado: 23 oct 2022

Por Andrea Urman



Alejandro Urdapilleta (1954-2014) fue mayordomo en Londres. Una especie de Jakob von Gunten, atravesado por la poética de la servidumbre. Luego de algunos años renuncio para comenzar a estar al servicio del arte, las drogas duras y las instituciones psiquiátricas.

Fue muchos. Fue el hijo de un Coronel que se exilió en el Uruguay después de fallar en un levantamiento contra Perón. Fue el actor incandescente, elogiado en el Parakultural de los 80 con Batato Barea y Tortonese. También, el improvisador deslumbrante de los programas de Antonio Gasalla. Un mito.

Su libro, Vagones transportan humo (2000) nos acerca a su faceta de escritor, impulsado por el crítico e investigador Jorge Dubatti.«Algunos de estos textos los escribí en pedo en sótanos oscuros», relata el actor en una entrevista en la revista Rolling Stones.

Lo vi dos veces: en el San Martin encarnando a un Hitler grotesco, en una puesta del maravilloso Jorge Lavelli. Un Hitler atípico que se vinculaba con el judío Hertzl, vendedor de biblias y Kamasutras (interpretado por Jorge Suarez), la obra se llamaba Mein Kampf, una farsa y mi memoria evoca al alucinante Urdampilleta, componiendo a un Hitler chaplinesco, encarnando la perfección de la tesis del autor George Tabori, en un rol que nos movía a la risa imparable en medio de la desesperación. ¿De qué nos reíamos? De lo que solo Urdampilleta podía lograr.

La segunda vez que lo vi fue en la obra Almuerzo en casa de Ludwig W, una obra de Thomas Bernhard. Una obra sobre la vida del filósofo Ludwing Wittgenstein, con dirección de Roberto Villanueva, acompañado por Rita Cortese y Tina Serrano. Ludwig W (Urdapilleta), recién salido de un psiquiátrico, queda al cuidado de sus hermanas. Los tres provienen de una familia adinerada, con una madre que los ahogó en la sopa que les obligaba a tomar. Una familia desactivada por esa madre. La actuación del gran actor es hipnótica, iluminando, casi como en 3D, las miserias de una familia que alternativamente son sometidos y dominadores. Recuerdo que entre el público había un famoso crítico de teatro que se quedó dormido. ¡Lo que se perdió ese señor!

«El teatro se puede hacer en un baño público o en una sala oficial, pero tiene que estar vivo, hay que romper cosas y crear». Sexo, drogas y roncaroll, marcaron la vida de este artista único. Hoy sigue vivo, a su forma loca y misteriosa, desde los sótanos del under.


 

«No soy actor: no quiero recibir premios, no quiero que me conozcan, no quiero que me vean. Ando invisible por la calle, me convenzo de que no me conoce nadie. Veo de pronto una cara de una persona que me mira, me sonríe y me agarra como una paranoia y me digo: de qué carajo se ríe ésa... Odio la fama, es un mal actual. Hay mucha gente que quiere ser actor para ser famoso. Y la fama no sirve de nada. El teatro es un arte. Soy actor solamente arriba del escenario; abajo soy una persona como cualquier otra. Y quiero serlo. No me sale, pero quiero.»

Alejandro Urdapilleta

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